• Quejarse

Juan José Saer - El entenado

Aquí puedes leer online Juan José Saer - El entenado texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Juan José Saer El entenado

El entenado: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "El entenado" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Juan José Saer: otros libros del autor


¿Quién escribió El entenado? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

El entenado — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" El entenado " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
más allá están los Andrófagos un pueblo aparte y después viene el desierto - photo 1

más allá están los Andrófagos, un pueblo aparte, y después viene el desierto total

H ERÓDOTO , IV , 18.

Un anciano de 60 años escribe la experiencia fundamental de su vida: ya de regreso a Europa y luego de 10 años de convivencia con los indios colastiné, narra ese momento decisivo que todo hombre tiene y que lo moldea en forma definitiva: «ese gran único ayer de la vida».

Desde la nada —sin nombre, sin padre, pura orfandad e intemperie— y con altamar como privilegiado horizonte a principios del siglo XVI , un adolescente se suma a una de las tantas expediciones españolas con rumbo al Río de la Plata. La llegada a estas costas de delirio y pesadilla habitadas por indios con rituales de un arcaico apetito, lo enfrenta a esta percepción de la realidad que ocupará por el resto de su vida el centro de su memoria.

La mejor prosa de Saer es una ardua interrogación sobre lo real, la historia, la memoria y el lenguaje.

Juan José Saer El entenado ePub r14 Ninguno 031213 Título original - photo 2

Juan José Saer

El entenado

ePub r1.4

Ninguno03.12.13

Título original: El entenado

Juan José Saer, 1982

Diseño de portada: Peter Tjebbes

Editor digital: Ninguno

Corrección de erratas: ultrarregistro (r1.4)

ePub base r1.0

JUAN JOSÉ SAER Nació en Santa Fe Argentina en 1937 y falleció en París en - photo 3

JUAN JOSÉ SAER Nació en Santa Fe Argentina en 1937 y falleció en París en - photo 4

JUAN JOSÉ SAER. Nació en Santa Fe, Argentina, en 1937, y falleció en París, en 2005. En 1968 se radicó en París y fue profesor en la Facultad de Letras de la Universidad de Rennes (Francia).

Su vasta obra narrativa abarca cinco libros de cuentos —En la zona, Palo y hueso, Unidad de lugar, La mayor y Lugar— y once novelas: Responso, La vuelta completa, Cicatrices, El limonero real, Nadie nada nunca, El entenado, Glosa, La ocasión (Premio Nadal), Lo imborrable, La pesquisa, Las nubes. En 1991 publicó el ensayo El río sin orillas, con gran repercusión en la crítica, y en 1977, el libro de ensayos literarios El concepto de ficción. Su producción poética está recogida en El arte de narrar. En 1999 publicó el ensayo La narración-objeto.

Ha sido traducido al francés, inglés, alemán, italiano, holandés, portugués, sueco y griego.

El cansancio me llevó a la orilla. Me dormí en la canoa. En el alba, una voz me despertó. Tiene barba, decía, cautelosa, pero no lejos de mis oídos. Cuando abrí los ojos, dos barbudos, que aferraban armas de fuego, inclinados hacia mí, me observaban, sorprendidos. Cascos relucientes coronaban sus cabezas; parecían cansados y un poco simples. Como yo dormía con la cabeza hacia tierra y ellos estaban inclinados hacia mí desde la orilla, al principio tuve un sobresalto, porque vi sus caras al revés y creí —salía de un sueño—, que eran una especie particular de aborígenes, a los que la naturaleza les había dado, por capricho, cabezas invertidas, pero al incorporarme, brusco, asustando un poco a los dos hombres que se irguieron amenazándome con sus armas, pude comprobar que las cabezas estaban en el lugar adecuado y que las caras que me contemplaban no sin espanto se parecían mucho a tantas otras que había visto, durante mi infancia, en los puertos. Para apaciguarlos, empecé a contarles mi historia, pero a medida que hablaba veía crecer el asombro en sus expresiones hasta que, después de un momento, me di cuenta de que estaba hablándoles en el idioma de los indios. Traté de hablar en mi lengua materna, pero comprobé que me la había olvidado. Con gran esfuerzo, logré al fin proferir algunas palabras aisladas, formulándolas, por costumbre, con la sintaxis peculiar de los indios, lo cual, si bien no aclaró las explicaciones, les dio, a los dos hombres, junto con mi aspecto físico, la prueba de que, como ellos, también yo era un extraño en ese lugar de pesadilla.

Me ordenaron que los siguiera. Río abajo, en la orilla, había un campamento y, un poco más lejos, una nave inmóvil en medio del río. Todo tenía, en el alba avanzada, ese color singular que anuncia días de exclusión y delirio. Las barbas de los hombres, como máscaras rígidas, envolvían expresiones pálidas y un poco ansiosas. Por la dificultad mutua en el trato, me doy cuenta de que diez años entre los indios me habían desacostumbrado a esos hombres. Cuando llegamos al campamento, los hombres me sustrajeron a la curiosidad de los subalternos que trabajan en la orilla, y me llevaron en presencia de un oficial que empezó a interrogarme sin que yo, a pesar de mis esfuerzos bien intencionados, lograra entender gran cosa. Sus palabras, que él profería con lentitud para facilitar mi comprensión, eran puro ruido, y los pocos sonidos aislados que me permitían representarme alguna imagen precisa eran como fragmentos más o menos reconocibles de un objeto que me había sido familiar en otras épocas, pero que ahora parecía haber sido despedazado por un cataclismo. Y, contrariamente, a cada silencio que el oficial hacía para dejarme intercalar la respuesta, las pocas palabras en nuestro idioma común que yo era capaz de formular, venían como envueltas entre los racimos o las redes de las que había aprendido entre los indios y que parecían, como las plantas que crecían en la región, más fuertes, más rápidas, más fáciles y más numerosas. Al final, terminamos comunicándonos por señas: sí, había indios a menos de una jornada, río arriba; contra la corriente, tal vez llevaría más tiempo llegar; se llamaban colastiné; no, no tenían ni oro ni piedras preciosas, pero lanzas y arcos y flechas, en cambio, sí; sí, sí, comían carne humana. El oficial sacudía la cabeza, un poco impaciente. Aunque, como lo supe más tarde, era la primera vez que pisaba esa tierra, consideraba cada una de mis respuestas rudimentarias como la confirmación de sus propias sospechas y pareceres, y tomaba cada una de las características de los indios, por inocente que fuese, como una afrenta personal. Tuve la impresión de que hasta yo le parecía sospechoso, como si mi larga permanencia en esa tierra me hubiese contaminado de alguna fuerza negativa. Por poco me manda al calabozo, pero a último momento condescendió a ponerme en manos de un cura. Ese oficial era lo que en estas naciones se suele llamar una bellísima persona: tenía el pelo y la barba negros, lacios y bien recortados, un cuerpo atlético y proporcionado, la piel bronceada y saludable a causa de su largo comercio con el mar y con la intemperie y aun en ese amanecer insólito, en esas costas barrosas que acechaban, con atención disimulada, cocodrilos, arañas y naturales, parecía vestido como para asistir a un baile en la corte, con camisas almidonadas, metales relucientes, rígido, lustroso y elegante. Cuando se juzgó lo bastante informado pareció olvidarse de mi presencia y empezó a dar órdenes que sus subalternos ejecutaban con rapidez y devoción —en los pocos días en que tuve ocasión de observarlo pude comprobar que los marineros y los soldados lo veneraban y sus bromas, siempre lacónicas y envaradas, contribuían a aliviar no poco los trabajos brutales de todos los que estaban bajo su mando, como si él fuese consciente de los privilegios que ese mando suponía y sintiese compasión y hasta cierto amor por sus hombres, pero apenas lo tuve enfrente sentí por él una especie de repulsión que en los días siguientes no hizo más que aumentar. Los hombres volvieron, rápidos, al barco anclado en medio del río, llevándome con ellos, y durante un par de horas prepararon, con despliegue de armas y de gritos, una expedición. Hasta el anochecer, el barco navegó río arriba y volvió a inmovilizarse lejos de las orillas. Yo pasé la noche en un rincón de cubierta, asistido por el cura que, después de darme de comer, entre largos momentos de silencio, me interrogaba con dulzura pero sin resultado: el cansancio, o esos acontecimientos inciertos y distantes que transcurrían, para, al parecer, mis sentidos, no encontraban, en el fondo de mi ser, un lenguaje que los expresara. A la mañana siguiente, el oficial me volvió a interrogar, señalándome las orillas y, con ademanes, le expliqué que el caserío no estaba lejos y, como estábamos cerca de la borda, comprobé que durante la noche otra nave había anclado cerca de la nuestra. De la segunda, varias embarcaciones cargadas de hombres armados se aproximaban a la nuestra, en la que también la tripulación se preparaba. Hasta último momento, el oficial parecía dispuesto a llevarme con él en su expedición, pero esa especie de desconfianza hacia mi persona, que le venía tal vez de haber adivinado, aun sin darse cuenta, la repulsión que me inspiraba, lo indujo no únicamente a dejarme a bordo, sino a mandarme con el cura a la bodega, como si temiese de mí traición o maleficio. Debo decir que en los primeros tiempos la curiosidad que despertaban mi aventura y mi persona venía mezclada de sospecha y de rechazo, como si mi contacto con esa zona salvaje me hubiese dado una enfermedad contagiosa, y, por el hecho de haber sido sustraído durante tanto tiempo a la zona a la que esos hombres pertenecían, yo hubiese vuelto a ellos contaminado por lo exterior.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «El entenado»

Mira libros similares a El entenado. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Juan José Saer - Trabajos
Trabajos
Juan José Saer
Juan José Saer - La narración-objeto
La narración-objeto
Juan José Saer
Juan José Saer - El concepto de ficción
El concepto de ficción
Juan José Saer
Juan José Saer - Ensayos
Ensayos
Juan José Saer
Juan José Saer - El río sin orillas
El río sin orillas
Juan José Saer
José Calvo Poyato - Juan José de Austria
Juan José de Austria
José Calvo Poyato
Juan José Saer - Papeles de trabajo II
Papeles de trabajo II
Juan José Saer
Juan José Saer - Papeles de trabajo I
Papeles de trabajo I
Juan José Saer
Juan José Saer - La Grande
La Grande
Juan José Saer
Juan José Saer - Glosa
Glosa
Juan José Saer
Reseñas sobre «El entenado»

Discusión, reseñas del libro El entenado y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.