Erik el Belga en un retablo del Monasterio de Piedra (Aragón) del
que desapareció una talla del siglo XV de una Virgen de mármol (1978).
Casa en la que nació Erik el Belga, en el Domaine de la Houssière,
cerca de Henripont (Bélgica).
En el club de tiro de Málaga (1986).
Erik y Nuria, su esposa, en su casa de Málaga (1987).
El matrimonio en un restaurante (1988).
Erik el Belga en su atelier de Málaga pintando un retrato
de Imperioso, el caballo de Jesús Gil (2005).
Dos tablas pintadas por encargo con los marcos originales (2000).
Erik y Nuria en 1985.
Erik el Belga con una talla (1990).
En casa de uno de sus coleccionistas (1999).
Erik el Belga con los miembros de la Cofradía de la Virgen del Carmen
de Marbella con el estandarte pintado por él mismo.
Erik y su hermano en 2010.
A todas aquellas personas que han compartido conmigo muchas de las emociones y vivencias de mi vida
RENÉ VANDEN BERGHE
En homenaje a todos los lugares donde están los recuerdos de todas las flores de los tiempos pasados.
ERIK EL BELGA
Título original: Por amor al Arte. Memorias del ladrón más famoso del mundo
Erik el Belga, 2012
Traducción: Nuria Gutiérrez de Madariaga
Ilustraciones: Archivo del autor
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Una delicada talla gótica ha sido sustraída de una iglesia alemana. En la persecución la policía dispara a uno de los ladrones. Él no sabe muy bien dónde le duele, pero se le empieza a nublar la vista. La talla se ha manchado de sangre y tiene un agujero. La preciosa obra de arte ha salvado la vida al ladrón más famoso del mundo: Erik el Belga.
Así empieza la autobiografía de René Vanden Berghe, Erik el Belga, escrita con increíble ritmo narrativo a cuatro manos con Nuria de Madariaga. Su vida es la demostración de que la realidad supera la ficción. Nada hacía suponer que el pequeño René fuera a convertirse en un ladrón. Su abuelo le transmitió el amor por el arte gótico y el románico, su madre lo introdujo en el mundo de la pintura, y su padre le enseñó los secretos del bosque, las armas y los libros antiguos. Pero el ambiente tras la segunda guerra mundial era perfecto para aprender las artes del contrabando y su carácter le dio el ansia por el conocimiento y la lógica necesaria para justificar su querencia por las piezas de arte sacro: «soy católico y la Iglesia es de todos los católicos, luego lo que es de la Iglesia también es mío» o «si no hubiera salvado esta pieza de la carcoma ahora no existiría…». En ocasiones, no le faltaba razón.
Un auténtico thriller en el que se desvela la trama que hay tras los robos de arte. A Erik se le calculan unos 600 golpes en Europa, algunos muy sonados en España, donde a nadie parecía importarle el patrimonio. Y todos por encargo, porque para que alguien se lleve estas piezas únicas tiene que haber una persona dispuesta a comprarlas.
Erik el Belga
Por amor al Arte
Memorias del ladrón más famoso del mundo
ePub r1.0
Titivillus 03.05.2019
CAPÍTULO 1
Un primer impacto
El impacto de la bala fue como un golpe seco en algún lugar de mi anatomía situado entre la cabeza y la cintura. Yo iba al volante de mi Mercedes Break y trataba de salir del aparcamiento nevado de una gasolinera con restaurante situada en Alemania, casi en la frontera con Bélgica.
El disparo entró por la ventanilla trasera; debió de pasar entre mi fiel compañero Gilbert el Normando y la delicada talla gótica que acabábamos de retirar de un templo. Atravesó el asiento o el reposacabezas y me alcanzó. Y todo por culpa de ese psicópata de Hain, que, como siempre, había sido incapaz de no perder los estribos y actuar con lógica y buenas maneras; acababa de acribillar a tiros en las piernas a uno de los dos policías motorizados que habían parado sus máquinas junto a mi coche y parecían disponerse a realizar alguna gestión de identificación, lógica ante un vehículo de matrícula extranjera.
Arranqué de un tirón no bien hubo subido el perverso Hain al coche, pero el compañero del agente tiroteado fue rápido y comenzó a disparar de inmediato. Hain jadeó:
—Apresúrate, Erik.
Pisé el acelerador casi cegado por el dolor que comenzaba a extenderse desde mi cabeza a los hombros, salí derrapando del aparcamiento y me oí decir:
—¡Me han alcanzado!
La voz de Gilbert sonó tan fría y templada como siempre:
—A mí también me ha rozado una bala, creo que otra ha alcanzado la talla y tenemos varios impactos atrás. Acelera un poco, métete en el bosque y detente. ¿Sabes dónde te han dado?
La carretera era una cinta negra y brillante en el paisaje de nieve, la neblina comenzó a entorpecer mi visión, apreté los dientes y mi prótesis —cortesía de la policía franquista que me partió la boca en su día— chirrió y se desencajó.
—No sé… en la espalda creo… o en la cabeza… ha entrado pero no ha salido y empiezo a ver muy mal.
Hain sujetó el volante y me ayudó a virar hacia una especie de sendero que se adentraba en la masa boscosa. Luces blancas y doradas. Pisé el freno y lo último que oí con cierta claridad fueron las frases del Normando y las airadas excusas de Hain.
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