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Guillermo Cabrera Infante - Mea Cuba

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Guillermo Cabrera Infante Mea Cuba

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Fidel Castro y Pinochet

Un notable escritor catalán que escribe en español (por eso es rico y famoso), me invitó a una cena literaria en Londres y después de los postres, café y puros me propuso un acertijo: ¿Con quién te quedarías? ¿Con Castro o con Pinochet? Le dije que una adivinanza como esa se la había propuesto Thomas Mann a Vladimir Nabokov: «¿Hitler o Stalin?». Nabokov consideró la propuesta una impertinencia y se levantó de la mesa y se fue. Yo, menos imperioso, le iba a responder al curioso impertinente y decirle: ni con uno ni con otro sino con la democracia. Como ninguno de los dos mencionados era un demócrata, podría haberme abstenido pero le respondo ahora con conocimiento de causa. Como ya todos ustedes saben, Pinochet guarda prisión hospitalaria en una clínica inglesa y no tengo más que añadir a la prisión del antiguo tirano chileno. Pero sí tengo que decir que las mismas leyes españolas ejecutadas en Inglaterra podrían servir para poner preso a Castro. Es más, estando el presente tirano cubano en España para entrevistarse con el presidente español, consiguió la entrevista y planeaba quedarse cuatro días más en España. Pero, sorpresivamente, Castro cogió su avión —rumbo a Cuba. ¿Temería a las leyes españolas que han apresado a Pinochet? Lo dudo porque el actual gobierno español está al partir un piñón con Castro.

Nada se sabe. Sólo sé que su partida de Madrid fue intempestiva, por no decir una fuga hacia adelante.

Castro por supuesto ha estado dos veces y media más en el poder que Pinochet, quien por otra parte permitió plebiscitos y elecciones antes de dejar el poder voluntariamente. Los muertos que ha matado Castro junto con su hermano suman millares, sin contar los veinte mil cubanos muertos en el mar tratando de huir de Cuba. Las cárceles cubanas han estado y todavía están llenas de presos políticos. Al revés de Pinochet, Castro ha destruido la economía cubana, de tal manera que tardarán decenios para que se recobre. Estos datos, fechas y cifras convierten el acertijo del escritor español en una falacia. Pero mi respuesta por la democracia está en pie todavía.

(1998)

Oporto y oportunismo

Como se sabe, el oporto es un vino portugués para consumo inglés. Ahora hay otro vino de Oporto fabricado en la ciudad de Oporto para consumo de políticos iberoamericanos. Es, como se ve, un vino del estío —aunque estamos en otoño, que es la estación en que está Fidel Castro a sus casi setenta y cinco años, cuarenta de los cuales ha pasado como un tirano del Caribe.

Por cierto, Castro, adelantado de Indias, llegó primero y declaró que venía a darle un abrazo a José Saramago, el escritor del cual, estoy seguro, no ha leído una línea. Su saludo de entrada era para desagraviar a Saramago, blanco ahora del Vaticano. Lo que es, por supuesto, un acto ridículo. Condenar (supongo que al fuego eterno o sus libros a la hoguera) a Saramago, que no es más que un escritor que acaba de recibir un premio y el Papa, considerando como un premio ir a Cuba a elogiar a un tirano, me parece no sólo inconsecuente sino levemente ridículo. El Papa, que tampoco habrá leído a Saramago, lo condena por comunista, pero celebra a Fidel Castro que no sólo es un comunista ingente sino un dictador cruel, que no conoce la piedad cristiana ni ninguna otra clase de piedad.

La reunión oportunense ha revelado otras ambigüedades, como el presidente español Aznar acudiendo temprano, no a elogiar a Saramago, sino a entrevistarse a solas con Fidel Castro. Recuerden que Aznar fue el político que jugó al ajedrez en otra reunión de notables, declarando: «Si Castro pone ficha, yo muevo ficha». Pero, como siempre, las fichas las ha puesto, movido y compuesto Aznar solo mientras Fidel Castro, que no hace dos años llámó a Aznar «caballerito», en el tono más despectivo, sigue igual. Ahora se ha unido a la fiesta el rey de España, con quien Castro quiere juntarse no en Oporto sino en La Habana. Tal vez ustedes recordarán que este mismo Castro llamó a este mismo rey usurpador y llegó a cuestionar la dinastía ilustre que es la de Juan Carlos. Ambos, seguramente, han decidido olvidarlo todo. Un momento. Falta otro jugador todavía con sus fichas en la mano, José María Aznar también lo olvida todo. Es que la política es una de las formas que adopta la amnesia.

(1998)

A propósito

Veinte años en mi término /

me encontraba paralítico…

Canción cubana

Hace poco cumplí sesenta y tres años. Unos meses antes Fidel Castro celebró (si se puede celebrar un entierro) treinta y tres años en el poder sin oposición. Como el despiadado castellano señor de la guerra que al morir no tenía enemigos porque los había matado a todos, Castro no tiene enemigos en Cuba. Treinta y tres años es más de la mitad de mi vida cronológica y en todo ese tiempo mi biografía ha sido escrita, de una manera o de otra, por Fidel Castro y sus escribanos de dentro y fuera de la isla. Presumir que Castro gobierna sólo en Cuba es no querer admitir que un exilado político es un enemigo que huye al que no le tienden un puente de plata sino una larga mano que puede alcanzarlo dondequiera. Para ilustrar esta imagen paranoica (lo que Freud catalogaría como un complejo de Castración), puedo contar una historia de lo que se llama la vida real.

En 1985, estando en el festival de Cine de Barcelona, recibí una llamada urgente de mi hija menor en Londres. Me dijo que habían entrado ladrones en nuestro apartamento pero que no me preocupara porque extrañamente los ladrones no habían robado nada. Mi extrañeza fue extrema entonces, pero debía quedarme en el festival hasta el final. Cuando regresé a Londres apenas si había huella del robo que nunca fue robo. Todo estaba en su sitio excepto por un candado enorme provisto por la policía que sustituía mi violada cerradura de seguridad. Un anuncio del fabricante asegura que es una decisiva protección contra toda clase de intrusos.

Mi hija me contó que no sólo había venido a investigar la policía local, sino que un detective de Scotland Yard se había interesado en el robo que no era robo. Durante su visita anunciada había preguntado a mi hija quién era yo, qué hacía y si tenía enemigos personales. Mi hija le dijo que mi único status, aparte de ser escritor, era el de exilado de Castro. El agente de Scotland Yard le pidió que yo lo contactara personalmente a mi regreso.

A nuestro regreso comprobamos Miriam Gómez y yo que, efectivamente, los ladrones no habían robado nada. Inclusive un sobre que contenía mil dólares había sido expuesto, abierto y devuelto a su precario escondite sin su sobre. Era obvio que estos insólitos ladrones no buscaban dinero o no aceptaban dólares.

El detective de Scotland Yard resultó mucho más inteligente que el notorio inspector Lestrade, a quien Sherlock Holmes acusaba con sorna de tener una inteligencia valiosa por lo escasa. Lo invité a sentarse. Lo hizo. Le ofrecí un café. Cubano. No aceptó. (Los agentes de Scotland Yard en servicio no pueden aceptar la invitación de ajenos.) Desde su silla en seguida señaló varios objetos visibles en la sala (una estatuilla art nouveau, búcaros art déco, libros que llamó «raros» y no ediciones príncipes, dos máquinas de grabar vídeos nuevas) y dijo: «Todo eso cabe en dos bolsas grandes. No entiendo por qué no se llevaron nada». Tampoco yo. «Han debido de pasar mucho trabajo para entrar», admitió. Sabía que habían intentado forzar mi cerradura de máxima seguridad Banham, garantizada contra todas las violaciones. Al no poder romperla habían tratado de zafar la puerta (nueva) de sus goznes. Pero era grande y pesada y tenía dos pulgadas de espesor. Finalmente armándose con una barra de hierro lograron romper el marco (viejo) de la puerta para desencajar la cerradura. «La operación es ruidosa y debió de tomarles tiempo», dijo el detective y añadió: «Corrieron su riesgo». Ningún vecino había visto ni oído nada. Se lo dije pero por su mutismo supe que ya lo sabía.

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