Jonathan Walker - Operación «Impensable»
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- Libro:Operación «Impensable»
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2013
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Operación «Impensable»: resumen, descripción y anotación
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En la primavera de 1945, mientras proseguía la guerra contra el Reich, Winston Churchill mandó al mariscal Montgomery que guardase las armas tomadas a los alemanes por si era necesario usarlas contra los soviéticos «con ayuda alemana». Al propio tiempo encargó que se preparasen los primeros planes para un ataque contra la Unión Soviética. Los autores del proyecto, que llevaba el nombre de «Operación Impensable», presentaron sus planes el 22 de mayo de 1945, apenas dos semanas después de la rendición del Reich. La «Operación Impensable», que pudo haber significado el inicio de la tercera guerra mundial, fue abandonada, y durante muchos años se ocultó cuidadosamente todo lo que se refería a ella. Jonathan Walker ha conseguido recuperar toda la documentación referida a estos planes y nos relata su historia, situándola en el contexto de las dudas y los temores acerca del futuro con que vivió Winston Churchill los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial.
Jonathan Walker
1945. Los planes secretos para una tercera guerra mundial
ePub r1.0
Titivillus 30.05.16
Título original: Operation Unthinkable
Jonathan Walker, 2013
Traducción: Efrén del Valle
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
JONATHAN WALKER nacido en 1953 en Inglaterra, fue educado en la universidad de Clifton, donde desarrolló un interés apasionado por la historia militar. Después de una exitosa carrera empresarial, comenzó a investigar y escribir artículos freelance para periódicos y revistas y su primer libro, La tina de sangre fue publicado en 1998. Desde entonces, ha publicado cinco libros más de no ficción.
Da conferencias regularmente sobre historia militar, ha aparecido en la BBC y documentales de televisión extranjeros. Es miembro de la Comisión Británica de Historia Militar y se ha retirado recientemente como Hon. Investigador Asociado en la Universidad de Birmingham. Es también exvicepresidente de la Asociación de Escritores de West Country.
A las tres de la tarde del 9 de mayo de 1945, Día de la Victoria en Europa, el primer ministro Winston Churchill retransmitió para la nación británica desde la sala del Gabinete del número 10 de Downing Street. Todavía utilizaba sus habituales gesticulaciones, como si estuviera hablando en un mitin público, y su voz apenas dejaba entrever la enorme presión a la que se había visto sometido desde 1940. El discurso resonó desde unos altavoces ante una gran multitud reunida en Parliament Square, Trafalgar Square y por toda Gran Bretaña. Fue emitido inalámbricamente en toda Europa y fuera de ella. Churchill anunció que la guerra contra Alemania había terminado y recordó a sus oyentes la magnitud de la lucha que habían soportado. «Podemos permitirnos un breve periodo de alegría —advirtió—, pero no olvidemos ni por un instante el arduo trabajo y los esfuerzos que nos aguardan». Mientras recordaba a su público que Japón era el diablo al que todavía había que derrotar, era muy consciente de otro peligro, este más impredecible, que acechaba en el Este. Más tarde recordaba:
Cuando en esos tumultuosos días de alegría me pidieron que hablara a la nación, había llevado la máxima responsabilidad de nuestra isla durante casi cinco años. Sin embargo, es posible que hubiera algunos corazones que soportaran más ansiedad que el mío.
La causa de la agonía privada de Churchill durante los días de celebración eran Iósif Stalin y su determinación de ejercer un control total sobre Polonia y Europa del Este. No es de extrañar que Churchill titulara su crónica sobre el final de la guerra Triunfo y tragedia. En mayo de 1945 estaba sumamente preocupado, no solo por el creciente dominio de Stalin en la Europa continental, sino también por sus planes para Gran Bretaña y su imperio. Las profecías durante los últimos meses de la guerra no habían sido alentadoras.
En la primavera de 1945, el Ejército Rojo continuó su avance hacia Europa occidental; llegó al Adriático, en el Sur, y se aproximó a unos 150 kilómetros del Rin, en el Oeste. Entre tanto, Alemania había quedado destruida y Gran Bretaña y Francia, dos grandes potencias, se hallaban económicamente exhaustas. Estados Unidos ya estaba desviando su atención hacia la región del Pacífico y parecía dispuesto a abandonar Europa. Ante unas perspectivas tan funestas, Churchill vio una última posibilidad de salvar a Polonia de un dominio soviético total. Incluso la propia Gran Bretaña parecía vulnerable, y solo parecía haber una solución: hacer retroceder al imperio soviético por la fuerza. Sin demora, ordenó la preparación de la Operación «Impensable» para evaluar la posibilidad de que un contingente aliado atacara al Ejército Rojo y recuperara el terreno perdido en Europa.
Churchill se sentía aislado. El difunto presidente Roosevelt, con sus asesores «progresistas», el general George Marshall, jefe del Estado Mayor, el embajador Joseph Davies, Harry Hopkins e incluso su hijo, Elliott Roosevelt, había intentado amoldarse a Stalin. De hecho, el presidente se consideraba el hombre más adecuado para tratar con él, y dijo a Churchill: «Yo puedo manejar mejor a Stalin que su Ministerio de Asuntos Exteriores o mi Departamento de Estado». Habida cuenta de la capacidad del líder soviético para mostrar una conducta taimada y brutal, aquello era una osadía, y el Estado Mayor Conjunto de EE. UU. no la apoyaba, al menos en privado. «En Occidente —reconocían—, nadie sabe en realidad qué rumbo tomará la política soviética».
A juicio de Stalin, tras los enormes sacrificios de su pueblo, la Unión Soviética se merecía los botines de guerra. Durante «la Gran Guerra Patria», tal como conocían los soviéticos a la Segunda Guerra Mundial, habían perecido más de 8,5 millones de soldados del Ejército Rojo y más de diecisiete millones de civiles. Este cálculo total de más de veinticinco millones de muertos empequeñecía las pérdidas sufridas por cualquier otra potencia participante, y la guerra también costó a la Unión Soviética alrededor de un 30% de su riqueza natural.
Si había que poner freno a las ambiciones de Stalin y la diplomacia no lo lograba, Occidente tal vez habría de recurrir a medios militares. La fuerza militar anglo-estadounidense se hallaba en su cúspide en mayo de 1945, pero disminuiría rápidamente debido a la desmovilización general y al despliegue de fuerzas en Extremo Oriente. Churchill creía que debía actuar con rapidez y determinación para combatir la amenaza soviética. El 12 de mayo de 1945, envió un telegrama al presidente Truman, el sucesor de Roosevelt:
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