La serie informalmente titulada Historia Universal Asimov reúne las obras dedicadas por el gran novelista y divulgador científico a la evolución política, cultural y material de la humanidad.
Los Estados Unidos desde la guerra civil hasta la Primera Guerra Mundial cubre el periodo en que, tras la victoria de la Unión en 1865, la nación consolidó el crecimiento económico que, a partir de la victoria en la guerra contra España en 1898, le permitió afirmarse como gran potencia política y militar.
Isaac Asimov
Los Estados Unidos desde el final de la Guerra Civil hasta la Primera Guerra Mundial
Historia Universal Asimov 14
ePub r1.0
Hechadelluvia09.03.14
Título original: The Golden Door - The United States from 1865 to 1918
Isaac Asimov, 1977
Traducción: Néstor Míguez
Editor digital: Hechadelluvia
ePub base r1.0
ISAAC ASIMOV. (2 de enero de 1920 - 6 de abril de 1992). Fue un escritor y bioquímico estadounidense nacido en Rusia, aunque su familia se trasladó a Estados Unidos cuando él tenía tres años. Es uno de los autores más famosos de obras de ciencia ficción y divulgación científica.
Fue un escritor muy prolífico (llegó a firmar más de 500 volúmenes y unas 9.000 cartas o postales) y multitemático: obras de ciencia ficción, de divulgación científica, de historia, de misterio… Baste decir que sus trabajos han sido publicados en nueve de las diez categorías del Sistema Dewey de clasificación de bibliotecas.
El libro que aquí nos ocupa pertenece a los de divulgación histórica, serie de obras que ha sido común e informalmente llamada Historia Universal Asimov y está compuesta por un total de catorce volúmenes, con mapas y cronología incluidas en cada uno de ellos, comprendiendo las más importantes civilizaciones y periodos históricos. Los Estados Unidos desde el final de la Guerra Civil hasta la Primera Guerra Mundial es el decimocuarto de los volúmenes de dicha serie.
Notas
1. Las secuelas de la guerra.
Lincoln contra el Congreso.
¡La Unión Federal había sobrevivido!
Durante cuatro años, una guerra enconada y costosa había hecho estragos en la región sudoriental de los Estados Unidos. Once Estados se habían alineado, en esa guerra conducida con habilidad y decisión, contra el resto de la nación, y habían perdido, pero no antes de morir 620.000 hombres de ambas partes y de ser heridos 375.000. Hubo un millón de bajas, de una población total de unos 33 millones.
Grandes partes de la antigua Confederación quedaron duramente marcadas por la guerra, particularmente en aquellos Estados, como Virginia y Tennessee, donde se habían librado la mayor parte de las batallas, y en aquellos otros, como Georgia y Carolina del Sur, donde los ejércitos de la Unión, hacia el fin de la guerra, habían llevado a cabo una deliberada devastación.
Pero la Unión habían sobrevivido. Al terminar la guerra, el territorio de los Estados Unidos estaba intacto, cada centímetro cuadrado de él, y su economía, globalmente, se hallaba tan fuerte como siempre. Los Estados de la Unión victoriosa habían prosperado económicamente, y sus pérdidas en mano de obra habían sido compensadas por la inmigración y un elevado índice de natalidad.
También —además—, los antiguos Estados Confederados, después de luchar magníficamente en circunstancias muy adversas, demostraron ser aún más excepcionales en la derrota que en la guerra, pues, en general aceptaron la decisión. Volvieron al redil y, si bien las cicatrices de la guerra subsistieron por décadas y el recuerdo reverente de la «causa perdida» y de los hombres que lucharon por ella nunca desapareció, los Estados jamás intentaron nuevamente abandonar la Unión; ni en ninguna crisis futura dieron ningún motivo de sospecha sobre su lealtad.
Pero cuando la guerra llegaba a su fin, no había modo de prever tal aceptación por la Confederación del veredicto. Algunos miembros del gobierno de la Unión sentían odio hacia los Estados cuyos ejércitos habían humillado a la Unión en muchas batallas. Otros temían el resurgimiento de los sentimientos de rebelión y estaban seguros de que esto sólo podía ser impedido mediante un duro control. Otros estaban ansiosos de asegurar que la vergüenza de la esclavitud desapareciese de los Estados Unidos y opinaban que no se podía confiar en que los antiguos amos de esclavos lo hicieran.
Por todas estas razones, y también por consideraciones políticas, un sector del Partido Republicano adoptó una actitud particularmente vengativa hacia los anteriores Estados Confederados. Ese sector del partido fue llamado «republicano radical».
Se oponía a él el presidente republicano, Abraham Lincoln, que había gobernado a la Unión durante los peligrosos años de la guerra. Lincoln sostenía que puesto que la secesión era ilegal, los Estados de la Confederación nunca habían abandonado la Unión. Era sólo un grupo de hombres obstinados, sostenía, el que había provocado la guerra. Una vez que esos hombres eran eliminados del poder y una vez que una parte suficiente de un Estado rebelde declaraba su lealtad a la Unión, ese Estado, en su opinión, quedaba rehabilitado como miembro de la Unión, con todos los derechos y privilegios de un Estado.
Como era un hombre de gran visión y estaba ansioso de evitar un futuro en el que un grupo de Estados albergara siempre un motivo de queja, aspirara siempre a la independencia y luchara una y otra vez por alcanzarla —y quizá, con el tiempo tuviese éxito—, Lincoln se esforzó para hacer el retorno lo más fácil posible a los Estados rebeldes. Fue generoso en sus amnistías, y pidió un juramento de lealtad de sólo el 10 por 100 de los votantes de cualquier Estado ocupado por fuerzas de la Unión. También era menester dar otro paso importante: dicho Estado tenía que convenir en abolir la esclavitud.
En 1864, cuando todavía duraba la guerra, se obtuvieron suficientes juramentos de lealtad en Arkansas y Luisiana como para satisfacer las condiciones de Lincoln. Éste reconoció la reintegración en la Unión de ambos Estados, que formaron gobiernos estatales y eligieron senadores y diputados al Congreso.
Pero los republicanos radicales eran fuertes en el Congreso y no aceptaron a los representantes elegidos por Arkansas y Luisiana. Consideraban que las condiciones de Lincoln eran inadmisiblemente suaves. En verdad, no querían que el presidente estuviese en absoluto a cargo de la reconstrucción de la Unión. Durante los veinte años anteriores a la Guerra Civil, los Estados Unidos habían sido gobernados por presidentes débiles, y los poderes de tiempo de guerra de Lincoln, que lo hacían poderoso y debilitaban al Congreso, eran considerados excepcionales. Una vez restablecida la paz, los republicanos radicales esperaban que el presidente retornase a su debilidad habitual y el Congreso asumiese el poder.
Pensando en esto, los republicanos radicales elaboraron un plan de «Reconstrucción por el Congreso», en oposición a la «Reconstrucción Presidencial» de Lincoln. Los radicales juzgaban que una lealtad del 10 por 100 no era suficiente; exigían que al menos el 50 por 100 de los votantes de un Estado jurasen lealtad. Más aún, el juramento debía ser retrospectivo; los que prestasen juramento no sólo debían jurar ser leales en el futuro, sino también que nunca habían sido desleales en el pasado (algo casi imposible de esperar de la mitad de la población, a menos que hubiese un perjurio al por mayor).