Jonathan Bloch - Oliver Cromwell

• ¿Nacimiento? El 25 de abril de 1599 en Huntingdon (Inglaterra).
• ¿Muerte? El 3 de septiembre de 1658 en Londres.
• ¿Función? General y parlamentario inglés, se convierte en lord protector de las islas británicas desde 1653 hasta que fallece.
• ¿Principal aportación? La instauración de una junta militar cuya obra de conquista sienta las bases del Imperio británico.

Oliver Cromwell es, ciertamente, una de las personalidades históricas más enigmáticas de la historia de Inglaterra. Es un personaje que presenta una gran ambigüedad: unas veces es odiado y otras es admirado por las distintas generaciones de historiadores, al tiempo que ha sido reinventado constantemente según las necesidades del contexto. En efecto, es muy difícil distinguir al héroe precursor del tirano sanguinario.

Cromwell, puritano austero con una disciplina de hierro, emerge de las filas del Ejército Revolucionario y logra subir hacia las más altas esferas del poder gracias a su programa político sin igual. Es un genio de la comunicación, que le atribuye el mérito de todas sus victorias militares a Dios —incluso de las más insignificantes—, y se presenta como un elegido de este. En 1653, este genio místico y sumamente inteligente se convierte en el soberano absoluto de las islas británicas. A pesar del poder que posee, rechaza la corona de Inglaterra que se le ofrece en 1657.

Su política se define por un idealismo apasionado, aunque moderado —en la práctica— por una prudencia experta. Aunque se define como el campeón del protestantismo y espera enderezar las costumbres y federar a todas las naciones protestantes, finalmente logrará concluir acuerdos diplomáticos con las potencias católicas (Francia y España).

Cromwell, un personaje tan inagotable como complejo, no dejará de avivar las pasiones durante mucho tiempo.

A principios del siglo XVII, el reino de Inglaterra ya dispone de instituciones sólidas.

El rey se encuentra en el nivel más alto de los poderes ejecutivo, judicial y legislativo. Con todo, en virtud de la Carta Magna firmada en 1215 y de varios siglos de tradición, este debe solicitar la aprobación del Parlamento en la toma de ciertas decisiones. En particular, no puede recaudar impuestos adicionales, ni siquiera en tiempos de guerra, sin el consentimiento previo y conjunto de la Cámara de los Lores y de la Cámara de los Comunes.

LA CARTA MAGNA

En 1215, el rey Juan sin Tierra (1167-1216) concede a sus súbditos una serie de libertades fundamentales, todas inscritas en la Carta Magna: derecho de propiedad, derecho al libre desplazamiento, derecho a una justicia imparcial, derecho a rechazar la recaudación de impuestos abusiva, etc. Entonces, el papel del Parlamento de Inglaterra, instituido alrededor del año 1300, consiste en velar por el respeto de estas disposiciones legales. Con todo, la institución todavía no es una asamblea permanente —como actualmente—, sino una asamblea extraordinaria, convocada y disuelta solamente por iniciativa real.

La dinastía de los Tudor (1485-1603), que gobierna Inglaterra antes que la de los Estuardo (1603-1714), se las arregla para no convocar al Parlamento. Enrique VIII (1491-1547) e Isabel I (1533-1603) logran encontrar ingeniosos trucos para no recaudar los impuestos adicionales necesarios para asegurar sus empresas militares. Enrique VIII, que convierte su país al protestantismo al proclamarse único líder de la Iglesia de Inglaterra (1535), aumenta así su tesoro expoliando todos los bienes del clero regular. Isabel I, por su parte, enemiga jurada del rey de España Felipe II (1527-1598), promueve la piratería de Estado y protege a los corsarios cuya misión es atacar las líneas comerciales españolas mediante el saqueo de sus galeones, cargados de los objetos preciosos del Nuevo Mundo, sobre todo de oro, azúcar, tabaco y especias.

Jaime I (1566-1625), que sucede a Isabel I, se esfuerza, sin embargo, para restablecer la amistad entre España e Inglaterra. Para ello, renuncia a la piratería de Estado y a los ingresos que genera. Aunque los ingresos del dominio real le permiten conservar su gobierno y sus instituciones, necesita contar con la recaudación de impuestos adicionales y, por lo tanto, con la aprobación del Parlamento para cualquier empresa costosa. Lo mismo le ocurrirá a su hijo, Carlos I. Esta situación, sin embargo, entra en conflicto con la ambición de los Estuardo de establecerse como una dinastía absoluta de derecho divino.

HAY PARLAMENTOS… ¡Y PARLAMENTOS!

El Parlamento de Inglaterra y el Parlamento francés del Antiguo Régimen son dos tipos de instituciones totalmente diferentes una de otra. Mientras que el Parlamento inglés es una asamblea representativa del pueblo británico, el Parlamento francés del Antiguo Régimen es un tribunal de justicia soberana, donde se aplica la justicia del rey.

Sin embargo, en la Francia del Antiguo Régimen existía una asamblea representativa comparable con el Parlamento británico: los Estados Generales.

Mientras que el Parlamento británico estaba —y sigue estando— dividido en dos cámaras (la Cámara de los Lores, para la nobleza, y la Cámara de los Comunes, para la plebe), los Estados Generales en Francia solo tenían una cámara individual, donde los representantes eran divididos en tres órdenes (nobleza, clero y tercer estado).

En los Estados generales, había un número igual de representantes de la nobleza, el clero y el tercer estado, sin ninguna relación proporcional con la composición de la población francesa. Así, la representación del pueblo era muy desigual y muy favorable a las élites. En cambio, en el Parlamento británico, la Cámara de los Comunes ha ido adquiriendo prerrogativas progresivamente, hasta que la Cámara de los Lores ha quedado casi obsoleta. Esta última, sin embargo, sigue existiendo y todavía hoy en día constituye el más alto tribunal de justicia de Inglaterra.

El protestantismo, tal como se practica en Inglaterra a principios del siglo XVII, es único en su género. El rey es el único jefe de la Iglesia desde el Acta de Supremacía promulgado en 1535 por Enrique VIII. Esta Iglesia anglicana, desprovista de todo monasterio y convento, mantiene el reparto del territorio en diócesis, bajo la autoridad de obispos.

No obstante, desde la Confesión de Westminster promulgada bajo el reinado de Isabel I en 1563, la Iglesia de Inglaterra se ve muy influenciada por la doctrina de Juan Calvino (pastor francés protestante y fundador del calvinismo, 1509-1564). Con todo, este considera que cada creyente es sacerdote, a causa del principio de sacerdocio universal. Así, la subordinación de los fieles a los curas y de los curas a los obispos constituye una aberración en el pensamiento calvinista. Sin embargo, se trata de un elemento constitutivo del anglicanismo.

Así pues, el anglicanismo toma prestados algunos elementos del calvinismo, como la austeridad litúrgica (es decir, la ausencia de toda ornamentación en los lugares de culto) y la misa en lengua vulgar (la misa católica se hacía en latín). Asimismo, ambos reconocen el principio de predestinación, según el cual Dios, desde el momento de la Creación, habría decidido salvar a algunos elegidos. Por consiguiente, el hombre ya no debe vivir más con el miedo de ser salvado o castigado, ya que su destino ha sido decidido desde antes de su nacimiento. Con todo, se supone que el elegido se reconoce en la alegría que siente al trabajar. Esto, asociado al hecho de que la doctrina calvinista permite el préstamo con intereses, convierte al calvinismo y al anglicanismo en religiones que naturalmente despiertan afinidad en el ámbito del capitalismo burgués e industrial.

LA IMPLOSIÓN PROGRESIVA DEL ANGLICANISMO