AA. VV. - Los Iberos
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Almagro, M., Prehistoria, en vol. I de Historia de España, Madrid, Espasa Calpe, 1954. Arribas, A., Los Iberos, Barcelona, Aymá, 1976. Ballester, R., Historia de España, vol. I, Barcelona, Aymá, 1956. Blázquez, J. M., Religiones primitivas de España, vol. I, Madrid, 1962. Blázquez, J. M., y Montenegro, A., La Prehistoria, en vol. I de Historia de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1980. Bozal, V., Historia del Arte en España, vol. I, Madrid, Istmo, 1978. Cabo, A., y Vigil, M., Condicionamientos geográficos. Edad Antigua, Madrid, Alianza, 1975. Caro Baroja, J., Los pueblos de España (3 vols.), Madrid, Istmo, 1976. Cuadrado, E., Un pueblo prehistórico hispano: los Iberos, Madrid, 1967. Fletcher, D. , Problemas de la cultura ibérica Valencia, S.I.P., 1960. García Bellido, A., Arte ibérico, Cap. I de Ars Hispaniae, Madrid, 1962. Gaya Nuño, J. A., La escultura ibérica, Madrid, Aguilar, 1974. Guadán, A. M., Numismática ibérica e ibero-romana, Madrid, C.S.I.C., 1969. Lozoya, M. de, Primeras nociones históricas de España, Barcelona, Salvat, 1974. Maluquer de Motes, J., Los pueblos ibéricos, Madrid, Espasa-Calpe, 1954. Mangas, j., y otros, Historia de España Antigua, Madrid, Cátedra, 1980. Mansuelli, G. A., Las civilizaciones de la Europa Antigua, Barcelona, Juventud, 1972. Tarradell, M., Arte ibérico, Barcelona, Polígrafa, 1968. Id., La España Antigua, en vol. I de Historia de España y América social y económica, Barcelona, Vicens Vives, 1974. Ramos, R., Arqueología prehistórica de la Península Ibérica, Elche, Picher, 1982. Roldán, J. M., Introducción a la Historiá Antigua, Madrid, Istmo, 1975. Varios autores, Historia de España, Madrid, Historia 16, 1986.
Título original: Los Iberos
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Entrega n.º 42 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a los iberos.
AA. VV.
Cuadernos Historia 16 - 042
ePub r1.0
Titivillus 14.03.2021
Por Miquel Tarradell
Catedrático de Arqueología, Numismática y Epigrafía.
Universidad Central de Barcelona
F UE en la fase inicial, que podríamos llamar precientífica, cuando surgió la teoría de que los iberos penisulares eran resultado de una invasión norteafricana. Se trataba de una hipótesis de trabajo que, como acontece con excesiva frecuencia, se tomó como un hecho comprobado. Algún día habrá que analizar con calma la historia concreta de este fenómeno, que es un ejemplo de africanismo que inundó buena parte de nuestra prehistoria y del que, en la visión actual, apenas queda nada.
Para comprender cómo se ha alcanzado el conocimiento actual vale la pena esbozar las grandes etapas de la investigación, cuyos inicios podemos situar hace alrededor de un siglo. Ciertamente el nombre de los iberos, su situación geográfica y algunas de sus características eran conocidas desde el Renacimiento, cuando se comenzaron a manejar y a estudiar los textos clásicos greco-latinos. Asimismo hacía mucho tiempo que los epigrafistas habían identificado un tipo peculiar de alfabeto propio de los iberos, y los numismáticos lo habían observado sobre monedas acuñadas en el área ibérica. Los intrigantes problemas del alfabeto y de la lengua o de las acuñaciones monetarias, unidos a las referencias de las fuentes clásicas, habían precedido en mucho a la arqueología: la identificación del arte ibérico, sus lugares de habitación o de enterramiento.
Una nueva etapa se abrió en las últimas décadas del siglo pasado con los descubrimientos de piezas espectaculares de escultura ibérica. Primero fueron los hallazgos del Cerro de los Santos, en Montealegre del Castillo (Albacete), donde aparecieron una numerosa serie de figuras de piedra que llamaron rápidamente la atención, pero que no consiguieron la admiración general. Mostradas en las Exposiciones Universales de Viena (1873) y de París (1878), fueron recibidas con una cierta curiosidad más bien fría. El salto definitivo se dio el 4 de agosto de 1897, cuando unos campesinos hallaron en la Alcudia de Elche un busto femenino que fue bautizado —cómo no— con el nombre de la Reina Mora, y que poco después comenzó a ser conocido como la Dama de Elche. La pieza, comprada por el Museo del Louvre, permitió la rápida internacionalización de un arte hasta entonces desconocido.
Los años siguientes fueron decisivos. Abierto el interés en torno a este arte, correspondiendo al momento inicial de los descubrimientos prehistóricos en nuestra Península, comenzó la recolección de los datos arqueológicos que debían dar un primer esbozo de la arqueología ibérica, una de cuyas piedras de fundamento fueron los dos tomos de Pierre Paris Essai sur l’art et l’industrie de l’Espagne primitive. publicados en 1903-1904, donde por primera vez sistemáticamente se describían una serie de yacimientos, con sus cerámicas muy características, que iban a dar a partir de entonces una pista importante para las localizaciones o identificaciones de lugares ibéricos. Al mismo tiempo se realizaban los primeros ensayos de excavación en poblados y necrópolis. El momento coincidía con los sensacionales descubrimientos del mundo micénico y cretense: unos ciertos parecidos con la decoración cerámica permitieron la sospecha de que se trataba de culturas contemporáneas y de que los iberos habrían sido influidos por Micenas.
Podemos considerar que esta fase de descubrimiento termina en 1915. Desde entonces hasta 1936 estamos en la época de la consolidación y de los primeros resultados sólidos. Elegimos 1915 como hito, porque en este año apareció el trabajo de P. Bosch Gimpera El problema de la cerámica ibérica, donde, por primera vez, se sientan las bases cronológicas de la cerámica, que son válidas para el conjunto cultural. Fue el tiempo de otros descubrimientos y de las grandes excavaciones, organizadas ya desde centros de investigación, básicamente la Junta Superior de Investigaciones y Antigüedades de Madrid y el Institut d’Estudis Catalans de Barcelona. Surgían, más o menos íntegros, poblados como el de Azaila o el grupo de la comarca del Mattarranya entre Cataluña y Aragón, necrópolis como la de Galera en Granada y yacimientos diversos, a los que pronto se añadieron los valencianos de La Bastida de les Alcuses de Mogente, Oliva y Lliria, con hallazgos de cerámicas decoradas.
También en este período cuajan los viejos estudios de numismática y de epigrafía ibérica cuando Gómez Moreno consigue el desciframiento del alfabeto, al darse cuenta de la existencia de los signos silábicos, y Vives Escudero, en su libro La moneda hispánica, organiza la seriación de las cecas.
La moda «Aria»
En 1940 se abre un breve pero significativo período, que hemos denominado «la crisis del iberismo» y que duró una década. Esta crisis tuvo dos facetas. El «celtismo», que pretendía que las invasiones indoeuropeas, que habían atravesado los Pirineos poco después del año 1000, realizaron una cierta unificación de la Península y que el fenómeno ibérico no era otra cosa que una faceta del mundo céltico influida por los colonizadores. Más o menos inconscientemente reflejaba una mentalidad típica del momento: por una parte, el deseo de ver a los pueblos peninsulares incorporados lo más profundamente posible en el mundo «ario», y por otra, la obsesión de llevar la unidad peninsular hasta la prehistoria.
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