Hans Küng - La Iglesia Católica
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HANS KÜNG, (Sursee, 1928) Sacerdote y teólogo católico suizo, uno de los más controvertidos del pensamiento católico contemporáneo. Se licenció en Filosofía en 1951 y cuatro años después en Teología en la Universidad Pontificia de Roma; en 1954 se ordenó sacerdote, y en 1957 se doctoró en la Universidad de París con una tesis en la que investigaba y desarrollaba la relación de Karl Barth con el catolicismo.
Comenzó su vida laboral como párroco en Lucerna y posteriormente obtuvo una plaza en la Universidad de Tubinga, donde comenzó a dar clases en 1960 en la Facultad de Teología católica. Küng promovió con insistencia la necesidad de una reforma de la Iglesia Católica y Juan XXIII lo nombró teólogo conciliar, por lo cual participó activamente en el Concilio Vaticano II.
Abogó por un acercamiento real entre la Iglesia católica y la protestante, y defendió la necesidad de una apertura de la Iglesia al mundo moderno, para lo cual debían transformarse necesariamente sus estructuras, ya que, según él, es imposible lograr una paz en el mundo si antes no se consigue una paz entre las distintas religiones. Las posturas de Küng fueron haciéndose cada vez más radicales, lo que trajo como consecuencia que en 1979 la Congregación para la Doctrina de la Fe Católica dictaminara que no podía continuar ejerciendo la docencia en la Universidad, hecho que, no obstante, levantó numerosas protestas internacionales. En 1994 se analizó de nuevo su caso y se falló en contra de lo que la Congregación había dictaminado en 1979.
Entre sus obras, centradas en el estudio de las religiones y basadas en una sólida investigación de carácter histórico y teológico, cabe destacar Konzil und Wiedervereinigung (Concilio y reunificación, 1960), Strukturen der Kirche (Estructuras de la iglesia, 1962), Die Kirche (La iglesia, 1967), 24 Thesen zur Gottesfrage (24 tesis acerca de la cuestión divina, 1979), Theologie im Aufbruch. Eine ökumenische Grundlegung (El renacer de la teología. Una documentación ecuménica, 1987), Unfehlbar? Eine Anfrage (¿Infalible? Un interrogante, 1972) y Existiert Gott? (¿Existe Dios?, 1977).
LOS INICIOS DE LA IGLESIA
Según los Evangelios, el hombre de Nazaret prácticamente nunca utilizó la palabra «iglesia». No hay citas de Jesús dirigiendo públicamente a la comunidad de los elegidos una llamada programática a la fundación de una iglesia. Los estudiosos de la Biblia coinciden en este punto: Jesús no proclamó una iglesia ni a sí mismo, proclamó el reino de Dios. Guiado por la convicción de hallarse en una época próxima a su fin, Jesús deseaba anunciar la inminente llegada del reino de Dios, del gobierno de Dios, con vistas a la salvación del hombre. No llamaba simplemente a la observancia externa de los mandamientos de Dios, sino a su cumplimiento en la consideración debida a nuestros semejantes. Resumiendo, Jesús apelaba al amor generoso, que incluía también a nuestros adversarios, ciertamente a nuestros enemigos. El amor a Dios y el amor a nuestros semejantes se ensalzan equiparándolos al amor a uno mismo («Amarás… como a ti mismo»), como aparece ya en la Biblia hebraica.
Así pues, Jesús, enérgico predicador de la Palabra y al mismo tiempo sanador carismático del cuerpo y la mente, propugnaba un gran movimiento escatológico colectivo, y para él los Doce con Pedro eran señal de la restauración del número total de las tribus de Israel. Para disgusto de los devotos y los ortodoxos, también invitaba a su reinado a los practicantes de otras creencias (los samaritanos), a los comprometidos políticamente (los recaudadores de impuestos), a aquellos que habían faltado a la moral (los adúlteros) y a los explotados sexualmente (las prostitutas). Para él, los preceptos específicos de la ley, sobre todo los referentes a la comida, la limpieza y el sábado, eran secundarios con respecto al amor al prójimo; el sábado y los mandamientos son tanto para hombres como para mujeres.
Jesús era un profeta provocador que se mostraba crítico con el templo y que, en efecto, se comprometió en una postura militante contra el comercio, tan prominente allí. Aunque no era un revolucionario político, sus palabras y sus acciones pronto le llevaron a un conflicto de fatales consecuencias con las autoridades políticas y religiosas. Ciertamente, a la vista de muchos ese hombre de treinta años, sin oficio ni título concreto, trascendía el papel de mero rabino o profeta, de modo tal que le consideraban el Mesías.
Sin embargo, con sus sorprendentemente breves actividades —como máximo tres años o tal vez solo unos meses— no pretendía fundar una comunidad separada y distinta de Israel con su propio credo y su propio culto, ni fomentar una organización con una constitución y una jerarquía, y mucho menos un gran edificio religioso. No, según todas las evidencias, Jesús no fundó una iglesia en vida.
Pero ahora debemos añadir inmediatamente que sí se formó una iglesia, en el sentido de comunidad religiosa distinta de Israel, inmediatamente después de la muerte de Jesús. Esto sucedió bajo el impacto de la experiencia de la resurrección y del Espíritu. Basándose en experiencias particularmente carismáticas («apariciones», visiones, audiciones) y en una especial interpretación de la Biblia hebraica (profeta perseguido, sufrido siervo de Dios), los seguidores judíos de Jesús, hombres y mujeres, quedaron convencidos de que ese hombre a quien habían traicionado, ese hombre que había sido objeto de burlas y mofas por parte de sus oponentes, ese hombre que había sido abandonado por Dios y por sus semejantes y había perecido en la cruz profiriendo un grito agudo, no estaba muerto. Creyeron que había sido conducido por Dios a la vida eterna y ensalzado en su gloria, en total concordancia con la imagen del salmo 110, «está sentado a la diestra de Dios», convertido por Dios en «Señor y Mesías» (cf. Hechos 2,22 -36), «constituido Hijo de Dios, poderoso según el Espíritu de Santidad a partir de la resurrección de entre los muertos» (Romanos 1,3 ).
Así que esta es la respuesta a la pregunta. Aunque la iglesia no fue fundada por Jesús, apela a él desde sus orígenes: el que ha sido crucificado y aún vive, en quien para los creyentes ya ha amanecido el reino de Dios. Siguió siendo un movimiento vinculado a Jesús con una orientación escatológica; su base no era inicialmente un culto propio, una constitución propia ni una organización con oficios específicos. Su fundamento era sencillamente la profesión de fe en que ese Jesús era el Mesías, el Cristo, tal como quedaba sellado con un bautismo en su nombre y mediante un ágape ceremonial en su memoria. Así fue como la iglesia tomó forma inicialmente.
Desde los primeros tiempos hasta el presente la iglesia ha sido, y todavía es, la hermandad de aquellos que creen en Cristo, la hermandad de aquellos que se han comprometido con la persona y la causa de Cristo y dan fe de su mensaje de esperanza a todos los hombres y mujeres. Su propio nombre muestra hasta qué punto la iglesia se compromete con la causa de su Señor. En las lenguas germánicas (church, Kirche) el nombre deriva del griego kyriake = perteneciente al Kyrios, el Señor, y designa la casa o la comunidad del Señor. En las lenguas románicas (ecclesia, iglesia, chiesa, église) deriva del término griego ekklesia, que también aparece en el Nuevo Testamento, o de la palabra hebrea qahal, que significa «asamblea» (de Dios). Aquí se hace referencia tanto al proceso de reunirse en asamblea como a la comunidad reunida.
Esto establece la norma para siempre: el significado original de
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