Índice
I
SINFONÍA DE CUNA Una vez andando Por un parque inglés Con un angelorum Sin querer me hallé. Buenos días, dijo, Yo le contesté, Él en castellano, Pero yo en francés. Dites moi, don ángel, Comment va monsieur. Él me dio la mano, Yo le tomé el pie: ¡Hay que ver, señores, Cómo un ángel es! Fatuo como el cisne, Frío como un riel, Gordo como un pavo, Feo como usted. Susto me dio un poco Pero no arranqué. ¡Buenas con que hubiera Sido Lucifer! Se enojó conmigo, Me tiró un revés Con su espada de oro, Yo me le agaché. Ángel más absurdo Non volveré a ver. Ángel más absurdo Non volveré a ver.
Muerto de la risa Dije good bye sir, Siga su camino, Que le vaya bien, Que la pise el auto, Que la mate el tren. Ya se acabó el cuento, Uno, dos y tres. DEFENSA DEL ÁRBOL Por qué te entregas a esa piedra Niño de ojos almendrados Con el impuro pensamiento De derramarla contra el árbol. Quien no hace nunca daño a nadie No se merece tan mal trato. Ya sea sauce pensativo Ya melancólico naranjo Debe ser siempre por el hombre Bien distinguido y respetado: Niño perverso que lo hiera Hiere a su padre y a su hermano. Yo no comprendo, francamente, Cómo es posible que un muchacho Tenga este gesto tan indigno Siendo tan rubio y delicado.
Seguramente que tu madre No sabe el cuervo que ha criado, Te cree un hombre verdadero, Yo pienso todo lo contrario: Creo que no hay en todo Chile Niño tan mal intencionado. ¡Por qué te entregas a esa piedra Como a un puñal envenenado, Tú que comprendes claramente La gran persona que es el árbol! Él da la fruta deleitosa Más que la leche, más que el nardo; Leña de oro en el invierno, Sombra de plata en el verano Y, lo que es más que todo junto, Crea los vientos y los pájaros. Piénsalo bien y reconoce Que no hay amigo como el árbol, Adonde quiera que te vuelvas Siempre lo encuentras a tu lado, Vayas pisando tierra firme O móvil mar alborotado, Estés meciéndote en la cuna O bien un día agonizando, Más fiel que el vidrio del espejo Y más sumiso que un esclavo. Medita un poco lo que haces, Mira que Dios te está mirando, Ruega al señor que te perdone De tan gravísimo pecado Y nunca más la piedra ingrata Salga silbando de tu mano. CATALINA PARRA Caminando sola Por ciudad extraña Qué será de nuestra Catalina Parra. Cuánto tiempo ¡un año! Que no sé palabra De esta memorable Catalina Parra.
Bajo impenitente Lluvia derramada Dónde irá la pobre Catalina Parra. ¡Ah, si yo supiera! Pero no sé nada Cuál es tu destino Catalina Pálida. Sólo sé que mientras Digo estas palabras En volver a verte Cifro la esperanza. Aunque sólo seas Vista a la distancia Niña inolvidable, Catalina Parra. Hija mía, ¡cuántas Veces comparada Con la rutilante Luz de la mañana! Ay, amor perdido, ¡Lámpara sellada! Que esta rosa nunca Pierda su fragancia. PREGUNTAS A LA HORA DEL TÉ Este señor desvaído parece Una figura de un museo de cera; Mira a través de los visillos rotos: Qué vale más, ¿el oro o la belleza?, ¿Vale más el arroyo que se mueve O la chépica fija a la ribera? A lo lejos se oye una campana Que abre una herida más, o que la cierra: ¿Es más real el agua de la fuente O la muchacha que se mira en ella? No se sabe, la gente se lo pasa Construyendo castillos en la arena: ¿Es superior el vaso transparente A la mano del hombre que lo crea? Se respira una atmósfera cansada De ceniza, de humo, de tristeza: Lo que se vio una vez ya no se vuelve A ver igual, dicen las hojas secas.
Hora del té, tostadas, margarina, Todo envuelto en una especie de niebla. HAY UN DÍA FELIZ A recorrer me dediqué esta tarde Las solitarias calles de mi aldea Acompañado por el buen crepúsculo Que es el único amigo que me queda. Todo está como entonces, el otoño Y su difusa lámpara de niebla, Sólo que el tiempo lo ha invadido todo Con su pálido manto de tristeza. Nunca pensé, creédmelo, un instante Volver a ver esta querida tierra, Pero ahora que he vuelto no comprendo Cómo pude alejarme de su puerta. Nada ha cambiado, ni sus casas blancas Ni sus viejos portones de madera. Todo está en su lugar; las golondrinas En la torre más alta de la iglesia; El caracol en el jardín; y el musgo En las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino Del cielo azul y de las hojas secas En donde todo y cada cosa tiene Su singular y plácida leyenda: Hasta en la propia sombra reconozco La mirada celeste de mi abuela. Éstos fueron los hechos memorables Que presenció mi juventud primera, El correo en la esquina de la plaza Y la humedad en las murallas viejas. ¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe Uno apreciar la dicha verdadera, Cuando la imaginamos más lejana Es justamente cuando está más cerca. Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice Que la vida no es más que una quimera; Una ilusión, un sueño sin orillas, Una pequeña nube pasajera. Vamos por partes, no sé bien qué digo, La emoción se me sube a la cabeza. Como ya era la hora del silencio Cuando emprendí mi singular empresa, Una tras otra, en oleaje mudo, Al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas Y cuando estuve frente a la arboleda Que alimenta el oído del viajero Con su inefable música secreta Recordé el mar y enumeré las hojas En homenaje a mis hermanas muertas. Perfectamente bien. Seguí mi viaje Como quien de la vida nada espera. Pasé frente a la rueda del molino, Me detuve delante de una tienda: El olor del café siempre es el mismo, Siempre la misma luna en mi cabeza; Entre el río de entonces y el de ahora No distingo ninguna diferencia. Lo reconozco bien, éste es el árbol Que mi padre plantó frente a la puerta (Ilustre padre que en sus buenos tiempos Fuera mejor que una ventana abierta). Yo me atrevo a afirmar que su conducta Era un trasunto fiel de la Edad Media Cuando el perro dormía dulcemente Bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve El delicado olor de las violetas Que mi amorosa madre cultivaba Para curar la tos y la tristeza. Cuánto tiempo ha pasado desde entonces No podría decirlo con certeza; Todo está igual, seguramente, El vino y el ruiseñor encima de la mesa, Mis hermanos menores a esta hora Deben venir de vuelta de la escuela: ¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo Como una blanca tempestad de arena! ES OLVIDO Juro que no recuerdo ni su nombre, Mas moriré llamándola María, No por simple capricho de poeta: Por su aspecto de plaza de provincia. ¡Tiempos aquellos! Yo un espantapájaros, Ella una joven pálida y sombría. Al volver una tarde del Liceo Supe de la su muerte inmerecida, Nueva que me causó tal desengaño Que derramé una lágrima al oírla. Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera! Y eso que soy persona de energía. Si he de conceder crédito a lo dicho Por la gente que trajo la noticia Debo creer, sin vacilar un punto, Que murió con mi nombre en las pupilas, Hecho que me sorprende, porque nunca Fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples Relaciones de estricta cortesía, Nada más que palabras y palabras Y una que otra mención de golondrinas. La conocí en mi pueblo (de mi pueblo Sólo queda un puñado de cenizas), Pero jamás vi en ella otro destino Que el de una joven triste y pensativa. Tanto fue así que hasta llegué a tratarla Con el celeste nombre de María, Circunstancia que prueba claramente La exactitud central de mi doctrina. Puede ser que una vez la haya besado, ¡Quién es el que no besa a sus amigas! Pero tened presente que lo hice Sin darme cuenta bien de lo que hacía. No negaré, eso sí, que me gustaba Su inmaterial y vaga compañía Que era como el espíritu sereno Que a las flores domésticas anima. Yo no puedo ocultar de ningún modo La importancia que tuvo su sonrisa Ni desvirtuar el favorable influjo Que hasta en las mismas piedras ejercía.