MARC LÉOPOLD BENJAMIN BLOCH, (1886 - 1944) historiador francés, especializado en la Francia medieval y fundador de la Escuela de los Annales.
Nacido en Lyon, en el seno de una familia judía alsaciana, hijo del profesor de historia antigua Gustave Bloch, Marc estudió en el Ecole Normale Supérieure y la Fundación Thiers en París, y también en Berlín y Leipzig. Durante la Primera Guerra Mundial perteneció a la infantería y fue condecorado con la orden nacional de la Legión de Honor.
Tras la guerra enseñó en la Universidad de Estrasburgo y, con posterioridad, a partir de 1936 sucedió a Henri Hauser como profesor de historia económica en la Sorbona. En octubre de 1940, el gobierno de Vichy, en aplicación de las leyes racistas, le excluyó de la función pública por su condición de judío.
En 1929 Bloch fundó, junto con Lucien Febvre, la importantísima publicación Annales d’histoire économique et sociale (que ahora se llama Annales. Économies, Sociétés, Civilisations), nombre utilizado para designar la nueva corriente historiográfica encarnada por Bloch y Febvre y conocida como Escuela de los Anales.
Bloch ha tenido gran influencia en el campo de historiografía a través de los Anales y de su manuscrito inacabado «Introducción a la Historia», en el que estaba trabajando cuando fue asesinado por los nazis. El libro es uno de los más importantes de la historiografía del siglo XX y plantea una «Nueva historia», fundamentada en lo social y lo económico, con una nueva forma de acercarse a las fuentes, en contraposición de lo hecho por su maestro Charles Seignobos.
Murió fusilado, tras ser torturado durante varias horas por la Gestapo, por haber participado en la Resistencia Francesa, el 16 de junio de 1944, en un campo de Saint-Didier-de-Formans, cerca de Lyon. Sus últimas palabras fueron: «Vive la France».
In memoriam
Matris Amicae
Título original: Apologie pour l’Histoire ou Métier d’historien
Marc Bloch, 1949
Traducción: Pablo González Casanova & Max Aub
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Notas
[1] En lo cual me opongo, desde el principio y sin habérmelo propuesto, a la Introducción a los estudios históricos de Langlois y Seignobos. El pasaje que acaba de leerse estaba escrito desde hacía ya mucho tiempo cuando hallé en la Advertencia de esa obra (página XII) una lista de «Cuestiones ociosas». Sin duda, este problema no es distinto de casi todos los que conciernen a la razón de ser de nuestros actos y de nuestros pensamientos: los espíritus que por naturaleza les permanecen indiferentes —o que han decidido voluntariamente serlo— comprenden siempre con dificultad que otros espíritus hallen en ellos el tema de reflexiones apasionadas. Sin embargo, ya que se me ofrece la ocasión, creo que es mejor fijar desde ahora mi posición frente a un libro con razón notorio y al que el mío, escrito por lo demás con otro plan y mucho menos desarrollado en algunas de sus partes, no pretende reemplazar de ninguna manera. Fui discípulo de sus dos autores y especialmente de Seignobos. Me dieron, uno y otro, pruebas destacadas de su aprecio. Mi educación primera debe mucho a sus enseñanzas y a sus obras. Pero ambos no nos enseñaron solamente que el historiador tiene como primer deber la sinceridad, sino que tampoco disimulaban que el progreso mismo de nuestros estudios está hecho de la contradicción necesaria entre generaciones de investigadores. Permaneceré, pues, fiel a sus lecciones, criticándoles allí donde lo juzgue útil, muy libremente; tal como deseo que un día me critiquen mis alumnos a su vez.
[2] El francés antihistoriador: Cournot, Recuerdos, p. 43, acerca de la ausencia de todo sentimiento realista a fines del Imperio: «… Para la explicación del hecho singular que nos ocupa creo que también hay que tener en cuenta la escasa popularidad de nuestra historia y el débil desarrollo que tuvo entre nosotros en las clases inferiores el sentimiento de la tradición histórica a consecuencia de causas que sería demasiado largo analizar».
[3]Fragmento de esta nota sobre una hoja suelta. El principio se ha perdido: […tal como lo demostró] Lucien Febvre, es la historia misma la que, interrogada sobre la línea que el desarrollo de la humanidad no ha dejado de seguir, se encarga de darles el más flagrante mentís. No solo cada ciencia, considerada aparte, encuentra en los tránsfugas de los sectores vecinos los artesanos mejores, a menudo, de sus éxitos. Pasteur, que renovó la biología, no era un biólogo —y bien se lo hicieron ver durante su vida—, de la misma manera que Durkheim y Vidal de la Blache, que dejaron con sus estudios históricos de principios del siglo XX una huella incomparablemente más profunda que la de cualquier especialista, eran: el primero, un filósofo pasado a la sociología; el segundo, un geógrafo, y ni uno ni otro se contaban entre los historiadores patentados.
[4] Fustel de Coulanges, Lección de apertura de curso de 1862, en la Revue de Synthèse historique, t. II, 1901, p. 243; Michelet, curso de la Escuela Normal, 1829, citado por G. Monod, La Vie et la Pensée de Jules Michelet, t. I, p. 127: «Nos ocuparemos conjuntamente del estudio del hombre individual, lo que será filosofía, y del estudio del hombre social, lo que será historia». Conviene añadir que, más tarde, Fustel dijo, en una fórmula más ajustada y más llena, cuyo desarrollo, que acaba de leerse, no hace en suma más que dar un comentario: «La historia no es la acumulación de los acontecimientos de todo orden que se han producido en el pasado. Es la ciencia de las sociedades humanas». Pero tal vez es reducir con exceso la parte del individuo en la historia; el hombre en sociedad y las sociedades no son dos nociones exactamente equivalentes.
[5] «Una vez más, no el hombre, nunca el hombre. Las sociedades humanas, los grupos organizados», Lucien Febvre, La Terre et l’Évolution humaine, p. 201.
[6] Prefacio a las Accessiones Historicae (1700), Opera, ed. Dutens, t. IV, 2, p. 53: «Tria sunt quae expetimus in Historia: primum, voluptatem nos cendi res singulares; deinde, utilia in primis vitae praecepta; ac denique origines praesentium a praeteritis repetitas, cum omnia optime ex causis nos cantur».
[7] En mi juventud oía a un muy ilustre erudito, que fue director de l’École des Chartes, decirnos con bastante orgullo: «Con veinte años de diferencia, fecho sin error la letra de un manuscrito». No olvidaba sino una cosa: muchos hombres, muchos escribas, viven más de cuarenta años, y, si a veces la letra se modifica al envejecer, rara vez es para adaptarse a las nuevas escrituras ambientes. Debió haber, en los alrededores del año 1200, escribas sexagenarios que escribían todavía como se les había enseñado a hacerlo hacia 1150. En realidad, la historia de la escritura está extrañamente atrasada con respecto a la del lenguaje. Espera su Díez o su Meillet.
[La crítica]
[a] En francés, Brême (nombre francés de Bremen o Brema) y Braisne se pronuncian casi igual. [T.]
[b] Suponiendo que las posibilidades de mortalidad sean iguales para cada día del año, lo que no es exacto (existe una curva anual de la mortalidad); pero podemos, sin inconveniente, postularlo aquí.
[c] Desde la muerte de Juan Colombini hasta nuestros días han gobernado la iglesia (contando la doble y triple serie de la época del gran cisma) sesenta y cinco papas; treinta y ocho se han sucedido después de la muerte de Ignacio. La primera lista ofrece cincuenta y ocho homónimos con la segunda, donde esos mismos nombres han sido repetidos exactamente treinta y ocho veces. (Como se sabe, los papas tienen la costumbre de tomar nombres ya honrados por el uso). La probabilidad de que los jesuitas fuesen suprimidos por uno de esos papas homónimos era, pues, de 55/65 o de 11/13; para los jesuitas llegaba a 38/38 o sea 1; dicho de otra manera, era una certidumbre. Y la probabilidad combinada es de 11/13 × 1, o sea 11/13. En fin, 1/3652 o 1/133 225 × 11/13 da 11/1 731 925, o sea un poco más de 1/157.447. Para ser del todo exactos, habría que tener en cuenta la duración respectiva de los pontificados. Pero la naturaleza de este divertimiento matemático, cuyo único objeto es poner en claro un orden de magnitud, me ha parecido autorizar la simplificación de los cálculos.