TERESA DE LA PARRA (París, 5 de octubre de 1889 - Madrid, 23 de abril de 1936) fue una escritora venezolana considerada como una de las más destacadas de su época en Hispanoamérica. Aunque gran parte de su vida transcurrió en el extranjero, supo expresar en su obra literaria el ambiente íntimo y familiar de la Venezuela de ese entonces. Según Rose Anna Mueller, De la Parra «describió su educación y sus experiencias en Venezuela en un nuevo estilo libre del criollismo o estilo pintoresco en boga en la época».
Escribió dos novelas que la inmortalizaron en toda América: Ifigenia y Las Memorias de Mamá Blanca. En Ifigenia, su novela más conocida, planteó por primera vez en su país el drama de la mujer frente a una sociedad que no le permitía tener voz propia y cuya única opción de vida, según la sociedad, era el matrimonio legalmente constituido. Por ello, el título de Ifigenia remite al personaje griego y al sacrificio.
Con esta novela participó en un concurso literario en París, auspiciado por el Instituto Hispanoamericano de la Cultura Francesa, y obtuvo el primer premio. Ifigenia fue traducida al francés por Francisco de Miomandre, un conocido escritor y mediador entre Francia y América española. Su fama creció hasta convertirse en una de las escritoras más destacadas de Latinoamérica y colocarse al lado de Gabriela Mistral, con quien mantuvo una estrecha amistad. En 1927, fue invitada a Cuba para participar y hablar de Simón Bolívar en el Congreso de Prensa Latina; el tema de su discurso fue «La Influencia Oculta de las Mujeres en la Independencia y en la vida de Bolívar». Fue entonces cuando se encontró con alguien que tendría un papel importante en su vida durante sus últimos años, Lydia Cabrera. En 1929 publicó su segunda novela, Las Memorias de Mamá Blanca, que aparecido en español y en francés.
Su nombre de origen es Ana Teresa Parra Sanojo, pero quedó inmortalizada como Teresa de la Parra tras modificar su nombre para la edición de su primera novela.
A ti, dulce ausente, a cuya sombra propicia floreció poco a poco este libro. A aquella luz clarísima de tus ojos que para el caminar de la escritura lo alumbraron siempre de esperanza, y también, a la paz blanca y fría de tus dos manos cruzadas que no habrán de hojearlo nunca, lo dedico.
Índice de contenido
Teresa de la Parra, 1924
Texto correspondiente a la segunda edición de Ifigenia, publicada en París por I. H. Bendelac en 1928, que incluye las correcciones y añadidos por la autora a la 1.ª edición de 1924, además del prólogo de Francis de Miomandre
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Cuando Teresa de la Parra publicó esta primera y gran novela, Ifigenia, estaba muy lejos de sospechar que esa obra la iba a convertir en la escritora más importante que ha dado al mundo Venezuela, y en una de las autoras más relevantes del pasado siglo en lengua castellana.
Ifigenia fue un título puesto in extremis, justo antes de que la novela se publicara. Inicialmente Teresa de la Parra la había titulado Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba. Y ese fastidio, ese aburrimiento era el de una joven educada en París que de regreso a su tierra natal, Venezuela, topa con una sociedad que no le permitía expresar sus ideas ni elegir su destino.
La crítica ha señalado en Ifigenia dos niveles, perfectamente complementarios: de una parte, ofrece una dura crítica de la sociedad de su tiempo, crítica que la indispuso con el entonces dictador venezolano Juan Vicente Gómez, lo que la llevó a regresar a España, donde había cursado estudios; de otra parte, Ifigenia es un relato intimista, impregnado de humor y de melancolía, que como señaló Arturo Úslar Pietri, sólo podía escribirlo una mujer («Libro mujer: atractivo, oscuro, turbador», escribió Arturo Úslar Pietri en un ensayo). Un relato ágil, lleno de ritmo, plagado de ensoñaciones y anhelos, de decepciones y esperanzas.
Teresa de la Parra
Ifigenia
Diario de una señorita
que escribió porque se fastidiaba
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Titivillus 03-02-2018
PRÓLOGO
Me regocija de todo corazón el éxito obtenido por este libro. Tanto más, cuanto que, habiéndole tenido ante mis ojos en forma de manuscrito, había podido apreciar de antemano, por decirlo así, la justicia de este triunfo.
Se llamaba al principio «Diario de una Señorita que se fastidia», título a mi parecer demasiado modesto, que no encerraba sino el elemento menos profundo de la obra. Me gusta mucho más el título actual que no tiene pretensión mitológica sino el tiempo brevísimo que dura una sonrisa, una de esas sonrisas encantadoras, furtivas y confidenciales, innatas en Teresa de la Parra, lo mismo como mujer que como escritora. Tengo el honor de conocerla personalmente y puedo decir qué es uno de los autores más perfectamente semejantes a sí mismos que me haya sido dado encontrar en este valle de lágrimas de tinta que llaman la literatura.
Ingenuidad: he aquí el don más evidente, y el más precioso también, de Teresa de la Parra. Es difícil imaginarse una carencia tan absoluta de pose, una naturalidad tan fresca y tan sincera. Al lado suyo las demás escritoras, aun las mejores, parecen o haberlo escondido todo, o haber enseñado demasiado; hipócritas o cínicas, líricas embriagadas de palabras o realistas cargadas de precisión fisiológica. Lo que sorprende en la autora de Ifigenia es este tino exquisito para expresar los sentimientos, esta moderación, este equilibrio, este tono de conversación familiar.
¿Han pensado ustedes nunca lo que podría ser esta frase en apariencia contradictoria: «una confesión de salón»? Pues bien, he aquí la obra de esta novelista: es una confesión para sociedad escogida. Teresa de la Parra dice todo cuanto le pasa por la cabeza, esa bonita cabeza tan bien hecha por fuera como por dentro, y nunca nos sentimos chocados, porque aun en los momentos mismos en que más se deja llevar por los caprichos de la fantasía, o por las conclusiones lógicas de sus libres convicciones, sigue siempre sometida a una especie de regla interior que le impide, por decirlo así, el ir más lejos de lo que se debe. Esta seguridad en el temple, esta armonía sutil, este ritmo secreto, provienen de una sensibilidad especial de nuestra autora, sensibilidad que no intento analizar, ya que este trabajo pedante no tendría quizás más resultado que el ahogar, disociándolos, esos elementos sutilísimos que la componen. Aquí nada equivale a la lectura. Diez páginas de la novela dicen más acerca de ella misma que un largo estudio crítico.
Desde el punto de vista de la composición, es Ifigenia un relato muy bien hecho, a pesar de su lenta cadencia y de la abundancia de digresiones (exquisitas digresiones que no deben sacrificarse de ningún modo). Es la historia de una muchacha de Caracas: María Eugenia Alonso que vuelve a su casa después de una larga ausencia coronada por unas breves semanas de permanencia en París, donde gasta sin darse cuenta el dinero que le quedaba. Al llegar a Caracas se entera de que no tiene un céntimo de que disponer. Ha de ser la víctima designada a las Euménides de la familia, la moderna Ifigenia.
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