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Immanuel Kant - En defensa de la Ilustración

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Immanuel Kant En defensa de la Ilustración
  • Libro:
    En defensa de la Ilustración
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1798
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En defensa de la Ilustración: resumen, descripción y anotación

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Los escritos reunidos en este volumen fueron publicados entre 1784 y 1798 esto - photo 1

Los escritos reunidos en este volumen fueron publicados entre 1784 y 1798, esto es, en la época de madurez de Kant, después de Crítica de la razón pura. Externamente lo que une a los textos es su mayor brevedad en comparación con las tres críticas. Brevedad que no cabe confundir, como se ha señalado en muchas ocasiones en la literatura especializada, con ser escritos menores. Están dedicados, dentro de la gran estructura del sistema kantiano, a cuestiones parciales o concretas a las que aplica las ideas definidas en las grandes obras. En ocasiones son estos escritos más breves los que definen campos del saber que de su tiempo al nuestro han adquirido mayor importancia y relieve público. Cada uno de estos artículos fue pensado para hacer frente a cualquiera de las ideologías rivales que en su tiempo reclamaban la dirección de los espíritus y las conductas.

Se trata de escritos polémicos destinados a la defensa de la Ilustración como actitud frente al mundo.

Immanuel Kant En defensa de la Ilustración ePub r10 Titivillus 281017 - photo 2

Immanuel Kant

En defensa de la Ilustración

ePub r1.0

Titivillus 28.10.17

Título original: Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung? (1784), Idee zu einer allgemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht (1784), Bestimmung des Begriffs einer Menschenrasse (1785), Rezension von Herders «Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit» (1785), Mutmaßlicher Anfang der Menschengeschichte (1786), Was heißt: sich im Denken orientieren? (1786), Über den Gebrauch teleologischer Principien in der Philosophie (1788), Über das Misslingen aller philosophischen Versuche in der Theodicee (1791), Über den Gemeinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber nicht für die Praxis (1793), Das Ende aller Dinge (1794), Zum ewigen Frieden. Ein philosophischen Entwurf (1795), Von einem neuerdings erhobenen vornehmen Ton in der Philosophie (1796), Verkündigung des nahen Abschlusses eines Traktats zum ewigen Frieden in der Philosophie (1796), Über ein vermeintes Recht aus Menschenliebe zu lügen (1797), Über die Buchmacherei. Zwei Briefe an Herrn Friedrich Nicolai (1798)

Immanuel Kant, 1798

Traducción: Javier Alcoriza & Antonio Lastra

Introducción: José Luis Villacañas

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Introducción Crítica y presente sobre las bases de la Ilustración kantiana - photo 3

Introducción

Crítica y presente: sobre las bases de la Ilustración kantiana


Hipócritas.

Os atrevéis a escrutar el cielo y la tierra

y olvidáis hablar de vuestro

propio tiempo.

I. El discreto combate de Kant

Tiene el lector en sus manos casi todos los escritos polémicos de Kant, destinados a la defensa de la Ilustración como actitud ante el mundo. Cada uno de estos artículos fue pensado para hacer frente a cualquiera de las ideologías rivales que en su tiempo reclamaban la dirección de los espíritus y las conductas. Por aquí se verán desfilar las doctrinas del Sturm und Drang propuestas por Hamann y Herder; el cristianismo fideísta de Jacobi; el sutil, elegante y estéril platonismo de Mendelssohn; el realismo político del gran Federico; el absolutismo de Hobbes; el apocalipticismo, entonces de moda por obra de Bengel, o el populismo oportunista de Nicolai, siempre pendiente del poder oficial de la corte prusiana. La responsabilidad de Kant con su presente, más allá de esa fría y académica atención a la teoría formal de la razón, inmortalizada en su triple corpus crítico, se encarna en estas páginas a través de un combate que acaba adaptándose a su carácter personal. La serenidad, la firmeza, la coherencia, la conducción constante de la vida de acuerdo con los mismos postulados, la agudeza de juicio junto a la sobriedad del argumento, la libertad, en fin, de entrar en la batalla convocado únicamente por la justicia de la causa: ése es el sencillo espíritu ilustrado con que Kant defiende la Ilustración.

Muy duras fueron algunas de aquellas grandes polémicas y a veces costaron la vida a los participantes, como la disputa del panteísmo que sacó del mundo a Mendelssohn, estoqueado por la fina y diplomática habilidad de Jacobi. A ella tampoco pudieron sobrevivir Hamann ni Winzemann, uno de los más brillantes talentos de la reacción conservadora. Cuando Kant entraba en la polémica, por el contrario, ya no era posible la sangre. Se trataba del futuro de la razón y de la moral, algo demasiado serio como para conceder a los rivales coartadas personales para la mera auto-afirmación orgullosa y dolida. Con aquellas cuestiones se jugaba también la serenidad ante la vida y la causa de la digna felicidad del hombre. Tales nobles metas no podían ser defendidas con armas que, de ser esgrimidas, pusieran en peligro su anhelada conquista. Los medios para promover la Ilustración debían ser medios limpios, en sí mismos ilustrados.

Con esta apuesta se escriben estos artículos, aparentemente ingenuos, dotados de una retórica sobria y clásica, en que la aspiración a una difusión universal encuentra su camino elaborando filosóficamente textos bíblicos y latinos que se suponen de dominio público, como en las exégesis del Génesis o del Libro de Job que aquí encontrará el lector. Es un estilo, por tanto, el que destilan estas páginas, propio de Kant, específico; una forma de comprender la publicidad y la militancia intelectual muy lejana, por su discreción, del insultante y humorista gesto de Voltaire; muy diferente, por su voluntad de despersonalización, de la paranoia persecutoria de Rousseau; menos teatral y genial que las caricaturas de Diderot y más pesada que la fina ironía de Hume. Quizá sea una escritura menos efectiva que la de todos ellos, es verdad. Kant no ha determinado el espíritu de su pueblo tanto como Hume el de los ingleses o Diderot el de los franceses. Cuando un inglés describe la posición intelectual propia o la de sus rivales, todavía escribe de forma parecida a Hume; cuando un francés inicia un combate, invoca el espíritu de Rousseau. El alemán pronto olvidó a Kant en el ejercicio de la polémica.

En cierto modo es comprensible. Ante la contundente retórica nacionalista de Fichte, ante la atormentada y sistemática crítica de Hegel, ante la descarnada militancia de Marx y, sobre todo, ante la explosiva e intempestiva superioridad de Nietzsche, Kant llevaba todas las de perder. Para los gustos de las generaciones siguientes, tan dominadas por las exigencias auto-expresivas, Kant era demasiado frío, demasiado objetivo, demasiado honesto. Por lo demás, su batalla, en relación con los nuevos frentes de la filosofía, perdió pronto su centralidad. Hoy sabemos que era una apariencia y que la causa de la Ilustración es una y la misma en todas sus épocas. Pero para saberlo hemos tenido que experimentar hasta las heces que también anida el fanatismo anti-ilustrado en el exceso de racionalismo e idealismo. En todo caso, todavía respiraba Kant cuando se trató de acelerar el dominio racional del mundo y de movilizar el control revolucionario de la realidad. Entonces, de repente, el fanatismo, el dogmatismo, el idealismo, los viejos enemigos de la razón, parecían sus mejores aliados, sus mejores alas. El crítico, siempre equidistante del entusiasmo y del espíritu de objetividad, era juzgado un retardatario por los jóvenes que aspiraban a disfrutar del bien supremo antes de que su propia generación bajara a la tumba, sin parar mientes en el mal radical que se esconde en toda acción humana. ¿Quién iba a engrosar las filas de los seguidores del espíritu de Kant en los tiempos en que las almas se escindían entre una revolución y una reacción igualmente fanáticas? Decididamente, el momento del pensador de Könisberg era el futuro, cuando ya nadie reclamara a la filosofía una salvación subrogatoria de la religión, sino una guía de serenidad para mirar con tino el complejo abanico de realidades humanas, entre ellas la religión misma. Su momento habría de ser aquel en que se rellenaran las trincheras y se destruyeran los muros, cuando los hombres se enfrentaran a los hombres sin esas posiciones previamente decididas que impiden a una inteligencia ponerse en lugar de otra.

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