Guillermo Prieto - Cuadros de costumbres
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- Libro:Cuadros de costumbres
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1845
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Cuadros de costumbres: resumen, descripción y anotación
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Título original: Cuadros de costumbres
Guillermo Prieto, 1845
Selección: Rogelio Vergara
Presentación: José Luis Alonso
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.2
Carlos Monsiváis intentó la colección de los afanes y los hechos más notables del personaje:
A Guillermo Prieto se le aprecia mejor en el conjunto, donde incurren hazañas históricas, poesía heroica y popular, crónicas que fijan y exaltan a la sociedad nueva, impulso autobiográfico más próximo a lo colectivo que a lo individual, responsabilidades y limitaciones de secretario de Estado, oratoria cívica, patrocinio teórico y práctico de una literatura nacional, incesantes tareas legislativas, historias nacionales y universales, sentido del humor en una sociedad rígida, sátiras que son guías para la acción, destierros por errores y destierros por aciertos, defensas del pensamiento liberal y el orden constitucional, combates por la libertad de expresión…
El inventario no incluye la celebrada exuberancia anecdótica de esta vida sin par; pero prepara el ánimo para reconocer en la dilatada riqueza biográfica de Prieto (1818-1897) «uno de los resúmenes posibles de México (el país ideal y el país real) en el siglo XIX».
El cuadro inicial abunda en desafíos. Un país a medio hacer asiste al programa de asonadas y motines del día. Una sociedad tradicional se recrea en hábitos cenicientos y prejuicios acumulados. En tanto la inmensa mayoría de los mexicanos vive en la pobreza y el rústico aislamiento, en la capital unos cuantos notables se proponen como regeneradores de tanta inercia y desgobierno; los medios: devociones partidistas, guerras civiles, fragores legislativos, iniciativas cívicas, milicias literarias, frenesí periodístico.
A este grupo de abogados, militares, escritores y periodistas (la «generación de la Reforma») Prieto se incorpora paulatinamente. Una vía de acceso para ponerse a tono con el espíritu del tiempo: la literatura romántica, que pronto demuestra su aptitud para acoger las aspiraciones reformistas. El joven Prieto se suma con entusiasmo a las huestes que evitan el triscar de los «pastores clasiquinos», entran a saco en los temas contemporáneos, exaltan la originalidad, derrochan en sus escritos pasiones improbables y se preparan para salvar a México.
Otra licencia de la nueva escuela: despachar al limbo «las leyes eternas e infalibles del gusto». El romanticismo propone que las características propias de cada país informen y legitimen estéticamente a sus creaciones artísticas. Tras el adiós a los modelos universales, lo urgente es el hallazgo de esa poética particular que debe acomodarse a las costumbres e ideas nacionales.
En México, al fundar con otros contertulios la Academia de Letrán, Prieto había asumido la encomienda de impulsar la apenas visible literatura nacional; y hacia los años cuarenta descubre un género «comodín» cuyas múltiples posibilidades le permitirán contribuir a su desarrollo. Por entonces, apunta Boris Rosen, comienzan a circular en el país los cuadros costumbristas de Ramón de Mesonero Romanos (el Curioso Parlante) sobre el Madrid viejo y moderno. El deslumbramiento de Prieto es inmediato y de prolongadas consecuencias.
Durante trece años (1840-1852 , y luego en 1878), bajo seudónimos como B. y D. Benedetto y (el más célebre) Fidel, en las «insaciables columnas» de El Siglo XIX y en sus frecuentes colaboraciones revisteriles, Prieto entrega casi un centenar de artículos misceláneos en los que retrata lo que podría llamarse el primer atisbo de una sociedad urbana moderna en México.
No resultó fácil. Después de cinco años en el empeño el mismo Fidel reseñaría sus dificultades. Para empezar, la falta de costumbres «verdaderamente nacionales»; de inmediato, la rechifla de «críticos espantadizos y nimios» ante la inusitada descripción realista del entorno (ni champagne ni góndolas ni Pietros; aquí lo que rifa es el pulque, las canoas y los Pedro José); para terminar, la escasez de lectores —que por ser pocos y conocer personalmente al ubicuo retratista, suelen darse por aludidos.
Sin embargo, Prieto persiste. Apartado de los círculos ilustrados que aún se extravían en el romanticismo pavoroso y se horrorizan ante las faltas al decoro del pueblo bajo o la cursilería de la clase media, deambula curioso e impertinente por los vericuetos de la ciudad de México para recoger —desde una perspectiva verista notable por su ímpetu festivo y crítico— el rumor de vida, la agitación y los trapícheos de un heterogéneo repertorio de tipos (pollos y figurantas, léperos y calaveras, señoras y criadas, burócratas y petimetres), escenarios cotidianos (figones, vecindades, tertulias, paseos, ventorrillos), novísimos totems (la educación moderna, la política, París, la moda, el folletín sentimental, la polka), recreos y recogimientos del espíritu (carnavales, bodorrios, zarzuelas, homenajes a Baco, días de guardar)…
Sorprende a sus lectores la ausencia de ringorrangos casticistas, el lenguaje llano, la fidelidad a la observación directa, el breve desarrollo anecdótico que permite explorar hábitos íntimos y públicos, la simpatía por personajes sin ningún rango social, la abundancia de apuntes irónicos y autoirónicos. Por supuesto, Prieto trabaja con las fórmulas de composición de sus modelos europeos; pero al ceñirse a la descripción menuda y hasta entonces apenas frecuentada de la circunstancia nacional, consigue una disfrutable novedad periodística y literaria.
Se ha reprochado al costumbrismo el despliegue de coletillas moralizantes, rasgo que afectaría su «naturalidad» literaria. El reparo olvida la perspectiva histórica de los mejores cronistas del XIX. Si la pintura literal de las costumbres equivale a la disección de los comportamientos, el género es el testimonio de una transición (fortalecido en el caso de Prieto por la vertiginosa actualidad política): exhibe los defectos de la sociedad para alentar, en palabras de Fidel, «una revolución verdaderamente regeneradora». Por lo demás, Monsiváis ha señalado cómo en la instrucción de la crónica se transparenta el impulso de la secularización (otra batalla de los liberales); es decir, el tránsito del dominio eclesiástico sobre las conductas (sostenido por el miedo a las Llamas Eternas y el espionaje abusivo del confesionario) a una «ética terrenal» a cargo de la sociedad (cuyas armas serían el sentido del ridículo, la exhibición de la tontería, la burla o el choteo de las pretensiones).
Al cronista, que en sus tiempos de gloria literaria seguía portando el traje lírico y deliberadamente ajado de los poetas del XIX, le faltaba gramática, y para algunos el desorden de sus canas recordaba el barullo de su estilo. No obstante, le había sobrado pupila para advertir en la ciudad los incontables matices con que la multitud intervenía en una convivencia cotidiana sin precedentes. La eficacia con que sus cuadros restituyen la peculiar intensidad de esta ocupación popular de los espacios públicos perfila, además, una actitud del todo moderna: Prieto es el testigo a la vez solidario y crítico de su sociedad y el protagonista que busca afirmar una nueva realidad moral y política.
Casi un siglo después de la muerte de Prieto, la Dirección General de Publicaciones del CNCA ha iniciado la edición de sus Obras Completas. La selección de cuadros de costumbres que aquí se presenta parte de esa vasta compilación (a cargo de Boris Rosen), y se propone como un aperitivo capaz de estimular los apetitos del lector —ritual indispensable si se considera la variedad y las dimensiones de los (hasta ahora) 30 volúmenes que incluirán memorias, poesía, reseñas teatrales, variedades literarias, obras históricas y de economía política, correspondencia, periodismo político y social… Tal empresa editorial dispone un terreno propicio para emprender la revaloración de la obra que inaugura —con vigor y amenidad ejemplares— un perdurable episodio de la literatura y el periodismo mexicanos.
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