Capítulo 1
El sector forestal y la seguridad nacional
La sorprendente vulnerabilidad de la sociedad chilena ante los cambios ambientales
Desde hace mucho, los organismos internacionales vienen denunciando con preocupación dos fenómenos graves relacionados con los bosques naturales de Chile: se refieren a la deforestación y a la degradación. Cuando nos situamos en nuestro país y nos hacemos preguntas respecto del rol e importancia de los bosques y las plantaciones forestales y la forma en que se gestiona el llamado «sector forestal», reconocemos que el tema no logra permear a la ciudadanía, manteniéndose más bien en un ámbito académico, algunas comisiones parlamentarias, subcomisiones gubernamentales de turno y organizaciones no gubernamentales y agrupaciones ambientalistas. Es por ello que desde una perspectiva ciudadana vale la pena preguntarse:
¿De acuerdo a la situación de los bosques nativos, formaciones vegetacionales y plantaciones artificiales, su estado actual, la forma en que se gestionan y la proyección de estos, los ciudadanos tienen la certeza de avanzar a mayores niveles de seguridad y tranquilidad en el desarrollo de sus vidas y sus comunidades locales? Manteniendo las mismas consideraciones, también es legítimo preguntar: ¿percibe usted una mayor amenaza sobre sus formas de vidas individual y comunitaria en los territorios que habita?
Los bosques se relacionan de muy diversas formas con la sobrevivencia de la humanidad. En un escenario de cambio climático, a modo de ejemplo, mencionaremos solo dos aspectos: sequía e incendios forestales. Hoy, desafortunadamente, nadie discute su imprescindible función en la producción y mantención de las aguas. ¿Se podría pensar un futuro en donde las ciudades se queden sin agua para el consumo humano? La respuesta se evidenció en agosto de 2018 en Ciudad del Cabo, la segunda ciudad en importancia de Sudáfrica, que estuvo cerca de transformarse en la primera ciudad del mundo sin agua corriente para el suministro diario de su población de cuatro millones de habitantes. Una drástica sequía de tres años y la duplicación de su población en 20 años la arrastró a una situación insostenible, aunque finalmente superó la problemática. Todo partió cuando las autoridades restringieron el uso de este recurso debido a la baja de los niveles. El racionamiento que comenzó en 2017, con 87 litros por persona por día, llegó a principios de 2018 a un límite de 50 litros; un recorte muy importante, considerando que antes de esta crisis los habitantes de la urbe usaban entre 250 y 350 litros por persona al día. Las noticias de la prensa daban cuenta de que los residentes de dicha ciudad habían empezado a ducharse dentro de cubos, reteniendo el agua para reutilizarla más tarde. Asimismo, el agua de la lavadora... parecía que en esta ciudad ese futuro apocalíptico que parece lejano había llegado. La situación, junto con provocar pánico, significó una caída en las reservas turísticas.
Nuestro país sufre actualmente una grave crisis de sequía cuyo aumento en la duración y frecuencia se debe en gran parte a la disminución de las lluvias producto del cambio climático y otorgamiento de los derechos de aprovechamiento de aguas. Desde 2010 al 2017, en la última larga sequía registrada en la zona sur, se notaron algunos cambios en cuanto a su profundidad, duración y efectos. De pronto, cientos de miles de personas quedaron sin disponibilidad de agua potable y sin agua para sus cultivos y animales. Los responsables administrativos implementaron acciones paliativas, pero ello no superó la preocupación surgida entre los afectados. La distribución de agua para el consumo humano en camiones les dej ó la sensación de una p é rdida en el control sobre el normal abastecimiento del vital elemento, así como sobre el clima, el medio ambiente y, en definitiva, el control sobre sus vidas.
Cuando un sujeto o sistema está expuesto a amenazas, a su predisposición intrínseca a ser dañado se le denomina vulnerabilidad. «La vulnerabilidad, en otras palabras, es la predisposición o susceptibilidad física, económica, política o social que tiene una comunidad de ser afectada o de sufrir daños, en caso de que un fenómeno desestabilizador de origen natural o antrópico se manifieste» .
No olvidemos que millones de personas viven en el centro y centro-sur de Chile, y por tanto están en el epicentro de las crecientes incertidumbres y ya han vivido las consecuencias producto de los dos fenómenos catastróficos mencionados anteriormente. Los efectos, que resultan significativos en sus vidas, han impactado en sus condiciones básicas y en el desarrollo cultural y social al cual tienen derecho. Nuestra percepción es que la vulnerabilidad de la población chilena aumenta entre las regiones de Coquimbo a Los Lagos, donde se concentra el 85% de la población del país, toda la industria forestal asociada a las plantaciones y el 50% de los bosques nativos.
La Dirección General de Aguas (DGA) reconoce cinco decretos vigentes de escasez para 61 comunas afectadas por sequía, lo que involucra al 14,9 por ciento de la población del país. De acuerdo con la Asociación Nacional de Empresas de Servicios Sanitarios A.G., del total de los recursos hídricos utilizados anualmente en el país, la industria sanitaria usa sólo el 5% para el consumo de 4,7 millones de hogares. En consecuencia, el principal uso del recurso está radicado en la agricultura, seguido de lejos por la industria manufacturera y la minería.
Se perciben como causas de la escasez hídrica no solo al cambio climático –que es difícil de responsabilizar–, sino que también un sobreúso de los recursos acuíferos, una falta de planificación territorial con enfoque de cuencas y un Código de Aguas que limita la definición a un bien transable, situación que permite la especulación de los derechos de agua. La amenaza, en el caso de los bosques y plantaciones, se expresa mayoritariamente en la manera errónea o negligente de manejarlos e interactuar con ellos.
Los megaincendios forestales registrados en los últimos años también están dando cuenta de una vulnerabilidad que ha alcanzado dimensiones trágicas, destruyendo bosques, plantaciones y poblados enteros. Lo sucedido entre el 18 de enero al 5 de febrero de 2017, se puede describir como una tormenta de fuego extrema, con propagaciones ultrarrápidas de hasta 8.200 ha/hora y con intensidades caloríficas excepcionales de más de 60.000 kW/h. Según el informe evacuado por los expertos de la Unión Europea presentes en dicho episodio, las causas subyacentes fueron la meteorología extrema y el alto estrés hídrico de la vegetación, a consecuencia de una prolongada sequía. Como factor coyuntural añadido, se puede considerar que la situación de bloqueo anticiclónico entre las altas presiones del océano Pacífico y la cordillera de los Andes, durante los días precedentes, habría acumulado energía para desencadenar los acontecimientos en la tarde-noche del 25 al 26 de enero de 2017. Otro factor desconocido fue la alta simultaneidad, más de 100 incendios y los vientos locales que se registraron entre 100 a 130 km/hora.
Los expertos denominaron a este fenómeno «incendios de 6a generación». Cabe preguntarse si estos se repetirán, y la respuesta apunta a señalar que lo más probable es que así sea. Durante el mes de julio de 2018, este tipo de eventos se trasladó a Europa, específicamente a la costa oriental de la región de Ática, en Grecia. La tragedia cobró 91 víctimas fatales, detectándose como causalidad una zona urbanizada sin control en medio de un bosque de pinos, la ausencia de planes de evacuación y los fuertes vientos.
Por un lado y por el otro, no cabe duda de que la pérdida silenciosa de las precipitaciones, el aumento de las temperaturas, el déficit hídrico y los grandes incendios forestales nos llevan, como país, a un escenario de alto riesgo y en el cual no se vislumbran políticas, lineamientos o acciones tendientes a modificarlo. No se ha incrementado significativamente el manejo de los bosques nativos ni se han equilibrado ecosistemas aumentando su biodiversidad. Tampoco se han detenido los procesos de degradación y deforestación y no se recupera la capacidad de producción de aguas en calidad y cantidad.