Primera edición, 2020
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
CONCLUSIÓN: EL ORDEN INTERNACIONAL POST-COVID-19
Los multimedia “occidentales”, con sus justas excepciones de Gran Bretaña —como The Financial Times y Reuters—, han eludido abordar la cumbre del G-20 de Hangzhou, a diferencia de sus homólogos más generosos de Rusia y China (el magnificente anfitrión).
En particular, la prensa de Estados Unidos, clavada en su fratricida campaña presidencial, optó por reportar solamente las dos trascendentales cumbres de un lúgubre presidente Obama al margen de la transcendental cumbre: tanto con el sonriente mandarín Xi Jinping, sobre los avances del cambio climático, como con el circunspecto zar Vlady Putin, sobre los contenciosos de Siria y Ucrania.
A Obama no le interesa el G-20 como tal —grupo de países de corte economicista que concentra 85 por ciento del PIB global—, al que usó para su rescate financiero de 2008, en contraste con Xi, quien exhibió el poderío cada vez más ascendente de China, apuntalada discretamente por Putin.
Fue la última cumbre del G-20 de Obama, cuando Estados Unidos está más consagrado a la fractura geopolítica ajena, a balcanizar a sus rivales y a preservar como sea la hegemonía anómala del omnipotente dolarcentrismo —a mi juicio, su verdadera carta disuasiva—, mientras China aprovecha su liderazgo geoeconómico global, lo cual se reflejó en forma prístina en la cumbre de Hangzhou: desfavorable en forma y fondo para Obama, y resplandeciente para Xi.
Hoy existe una “guerra geoeconómica” entre Estados Unidos y China que no se atreve a pronunciar su nombre, y que se refleja en sus dos proyectos mercantiles antagónicos, cuando Obama intenta resucitar de los escombros la inviable y caduca “globalización financierista” de alquimia bursátil y lanza sus polémicos tres tratados mercantilistas que ofenden al mundo: el Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATP) contra China —sumado del “pivote geoestratégico” de Estados Unidos para “contener” el ascenso irresistible de Beijing—; la moribunda Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) contra Rusia y el ominoso cuan ultrasecreto Acuerdo sobre Comercio de Servicios (TISA, por sus siglas en inglés) con su robotización financierista para beneficio unilateral de Wall Street en detrimento del género humano.
Quizá una foto resuma, mejor que nada, por dónde soplan los vientos geopolíticos y geoeconómicos del IV: Xi y Putin caminando juntos con paso firme al recinto de conferencias y flanqueados por los mandatarios de Alemania y Francia, ¡sin Obama! .
Dejo de lado los simbólicos desaires a la comitiva de Obama a su arribo a Hangzhou, así como las impensables invectivas personales del singular mandatario Rodrigo Duterte de Filipinas, supuesto excelso aliado militar de Estados Unidos en su confrontación marítima con China, contra el presidente saliente de la otrora superpotencia unipolar, a quien acusó de injerencista, mientras Putin se daba el lujo de orquestar nuevos acercamientos geopolíticos con los otrora intocables aliados de Estados Unidos, como Arabia Saudita, Corea del Sur, Japón y Turquía, cuando Corea del Norte recordaba su existencia mediante el lanzamiento de tres misiles provocativos.
Fue interesante apreciar la convergencia del abordaje geoeconómico de Xi y la francesa Christine Lagarde, al mando del FMI, sobre sus “prescripciones” clínicas para resucitar la aletargada economía global mediante recetas “incluyentes” con un “desarrollo interconectado” y digitalizado que agregue la “industrialización colectiva” de los países africanos y los países menos desarrollados: léase, frente al moribundo cuan inconexo modelo “excluyente” neoliberal anglosajón, de corte fiscalista/monetarista y de control financierista.
Ahora China encabeza y exhorta a un nuevo camino , una “segunda globalización”, más consensuada y de visión de mediano y largo plazos, que sustituya a la añeja globalización anglosajona, de corte unilateral e inmediatista/cortoplacista, que ha provocado la revuelta nacionalista de los ciudadanos desempleados en Gran Bretaña y Estados Unidos, mediante la protesta electoral del Brexit y el trumpismo, que implican un mayor “proteccionismo” mercantil con freno a las inversiones transfronterizas, que, por el contrario, busca reactivar el nuevo proyecto de “globalización china” mediante sus dos pilares: el banco AIIB y la “Ruta de la Seda”.
China busca “civilizar” el salvaje capitalismo cuando uno de sus métodos será combatir la “corrupción”, lo cual habrá indispuesto a muchos mandatarios allí presentes .
China exulta las “ganancias concretas” de la cumbre de Hangzhou —que Marco Polo bautizó a finales de IV como “la más hermosa y espléndida ciudad del mundo”, cuando Europa yacía en su medievalismo y Estados Unidos aún no existía—, mientras Reuters diluye sus alcances: “muchas promesas; pocos planes concretos”.
Reuters fustiga que “China produce la mitad de la producción anual de mil 600 millones de toneladas de acero y lucha para disminuir su sobrecapacidad estimada de 300 millones de toneladas”. Justamente el “G-20 apeló a la formación de un “foro global” para paliar la sobrecapacidad de acero.
Tom Mitchell, George Parker y Gabriel Wildau, del Financial Times, aseveran que la tónica de la cumbre del lado “occidental” era aplacar la furia de los ciudadanos en sus respectivos feudos “contra de la globalización y el libre comercio”, a grado tal que, en forma inédita, el anterior banquero de Goldman Sachs y hoy primer ministro Malcolm Turnbull, de Australia, una de las joyas de la corona de la anglósfera, advirtió a los mandatarios de Estados Unidos y Gran Bretaña la necesidad de “civilizar el capitalismo”, cuando el “crecimiento ha sido muy bajo por mucho tiempo para muy pocos”. Citan a una fuente anónima de la reunión anglosajona realizada a puerta cerrada, de que se trató de una “cumbre donde los líderes hablaron mucho más sobre la gente y mucho menos sobre economía”, lo cual fue el acento de Xi en su diálogo con los empresarios: “el desarrollo es para la gente, debe ser seguido por la gente” y sus resultados deben ser compartidos por la gente, ya que “no es solamente una responsabilidad moral de la comunidad internacional”, sino “también ayuda a liberar la inconmensurable demanda efectiva”.