Heinrich Heine - Cuadros de viaje
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- Libro:Cuadros de viaje
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1831
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Cuadros de viaje: resumen, descripción y anotación
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Los Cuadros de viaje de Heinrich Heine fueron publicados entre los años 1826 y 1831 en cuatro tomos en la editorial Hoffmann & Campe que, desde entonces, se considerará su editorial
Cuadros de viaje I (mayo de 1826) recogía el ciclo de poemas El retorno al hogar, El viaje por el Harz y la primera sección de El Mar del Norte, todas ellas parcialmente publicadas ya en revistas como Der Gesellschafter o Das Morgenblatt. En vista del éxito de este primer volumen, el autor y su editor, Julius Campe, decidieron publicar una serie entera de Cuadros con obras nuevas.
Heinrich Heine
ePub r1.0
Titivillus 17.07.17
Título original: Reisebilder, 1826-31
Heinrich Heine, 1831
Traducción: Isabel García Adánez
Introducción y notas: Isabel García Adánez
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Podría decirse que, de algún modo, Heinrich Heine es la «oveja negra» de la literatura alemana: un autor que amó y odió a su país tanto como su país lo ha odiado o reconocido a él. Alcanzó una notable fama como poeta aún siendo bastante joven, con la publicación del Libro de las canciones (1827), que se entendió como culminación de la poesía romántica, de exquisita espontaneidad, amor apasionado y encantadora sencillez formal. Esta impresión de Heine es la que entusiasmó a numerosos compositores que se inspiraron en él y así contribuyeron a difundir sus poemas en forma de Lieder: Schubert y Schumann, Brahms, Liszt, etc., y es también la que se ha tenido en España durante muchos años, dado que los pocos textos que se conocían eran precisamente los de las canciones. Sin embargo, los poemas del Libro de las canciones no son ni mucho menos tan inofensivos como se creía y en muchos se vislumbran la ironía, la profunda crítica y la deconstrucción de los ideales románticos de las demás obras.
Ya los Cuadros de viaje, de la misma época o incluso anteriores, cosecharon incontables reproches: Heine no reverenciaba ni las normas sociales o morales ni las literarias y faltaba al respeto a la religión, a su país, a numerosos contemporáneos con nombres y apellidos, era judío convertido al cristianismo, blasfemaba sin recato, admiraba abiertamente a Napoleón y ridiculizaba a los alemanes, se burlaba de los ilustres filósofos, hablaba de placeres del cuerpo, mezclaba la fantasía con la realidad, criticaba a la aristocracia y reivindicaba los mismos derechos y bienes para los pobres.
Heine lucha constantemente contra la censura y las más duras críticas. En 1831, ante la difícil situación en su país, opta por trasladarse a Francia como corresponsal y no vuelve —o no se le permite volver— nunca más. En 1835, la censura amenaza con impedir la publicación de todas las obras que no se ajusten a los cánones impuestos y, como resultado, se prohíben todos sus escritos en Prusia, en Baviera y Sajonia. En 1841, se prohíbe en toda Alemania la venta de los Cuadros de viaje anteriormente publicados. En 1845, la Iglesia Católica prohíbe sus Nuevos poemas por considerarlos inmorales y, en 1851, es la policía prusiana la que confisca y quema todos los ejemplares del Romancero.
En la segunda mitad del siglo XIX, la literatura de Heine apenas tiene acogida en Alemania. Hasta comienzos del XX no se reconocerá, al fin, su gran valor como poeta, crítico y ensayista. Lo que en su época fuera rechazado por resultar «demasiado poco sesudo para considerarse buena filosofía alemana», para Thomas Mann y Friedrich Nietzsche es digno de los máximos elogios. Ambos admiran a Heine precisamente por su capacidad de expresar una notable profundidad y complejidad de pensamiento en un estilo claro y espontáneo. Su agudeza de ingenio, su compromiso político-social y su estilo ligero encuentran incondicionales seguidores en poetas como Bertolt Brecht, Kurt Tucholsky o Erich Kästner, para quienes es el fundador de la tradición de poesía política en lengua alemana que tanta fuerza adquiere en el período de entreguerras.
En la quema de libros de los nazis de 1933, como era de esperar, las obras de Heine son uno de los primeros objetivos y, en 1936, Hitler ordena que su nombre desaparezca de todas las enciclopedias y manuales de historia de la literatura, conservándose únicamente su poema «Loreley» como «anónimo popular». Así pues, Heine permanece en la sombra —o sólo conocido indirectamente por los Lieder— durante más de veinte años.
Desde principios de los cincuenta, los poetas e intelectuales de la antigua República Democrática de Alemania comienzan a «rescatar» los textos de Heine y, unos cuantos años después, el interés se extiende también a la República Federal con el auge de la poesía política que traen consigo las revueltas de los años sesenta. Es llamativo que, en este período de recuperación, no siempre se interpretan de la misma manera los mismos textos o no interesan por igual todas las obras a uno y otro lado del muro, pues si en el Este se suele dar más peso a las ideas pre-marxistas, las reivindicaciones políticas y la crítica a la religión, en el Oeste se concede más atención, por ejemplo, a la enorme renovación lingüística y formal que inicia el estilo de Heine. Estas diferencias de enfoque iniciales no tardan mucho en equilibrarse: puede decirse que desde los años setenta —en 1972 en ambas Repúblicas se celebran sendos congresos internacionales—, años en los que también se inicia la publicación de sus Obras Completas, prácticamente terminada en nuestros días. A raíz del segundo centenario de su nacimiento, en 1997, se puede considerar por fin que «el mejor de los humoristas» vuelve al lugar que merece dentro de la historia de la literatura alemana.
Como si de una premonición se tratase, Heine era consciente de que sus ideas y su estilo chocarían con la mentalidad de su tiempo, de lo quijotesco de su empresa y de que siempre sería un enfant perdu. En el retrato que hace de sí mismo nos dice que:
En un puesto perdido en la guerra por la libertad
me mantuve firme durante treinta años.
Lucho sin esperanza de vencer,
sabía que jamás volvería sano a casa.
[…]
En aquellas noches el aburrimiento me asaltó
a menudo, también el miedo —sólo los necios no temen nada—.
Para espantarlo canté entonces
las desvergonzadas rimas de una sátira.
[…]
Y claro, entretanto, vino a suceder
que también uno de esos malandrines
tiraba muy bien. ¡Ay, no puedo negarlo!
Las heridas se abren. A chorros brota mi sangre.
¡Queda un puesto vacante! Las heridas se abren,
el uno cae, los otros se baten en retirada,
mas no caigo vencido, que mis armas
no se han partido. Sólo se partió mi corazón.
Mas tan fuerte como la conciencia de esta batalla perdida de Don Quijote, con quien se compara en varias ocasiones (casi todas en los Cuadros de viaje), es la firmeza de sus convicciones, el entusiasmo por la batalla misma y la confianza en que, puesto que es el «poeta loco y perdido» quien defiende los verdaderos ideales, alguna vez y en alguna forma encontrará una victoria:
¡Ay, los fríos y sabios filósofos! Con qué compasión sonríen por encima del hombro ante las locuras y los tormentos que se autoimpone un pobre Don Quijote, mas con toda su erudición escolar no son capaces de darse cuenta de que esa locura quijotesca es lo más digno de alabanza de la vida, de que, de hecho, es la vida misma, y de que esa locura quijotesca es lo que da alas para aventurarse a volar más alto al mundo entero junto con todo lo que sobre él hace filosofía o música, labra la tierra o bosteza. Pues la gran masa del pueblo, filósofos incluidos, sin saberlo no es más que un colosal Sancho Panza que, a pesar de su sobrio miedo a los palos y su sensatez de andar por casa, sigue al enloquecido caballero en todas sus peligrosas aventuras, atraído por la recompensa prometida en la que sí cree porque la desea […]
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