¿El Credo hoy?
¿Cuánta gente se sigue interesando hoy por el tradicional símbolo de la fe cristiana? Muchos se consideran religiosos, pero no cristianos, otros muchos se tienen por cristianos, pero no se sienten vinculados a la Iglesia. Sin embargo, violentas discusiones, sobre todo en la Iglesia católica, sobre ciertos enunciados tradicionales de la fe, atraen la atención más allá de los muros de la Iglesia y muestran qué poco «superadas» están las viejas cuestiones fundamentales del credo cristiano.
Se discute públicamente sobre cómo hay que entender pasajes clave del credo tradicional, del «Símbolo de los Apóstoles»: «Nació de María Virgen. Resucitó de entre los muertos. Bajó a los infiernos. Subió a los cielos». Una vez más, entre el magisterio eclesiástico y la teología contemporánea se libra enconado combate por la interpretación adecuada, y no pocas veces resultan de ello falsas alternativas entre doctrina eclesiástica «objetiva» e interpretación metafórica, subjetivo-psicológica.
Hay, en todo ello, una cosa clara: a nadie —afortunadamente— se le puede obligar hoy a creer. Sin embargo, son muchos los que quisieran creer, pero no pueden hacerlo como en la Antigüedad, en la Edad Media o en la época de la Reforma. Demasiadas cosas han cambiado en la constelación general de nuestro tiempo. Demasiadas cosas de la fe cristiana causan extrañeza, parecen estar en contradicción con las ciencias naturales y humanas y también con los impulsos humanos de nuestro tiempo. En este punto es donde nuestro libro quiere servir de ayuda. Lo que en 1962 el papa Juan XXIII, en su célebre discurso de inauguración, denominó «punto capital» del concilio, puede también considerarse punto capital de este libro. No se trata de ala discusión de este o de aquel artículo fundamental de la doctrina de la Iglesia, en prolija repetición de la doctrina de los Padres, así como de los teólogos antiguos y modernos, que siempre se pueden dar por bien conocidos y presentes a nuestro espíritu». Sino que se trata de un «salto hacia delante, hacia una profundización de la doctrina y una formación de la conciencia, en una más perfecta correspondencia y fidelidad a la auténtica doctrina, pero estudiada y presentada ésta, por otra parte, conforme a la investigación y a las fórmulas literarias del pensamiento moderno».
La explicación que aquí ofrezco del Símbolo de los Apóstoles se siente vinculada a ese espíritu del concilio y pretende:
- ser una interpretación, no arbitraria y personal sino basada en la Escritura, de los artículos de la fe fijados en ese credo;
- ofrecer una interpretación ni esotérica ni estérilmente dogmática, sino seriamente interesada en las preguntas del hombre de hoy: no ciencia secreta para los que ya creen, sino inteligibilidad, en lo posible también para los no creyentes, sin ostentaciones científicas ni grandilocuencias retóricas; no afirmaciones claramente irracionales, pero sí argumentación en pro de la confianza en una realidad que está más allá de los límites de la razón pura;
- no favorecer ninguna tradición eclesiástica especial, pero, inversamente, tampoco seguir a una determinada escuela psicológica, sino, con absoluta honestidad intelectual, tomar como punto de orientación el evangelio, o sea, el primitivo mensaje cristiano, tal y como es posible exponerlo hoy con los métodos de la investigación histórico-crítica;
- no favorecer una mentalidad de gueto confesional, sino aspirar a una amplitud ecuménica con la que, de una parte, las tres grandes Iglesias cristianas puedan sentirse comprendidas y, de otra, también se tienda un puente hacia el diálogo con las religiones universales.
La unidad de las Iglesias cristianas (anulación de todas las excomuniones recíprocas) es necesaria, la paz entre las religiones (como condición indispensable para la paz entre los pueblos) es posible. Y sin embargo una máxima apertura ecuménica no excluye la fidelidad a la propia convicción religiosa. Deseable y oportuna es la disposición al diálogo unida a la firmeza interior.
Cuarenta años de trabajo teológico han hallado expresión en este libro. Lo que, estudiando y reflexionando incansablemente, ha ido creciendo en mí en materia de fe será expuesto aquí en brevísimo espacio. La verdad será dicha con veracidad, sin renunciar a la crítica histórica a favor de un restringido psicologismo individualista. Es evidente que en este libro no se ha podido tratar en modo alguno todo lo perteneciente a la fe y a la vida cristianas, desde especiales cuestiones dogmáticas hasta las cuestiones de ética y espiritualidad. Ello se debe, en gran parte, al propio credo, que ofrece una limitada «selección» de los posibles «artículos» de la fe cristiana y que no toca en absoluto temas de vida, práctica cristiana. En tiempos pretéritos, esto se habría llamado «pequeño catecismo» de la fe cristiana.
Para todas las mencionadas cuestiones que no he podido tratar aquí tengo que remitir a mis libros más extensos que constituyen el trasfondo de este librito, sobre todo a los libros sobre la justificación, la Iglesia, el ser cristiano, la existencia de Dios, la vida eterna, las religiones universales y la ética universal». (Proyecto de una ética mundial, Trotta, Madrid, 1995). A estas obras, que contienen amplias referencias bibliográficas, remitiremos otra vez al final, para quien desee hacer comprobaciones y, acaso, ahondar más. Al desarrollo histórico de la Iglesia y del dogma y a la situación actual del cristianismo espero poder referirme en el segundo volumen de mi trilogía La situación religiosa de este tiempo —el volumen sobre el cristianismo— con el mismo estilo que ya empleé en el volumen sobre el judaísmo. (El judaísmo. Pasado, presente y futuro, Trotta, Madrid, 1993).
Aunque el contenido del credo, en razón de la época en que éste surgió —la primera mitad del primer milenio—, tiene limitaciones que no pueden pasar inadvertidas, me pareció que el analizar las fórmulas de fe tradicionales era un reto mayor que formular con propias palabras un credo moderno; una religiosidad totalmente difusa, o incluso confusa, no puede interesar a nadie. Y esos artículos, en verdad, han marcado profundamente —en gran parte por ser empleados, hasta el día de hoy, en la liturgia y en la música sacra— a la cristiandad, mostrando su influencia hasta en el ámbito de las artes plásticas. Por esa razón se ha dedicado especial atención esta vez a las artes plásticas, después de haber meditado, ya anteriormente, a propósito del nombre de Mozart, sobre la conformación musical de los tradicionales enunciados religiosos: en cada uno de los seis capítulos que siguen me he esforzado por introducir los respectivos artículos de la fe partiendo de un ejemplo clásico de iconografía cristiana, para poder comparar la imagen de la fe tradicional con la actitud básica, tan diferente, del hombre de nuestro tiempo.
Al final, quiero expresar mi agradecimiento por la ayuda recibida una vez más. Para mí, esto es todo lo contrario de una mera formalidad. Pues soy muy consciente de que no podría superar mi enorme volumen de trabajo sin fiable apoyo técnico y científico. El asesoramiento técnico del manuscrito ha estado otra vez a cargo de las señoras Eleonore Henn y Margarita Krause; mi doctorando Matthias Schnell y el estudiante de teología Michel Hofmann han leído cuidadosamente las pruebas. Del ajuste tipográfico se ha vuelto a encargar el licenciado en teología Stephan Schlensog, quien también me ha prestado ayuda con su lectura crítica del manuscrito. Por lo que toca a las cuestiones estilísticas y de contenido, doy especialmente las gracias a la señora Marianne Saur y al doctor Karl-Josef Kuschel, Privatdozent y director adjunto del Instituto de Investigación Ecuménica. A todos ellos, que en parte me asesoraron fielmente desde hace tantos años, les doy aquí públicamente, de todo corazón, las gracias.