Erik Abranson - La vida de un legionario
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- Libro:La vida de un legionario
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1978
- Índice:4 / 5
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La vida de un legionario: resumen, descripción y anotación
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Vivir en la Antigua Roma no era fácil. Pese a la imagen que ofrecen las películas con la capital engalanada, los templos de mármol resplandeciente, las carreras de cuadrigas, los combates de gladiadores… La realidad era muy diferente. La mayor parte del pueblo no tenía trabajo ni nada que llevarse a la boca.
A la vista de todo ello, muchas familias vieron en el ejército una salida a su situación. Pero ¿cómo era aquel ejército?, ¿qué ofrecía?, ¿a qué edad se podía entrar?, ¿qué privilegios tenían los soldados? Estas y otras cuestiones son las que nos explica Erik Abranson, ilustradas con gran variedad de imágenes.
Erik Abranson
En la época de la guerra de las Galias
ePub r1.2
Titivillus 15.10.16
Título original: La vie d'un légionnaire au temps de la guerre des Gaules
Erik Abranson, 1978
Traducción: Consuelo Muntañola
Ilustraciones: Jean-Paul Colbus
Retoque de cubierta: Redna G.
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
En la cumbre de su grandeza, el Imperio Romano se extendía desde Inglaterra hasta el Alto Egipto y desde Armenia hasta Marruecos. Las legiones romanas fueron las que permitieron a Roma primero conquistar, y más tarde conservar, esos vastos territorios. Por tanto, la historia de Roma guarda una estrecha relación con la de sus legiones y, a lo largo de más de doce siglos de historia, las legiones no cesaron de evolucionar, tanto en sus estructuras y reclutamientos como en sus armas y tácticas. Todo ello adquirió un gran auge bajo el mandato de Julio César, quien entre el 60 y el 50 a. de C. llevó a las legiones a la victoria. Es precisamente este período, el que contempla la conquista de las Galias, al que vamos a dedicar una especial atención.
En esa época, las legiones estaban formadas por soldados profesionales, mientras que hasta las reformas de Mario, a finales del siglo II a. de C., se nutrían de los reclutamientos que se realizaban, cada año y para cada campaña militar, entre los ciudadanos de las clases acomodadas. Las legiones se designaban por números, y así, podemos decir que César comenzó la Guerra de las Galias con las legiones VII, VIII, IX y X, todas ellas venidas de la Galia Cisalpina, y la terminó con diez legiones romanas, desde la VI hasta la XV, a las cuales se había aliado la legión gala de la Alondra. En aquel momento, el conjunto de huestes romanas estaba compuesto por una veintena de legiones, lo que representaba un efectivo humano de 60 a 90.000 legionarios. El efectivo nominal de una legión era de 4.800 hombres, pero en la práctica, durante la Guerra de las Galias, no sobrepasaba apenas los 4.000. Cada legión se componía de 10 cohortes de unos 400 soldados aproximadamente, divididas a su vez en tres manípulos de unos 140 hombres. Se necesitaban dos centurias para formar un manípulo. La división más pequeña era la «tienda común», formada por ocho hombres que dormían bajo un mismo toldo.
En un principio, los cónsules ejercían el mando supremo de las legiones; sin embargo, después de Sila (en el 79 a. de C.), aquéllos preferían permanecer en Roma, y así, las legiones emplazadas lejos de la ciudad, quedaban sometidas al mando de los procónsules (delegados de los cónsules); César fue procónsul de las Galias. Durante las campañas, el procónsul delegaba el mando del destacamento de la reserva o de la legión a unos legados que ejercían el cargo de generales. Independientemente del procónsul o de su legado, existía para cada legión un estado mayor de tribunos militares, en un principio formado por seis hombres que, bajo el mandato de Julio César, llegaron a ser diez. Los centuriones ejercían como oficiales subalternos, llevando el mando de cada una de las sesenta centurias.
Asimismo, cada legión poseía equipos de suboficiales, tales como los portaestandartes, los sargentos mayores y diversos especialistas (cuerpo de ingenieros, servicios de información, músicos, etc.). Las legiones constituían exclusivamente unidades de infantería de línea pesada; cada agrupación de varias legiones se completaba tácticamente con diversas tropas auxiliares regulares, compuestas de arqueros y jinetes que no poseían el título de ciudadanos romanos, pero que sin embargo sí estaban bajo el mando de prefectos romanos. La intendencia de cada ejército estaba atendida por un oficial general, el cuestor.
Durante la vieja república, solamente estaban sometidos al servicio militar los ciudadanos romanos acomodados y los reclutamientos se efectuaban cada año en el mes de marzo. Los soldados eran desmovilizados en otoño. Mario, en el año 107 a. de C., suprimió la situación de privilegio e instauró los reclutamientos de larga duración, hasta 20 años, para los ciudadanos pobres o desocupados, y de esta forma nació el ejército profesional.
En la época de César los legionarios debían ser siempre ciudadanos romanos, es decir, originarios de la península itálica al sur del río Po. Los esclavos y los libertos no podían ingresar en el ejército. La quinta no se aplicaba nada más que en caso de urgencia. La mayor parte de los legionarios eran voluntarios que procedían de la Italia rural y pobre y, en el caso del ejército galo, de la Galia Cisalpina. Italia estaba dividida en distritos de alistamiento dirigidos por reclutadores (conquisitores) .
En las leyes sobre ciudadanía había excepciones que, durante el Imperio, llegaron a ser la norma. En el año 51 a. de C., César reclutó una legión de Galos transalpinos (es posible que les prometiera la ciudadanía en el momento del alistamiento o de la desmovilización). Esta legión era «romana» como las demás, si bien carecía de número y, desde el principio, se denominó Legio Alaudae (Legión de la Alondra). No obstante, en el 47 a. de C. se convirtió en la Legio V Alaudae. Durante la guerra civil los pompeyanos pusieron en pie dos legiones reclutadas en Hispania.
Al incorporarse a sus legiones, los reclutas (tirones) prestaban juramento de fidelidad (sacramentum) en el transcurso de una ceremonia de carácter religioso dirigida por los tribunos. El voluntario debía jurar delante del águila (emblema de la legión), según la siguiente fórmula: «Yo prometo servir a la República y no abandonar el servicio sin la orden del cónsul antes de que haya finalizado mi alistamiento». Si los voluntarios eran muy numerosos, únicamente recitaba la fórmula ritual el primero de ellos, mientras que los demás se contentaban con responder: «Idem in me» («Yo, lo mismo»).
La soldada, al comienzo de la Guerra de las Galias, era de 5 ases diarios, lo cual constituía un salario mísero (en Roma un pequeño artesano ganaba, por término medio, 12 ases al día). Además, de este sueldo se deducían cantidades para el pago de la alimentación, las armas, la vestimenta y las tiendas de campaña. Hacia el final de la guerra, César —movido por una mezcla de realismo, humanismo y visión política— dobló la paga, y no cabe la menor duda de que este aumento se efectuó parcialmente con el tributo de los Galos. Tras este aumento de soldada, los legionarios llegaron a vivir aceptablemente e, incluso, pudieron ahorrar 2/7 partes de su sueldo. Estos ahorros los administraban los signíferos (portaestandartes) y los guardaban en el santuario (
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