Jean Beaufret - Al encuentro de Heidegger
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- Libro:Al encuentro de Heidegger
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1987
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Al encuentro de Heidegger: resumen, descripción y anotación
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La repercusión del pensamiento de Heidegger es única. Al preguntarse por la posibilidad de la filosofía, no inicia una filosofía más. Su camino de pensamiento desbroza paso a paso la pregunta por el ser, en un regreso a las cabeceras de la filosofía que lleva a la postre a dar con el sentido de nuestro tiempo, el mundo de la técnica y prepara así, como ya lo anhelaba Hölderlin, una relación de libre trato con ella. Estas conversaciones, en las que Jean Beaufret nos lleva a recorrer ese camino con Heidegger, configuran una de las mejores introducciones a la obra del gran pensador alemán. La lectura de estas conversaciones permite vislumbrar su talante de maestro y, en cierto modo, percibir su voz, la «transparencia y densidad de su palabra», como dijera el propio Heidegger hablando de estas páginas.
Jean Beaufret
Conversaciones con Frederic de Towarnicki
ePub r1.0
Titivillus 15.06.16
Título original: Entretiens avec Frederic de Towarnicki
Jean Beaufret, 1987
Traducción: Juan Luis Delmont-Mauri
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Jean Beaufret, usted pertenece, como Merleau-Ponty, como Cavaillès y Sartre, a la generación de los discípulos de Leon Brunschvicg. Por su formación, usted era racionalista y cartesiano. ¿A qué accidente debe usted, entonces, su encuentro con el pensamiento de Heidegger?
En todo caso, no se lo debo a la Universidad, pues al concluir mis estudios nunca había oído hablar de Heidegger. Conocía el nombre de Husserl —de Heidegger, ni siquiera el nombre—. Que yo recuerde, sólo la publicación, hecha por Gallimard en 1938, del libro, o de la recopilación, de Corbin que lleva por título ¿Qué es la metafísica? me permitió hojear, por primera vez, unos escritos de Heidegger, ¡que no comprendí en lo más mínimo, por cierto!… Las cosas sucedieron más o menos de la manera siguiente: oí hablar un poco más de fenomenología en 1940, sobre todo por un encuentro fortuito con Maurice Merleau-Ponty, a quien ya conocía, en la Escuela del Estado Mayor de Vincennes. Era durante la guerra. Me contó que iba a aparecer un libro de Sartre que se llamaba Lo imaginario. Me habló de los textos de Husserl que estaba estudiando: pronunció la palabra fenomenología. Luego, después de haber caído preso y haber escapado, en el verano de 1941 fui a parar a Cap Ferrat, donde me puso a pensar sobre lo que podía hacer: veía posibilidades, o estudiar a Hegel, que tampoco había sido mencionada durante mis estudios, o estudiar a Husserl. Sopesé los pros y los contras y, al final, Husserl ganó la partida. De tal manera, de 1940 a 1942, estudié a Husserl hasta que, en algún momento del verano del 42, empecé a sentir que entendía a Husserl —a Heidegger, todavía no.
Sólo a partir de 1942 —era para entonces profesor de filosofía en el liceo de Grenoble— empecé a leer un poco a Heidegger, porque encontré en la biblioteca, por una parte, Sein und Zeit y, por otra, creo que Kant y el problema de la metafísica, no estoy muy seguro… Pero, en fin, ya el año 1942 estaba bastante avanzado y el asunto apenas se había iniciado. Empecé realmente a estudiar a Heidegger cuando me fui a Lyon en octubre de 1942, por las posibilidades que me ofrecía la biblioteca de la Facultad, y también por la presencia en Lyon de mi viejo amigo Joseph Rovan, quien había publicado en una revista de la ciudad, que se llamaba Arbalète, algunas páginas de Sein und Zeit traducidas por él al francés. Pues bien, el trabajo sobre Heidegger empezó allá, con Joseph Rovan, el año de 1942, y debo decir que de 1942 a 1944 me dediqué principalmente al estudio de Heidegger…
Decía usted que al principio no entendía nada.
Sí, y tuve por primera vez la impresión de entender algo durante una mañana histórica, la mañana en que anunciaron el desembarco en Normandía, es decir, muy precisamente, ¡el 6 de junio de 1944! La puerta de mi clase se abrió de pronto —yo estaba vigilando la prueba escrita del examen de bachillerato— y un funcionario del liceo entró gritando: «Desembarcaron…». Tenía ante los ojos algo de Heidegger que debe haber sido Sein und Zeit. Y me reproché a mí mismo el hecho de no sentir el entusiasmo que debía provocarme el anuncio del desembarco, porque por primera vez, ese 6 de junio de 1944, había empezado a sentir que entendía algo de lo que escribía Heidegger.
¿Acaso hoy sí tiene la impresión de haber entendido de verdad?
Tengo un amigo que, cuando nos encontramos, siempre me pregunta lo que estoy haciendo, y yo siempre le contesto: «Acabo de entender a Heidegger». ¡Hace varios años que «acabo de entender a Heidegger», después de haber pasado treinta años imaginando con frecuencia estar a punto de entender o haber entendido! La cosa empezó al año siguiente de mi primer encuentro con Heidegger, en 1947, cuando publiqué, en el último número de la revista Fontaine, un artículo titulado «Heidegger y el problema de la verdad». Fue mi primer intento de comprensión: ahora me parece un poco irrisorio, pero, en fin, en aquella época ¡pensé que ya estaba!…
¿Ello se debe a la dificultad del lenguaje de Heidegger o a la dificultad de los problemas que enfrenta Heidegger?
Los problemas que enfrenta Heidegger son en realidad problemas inaparentes. A través de su lectura uno no logra ver la problemática que interviene realmente. Como él dice, se ve precisado a utilizar el lenguaje de la filosofía, y cuando uno lo lee, a decir verdad, lo más difícil es lograr comprender exactamente de qué se trata a través de un lenguaje que él sigue utilizando y que, fatalmente, desvía la atención del lector hacia aquello que Heidegger supera. Esa es la dificultad fundamental, y por eso sigo diciendo: acabo de comprender a Heidegger…
Esta mañana, por cierto, le dije que por fin había entendido el sentido de una frase de Sein und Zeit según la cual, aun los filósofos presocráticos, y más precisamente Parménides, habían saltado por encima del problema del mundo.
A menudo se ha hablado, a propósito de Heidegger, de un cambio de mirada, de un giro, de una manera de proceder que rompe con lo acostumbrado.
¿Cómo percibió este vuelco, usted que era discípulo de León Brunschvicg, que había trabajado sobre Descartes durante tantos años?
Es cierto que tenía la impresión de que se trataba de algo completamente distinto. León Brunschvicg, a quien yo había escuchado con gusto, que sentía, digamos, afecto por mí (me lo manifestó en diversas ocasiones), que ciertamente me había enseñado más que la mayoría de los profesores que había tenido hasta entonces, me ayudó a ver más claro en una dimensión en la cual yo ya estaba, por decirlo así, y yo le agradecía el que me hubiera hecho comprender mejor a Descartes, Leibniz o Kant. Pero me faltaba, esencialmente, el fondo de las cosas. ¿De qué se trataba, exactamente, en todo ese asunto? ¿Por qué Descartes? ¿Por qué Leibniz? ¿Por qué Kant? A fin de cuentas, el elemento profundamente misterioso seguía siendo saber qué era esa cosa extraña designada por el nombre, a su vez extraño, de filosofía, o por el de metafísica, el cual, dice Heidegger, es exactamente sinónimo del de filosofía, salvo que filosofía es el nombre más antiguo de la cosa y que metafísica es un nombre posterior. Metafísica es un nombre creado por un editor. El término sólo surgirá en el momento de publicarse los escritos de Aristóteles en Roma —pues ya ello ocurría en plena época romana—. Sólo en esa ocasión aparecerá la locución «lo que viene después de los escritos sobre física»,
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