Este libro debe mucho a la colaboración directa de Julio Hubard, Miruna Achim, Rafael Lemus, Fernando García Ramírez, Ricardo Cayuela Gally, Ramón Cota Meza, Alejandro Rosas, Mauricio Rodas y Humberto Beck. Gracias a Guillermo Sheridan y a Rodrigo Martínez Baracs tuve acceso a una parte de la invaluable correspondencia no publicada de Octavio Paz. A Juan Pedro Viquera le debo muchas sesiones iluminadoras sobre Chiapas. Mi visión de Venezuela debe mucho a cuatro historiadores (Simón Alberto Consalvi, Elías Pino Iturrieta, Germán Carrera Damas y el recientemente fallecido Manuel Caballero). A Mario Vargas Llosa le agradezco haber sugerido que este libro se titulara Redentores. Y a Gabriel Zaid, nuestra permanente conversación.
Prefacio
Redentores es una historia de las ideas políticas en América Latina desde el fin del siglo XIX hasta nuestros días. Me inspiré en los libros de Isaiah Berlin sobre los pensadores rusos, y en Hacia la estación de Finlandia, obra en la que Edmund Wilson mezcló el análisis ideológico y la biografía. Mis protagonistas son las ideas, pero mi aproximación a ellas no es abstracta: las veo encarnadas en la vida de seres humanos concretos que –como los apasionados rusos de Berlin– las vivieron con intensidad religiosa y seriedad teológica. Mi elenco de personajes no es, por supuesto, exhaustivo, pero aspira a ser representativo de los temas políticos centrales en América Latina. No incluí a grandes políticos en su torre de control o a grandes hombres de letras en su torre de marfil. Entre los 11 hombres y una mujer que elegí hay obvias diferencias, pero esa variedad es en sí misma significativa de la diversidad de orígenes y experiencias en que han arraigado las principales ideas. Todas esas figuras vivieron apasionadamente el poder, la historia y la revolución, pero también el amor, la amistad y la familia. Vidas reales, no ideas andantes.
La alusión religiosa del título no es sólo metafórica, también es real. En América Latina el trasfondo religioso de la cultura católica ha permeado siempre la realidad política con sus categorías mentales y sus paradigmas morales. Hay una laica catolicidad en los profetas del primer apartado. Los cuatro Josés (el cubano Martí, el uruguayo Rodó, el mexicano Vasconcelos y el peruano Mariátegui) perfilan la vocación revolucionaria del continente con un celo apostólico y un espíritu de sacrificio propio de una cultura fundada en el siglo XVI por frailes misioneros. Esa vocación es una antorcha que pasa de mano en mano: va de la perplejidad del republicano Martí (que había querido disuadir a Estados Unidos de su propósito imperial en los países de «Nuestra América») al nacionalismo hispanoamericano de Rodó (cuya obra Ariel, producto del trauma del año 1898, marca un quiebre múltiple en la historia intelectual y política de estos países), al caudillismo cultural de Vasconcelos (cruzada que irradió a América Latina desde México), a la original vanguardia marxista e indigenista de Mariátegui. Junto a la raigambre religiosa, todos los profetas creen en la comunión del autor y el lector a través de la palabra impresa. No son profesores: son escritores y editores de revistas y libros.
«Mi generación –señaló Paz– fue la primera que, en México, vivió como propia la historia del mundo, especialmente la del movimiento comunista internacional.» De joven quiso ser «redentor, héroe, suicida» y, como Mariátegui, creyó que el orden liberal y democrático, perdido irremisiblemente en la Gran Guerra, podía restablecerse sobre bases superiores, fraternales e igualitarias, en la Revolución socialista. Pero su abrazo al marxismo en 1930 (año de la muerte de Mariátegui) era el capítulo intermedio en la biografía colectiva de tres personas con el apellido Paz: el abuelo liberal Ireneo Paz, el padre «zapatista» Octavio Paz Solórzano y el propio Octavio Paz, poeta revolucionario. En los treinta, el repudio al fascismo y la admirable solidaridad con la República española en la Guerra de España ahondaron las simpatías de izquierda en un amplio sector de la intelligentsia latinoamericana, pero tuvo el efecto de descartar como «burguesa», «formal» y anacrónica la alternativa democrática y liberal, que quedó pendiente. En las últimas décadas de su vida (en las que tuve el privilegio de trabajar junto a él), Paz redescubriría esa tradición y lucharía como un cruzado para defenderla. Su vida personal y familiar es representativa de dos siglos mexicanos y, en cierta medida, latinoamericanos: va del liberalismo democrático decimonónico a la Revolución mexicana, de la Revolución mexicana a la Revolución soviética, de la soviética a la cubana, de la cubana a la mexicana, de la mexicana al liberalismo democrático original. Y aunque Paz mantuvo siempre posiciones anticlericales, el catolicismo es también una clave secreta para comprender su trayectoria.
La sombra de Plutarco y sus Vidas paralelas preside el siguiente apartado. En las vidas de todos los personajes resuenan ideas de los cuatro primeros profetas y temas de Octavio Paz. La primera pareja icónica corresponde a la vida, milagros (y horrores) de dos santos laicos que sobreviven a esta fecha en la memoria pública: la exaltada ex actriz Evita Perón y el furibundo guerrillero Ernesto Che Guevara. El segundo dueto lo integran nuestros dos mayores novelistas: el colombiano Gabriel García Márquez y el peruano Mario Vargas Llosa. En la vida y la obra de ambos late un tema antiguo en América Latina: el poder, sobre todo el poder encarnado en la persona del caudillo. Frente a este tema general, la actitud de ambos escritores no ha podido ser más distinta: en uno hay fascinación, en otro repulsa. La raíz, en ambos casos, podría hallarse en sus vidas tempranas, pero las consecuencias políticas y morales de esas actitudes no son banales: ante el público lector, legitiman o critican ese poder. El dueto final recrea las bodas de la Teología de la Liberación con el marxismo indigenista, representados en las vidas convergentes de dos «redentores» mexicanos: el obispo de Chiapas Samuel Ruiz y «Marcos», el guerrillero enmascarado.
Finalmente, aparece una extraña figura contemporánea en la que todo el redentorismo pasado encarna en una caricatura, un mélange posmoderno. Es un personaje extraído de la interpretación latinoamericana de Thomas Carlyle, el autor escocés precursor del fascismo, muy leído y aplicado por los hombres del poder (y sus intelectuales de cabecera) en la América Latina de principios del siglo XX . Es el presidente Hugo Chávez, que busca reducir la historia de su país a su biografía personal. Chávez no es un hombre de ideas, pero tampoco es un hombre sin ideas. No es, aunque lo parece, un caudillo vulgar; es un líder mediático, un predicador, un redentor por Twitter, un caudillo posmoderno.
¿Redención o democracia? Éste ha sido, hasta hace poco, el dilema central de América Latina. La mayor parte de nuestras naciones ha optado por la democracia, y por el retorno a los valores liberales y republicanos que les dieron origen. Pero para que la democracia se fortalezca y perdure, y para que a través de ella (con sus leyes, instrumentos e instituciones) nuestros pueblos puedan enfrentar los males del nuevo siglo, los gobiernos deben desplegar una efectiva vocación social. De no hacerlo, la región volverá a buscar la redención, con todo el sufrimiento que conlleva.
... la Revolución ha sido la gran
Diosa, la Amada eterna y la gran