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Jesús Bermejo Tirado - Breve historia de los Íberos

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Jesús Bermejo Tirado Breve historia de los Íberos

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Agradecimientos

Quisiéramos agradecer al Profesor José María Luzón Nogué, Catedrático de Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, su ayuda y enseñanzas desde que me encontraba estudiando la carrera, así como la revisión y las sugerencias que hizo sobre el texto, las cuales han aumentado de manera sustancial la calidad del mismo. También quisiéramos agradecer a Guadalupe López Monteagudo, Investigadora Titular del Instituto de Historia del C.S.I.C. y a Irene Mañas Romero, arqueóloga y amiga, todo el apoyo que me han prestado de manera desinteresada. Igualmente queremos agradecer su ayuda y amistad a Juan Gómez Hernanz, Jorge García Sánchez, Sergio Viejo Guardia, Javier León Merino y a otros muchos/as camaradas y estudiosos/as de la Antigüedad. Por último, pe ro no menos importante, me gustaría hacer una mención especial a Cintia Cano Bollo (la “niña”), paciente compañera y obligada excursionista de innumerables yacimientos y tediosas salas de museos.

Anexos documentales
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El problema de los orígenes

Son muchos los estudiosos que han intentado establecer una explicación que pue da ser adecuada a la hora de establecer el origen de una de las culturas con más personalidad en el antiguo occidente mediterráneo. El problema de su origen se ha tropezado con una serie de problemas arqueológicos que han supuesto que las interpretaciones hasta ahora propuestas resulten poco fiables. El principal de estos problemas es el desconocimiento absoluto de la lengua (o las lenguas) ibéricas. Su hipotética alineación con grandes troncos lingüísticos, de manera similar al indoeuropeo o las lenguas bereberes de origen norteafricano, se ha utilizado para buscar una posible vinculación a orígenes de diversas zonas geográficas, sobre todo desde puntos de vista historicistas tradicionales, muy utilizados en la Europa del XIX y que tendían a buscar la explicación de los cambios en invasiones y conquistas de tipo militar.

Hoy descartamos una explicación de este tipo para buscar los orígenes del iberismo en nuestro territorio. Es por lo tanto la arqueología, es decir el estudio de los objetos depositados en el terreno, nuestra única guía para la búsqueda de una explicación satisfactoria. Descartado un origen norteafricano por la mayoría de los expertos actuales, hoy se tiende a poner el acento en la propia evolución interna de las poblaciones peninsulares influidas por aportes provenientes de gentes venidas de Grecia y Fenicia, o dicho de una manera más genérica, de otros lugares del Mediterráneo, por lo menos desde el siglo VIII a. C., por muy diversas razones.

Estos dos puntos de vista, interno y externo, deben ser tenidos en cuenta para comprender de manera más idónea el surgimiento de esta cultura. Esta propuesta para encontrar el origen de lo ibérico nos obliga a buscar un precedente en lo que los investigadores y las fuentes escritas han llamado Tartessos. La mítica ciudad, mencionada en numerosos textos, tanto clásicos como de origen oriental como la propia Biblia (en la que se mencionan las naves de Tarsis), ha sido uno de los temas más tratados por la arqueología española de los últimos cien años. Tras sus huellas han ido generación tras generación de arqueólogos españoles, franceses y alemanes intentando descubrir los restos de la supuesta capital del reino donde gobernaba el legendario Argantonios, el longevo rey que acogió a Colaios de Samos, un navegante griego que fue arrastrado, según cuenta Heródoto, hasta las costas andaluzas por una tormenta. La mítica Tartessos, entendida como una ciudad, fue el blanco de numerosas rebuscas de arqueólogos que, con escasa fortuna y con los textos antiguos en la mano, intentaron sin éxito su localización en lugares tan dispares como la costa de Málaga, Cádiz, el Coto de Doñana o la ciudad de Huelva. Muchos de estos arqueólogos e historiadores elaboraron un origen helenizante para Tartessos intentando buscar las huellas de las antiguas navegaciones que, desde el Bronce Final, llevarían a los sucesores de los antiguos aqueos a arribar las costas de Iberia formando el germen de lo que se pasaría a denominar cultura Tartésica. Estos arqueólogos, algunos de los cuales se encontraban muy influidos por la ideología del momento, muy extendida por Europa a partir de los años veinte, negaron sistemáticamente cualquier tipo de influencia fenicia en la colonización antigua de la península ibérica. Paradójicamente, algunos de los seguidores de esta tendencia, en su carrera por convertirse en los descubridores de la capital de este reino, fueron descubriendo los restos de una profunda y amplia presencia fenicia en nuestras costas y por lo tanto han sido los causantes de la verdadera conciencia de la influencia oriental en lo que pudo ser Tartessos y en el origen del mundo ibérico. Poco a poco se fueron descubriendo los restos de una serie de asentamientos fenicios, más o menos vinculados al centro redistribuidor de Gadir (la actual Cádiz), que prueban el trasvase de gentes, y sobre todo de ideas, desde las ciudades de la costa fenicia, en especial de Tiro.

Reconstrucción de un lienzo de la antigua muralla orientalizante del Cabezo de - photo 1

Reconstrucción de un lienzo de la antigua muralla orientalizante del Cabezo de San Pedro (Huelva), según García Sanz y Fernández Jurado (2001).

Estos descubrimientos fueron probando la existencia de un comercio continuado entre gentes venidas del Oriente mediterráneo y los indígenas, lo que solo es explicable mediante el desarrollo, por parte de los antiguos navegantes fenicios, de técnicas de navegación astronómicas, desarrolladas por los caravaneros de las rutas de comercio de los desiertos de Siria y Arabia, y de la ingeniería naval, fabricando naves tan efectivas como los famosos hippoi (caballos en griego, en referencia a los motivos con que estos hombres del mar decoraban las proas de sus naves) o los gôlah (voz semita similar al griego gaulos, que significa bañera).

Reproducción de una vista del proceso de excavación del pecio de Mazarrón - photo 2

Reproducción de una vista del proceso de excavación del pecio de Mazarrón (Murcia), tomado de un cartel del Museo Nacional de Arqueología Submarina de Cartagena, Ministerio de Cultura.

Poco a poco el desarrollo de las tecnologías náuticas fue permitiendo la llegada cada vez más frecuente de gentes venidas del Oriente mediterráneo entre los siglos VIII-VI a. C. Esta época en la que se produce un aumento de los materiales e influencias culturales de origen oriental en todo el Mediterráneo, incluyendo a Grecia, la Italia lacial, Etruria y por supuesto la península ibérica, se conoce por los arqueólogos con el nombre de orientalizante y supone un auténtico movimiento cultural en todo el Mediterráneo antiguo. Poco después, los navegantes griegos también iniciaron un periodo de contactos con las poblaciones autóctonas del Mediterráneo occidental, en el que destacaron los habitantes de Focea, ciudad griega de la antigua Asia Menor, región que actualmente se puede asimilar a la costa de la actual Turquía. Según el historiador griego Heródoto, los foceos entraron en contacto con el rey local Argantonios quien les entregó plata suficiente como para financiar la defensa de su ciudad frente al gran enemigo persa que acechaba a sus puertas. Los foceos fundaron la colonia de Massalia, actual Marsella en la ribera mediterránea francesa, que sirvió de punto de partida para el establecimiento de las dos únicas fundaciones de origen griego que la arqueología ha logrado documentar en territorio español, Emporion y Rhode (actuales Ampurias y Rosas, en la provincia de Gerona). Pero pese a que, de momento, la presencia griega en asentamientos parece circunscribirse a una serie de áreas muy concretas, su influencia fue mucho mayor, a juzgar por la gran cantidad de objetos de procedencia helénica que se encuentran en nuestro litoral. Los hallazgos de buques hundidos, como el del puerto de Pollença (Mallorca), fechado en el siglo VI a. C., o los de armas, como el casco corintio de la Ría de Huelva o el de Jerez de la Frontera, nos señalan un ambiente de navegantes-guerreros que se aventuraban por nuestros ríos en busca de nuevos mercados para comerciar exponiéndose a la posible hostilidad de los nativos. Se trata de una época de descubrimientos y exploraciones que podría asemejarse a una especie de

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