Sharon Biggs Waller - Por amor al arte (Spanish Edition)
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- Libro:Por amor al arte (Spanish Edition)
- Autor:
- Editor:Libros de Seda
- Genre:
- Año:2015
- Índice:4 / 5
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Por amor al arte (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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© Edda Taylor
Sharon Biggs Waller creció rodeada de artistas y desarrolló su pasión por la historia de la época eduardiana y los artistas prerrafaelitas cuando se trasladó a Inglaterra en 2000. Cuando no estaba trabajando como profesora de hípica en las caballerizas reales del palacio de Buckingham investigaba sobre el movimiento sufragista británico y escribía artículos para revistas. Su cuadro favorito es La sirena, de J.W. Waterhouse. Es jinete de doma y entrenadora, y vive en una granja sostenible de diez hectáreas en el noroeste de Indiana con su marido británico, Mark. Por amor al arte, aclamada por la crítica, es su primera novela.
Bienvenidos al mundo de una riqueza fabulosa en el Londres de 1909, donde los vestidos y las casas rebosan opulencia, la clase social a la que se pertenece lo es todo y las mujeres son educadas para ser madres y esposas, pero nada más. Y en este mundo crece Victoria Darling, una muchacha de diecisiete años que lo único que desea es ser artista, algo casi imposible para una chica.
Tras un posado desnuda, es expulsada del colegio francés en el que estudiaba. Avergonzados y escandalizados, sus padres tratan de casarla con Edmund Carrick-Humphrey, un hombre muy rico. Pero ella tiene otras ideas: se inscribe en el Royal College of Art; se une al movimiento sufragista y, cada vez más, se siente atraída por un muchacho humilde que tal vez sea algo más que su ídolo… el amor de su vida.
Por amor al arte
Título original: A Mad, Wicked Folly
© 2014 Sharon Biggs Waller
© de la traducción: Beatriz Vega López
© de esta edición: Libros de Seda, S.L.
Paseo de Gracia 118, principal
08008 Barcelona
www.librosdeseda.com
www.facebook.com/librosdeseda
@librosdeseda
Diseño de cubierta: Salvardid Asociados
Imágen de la cubierta: © Shutterstock y New York State Archives
Primera edición: agosto de 2015
ISBN: 978-84-15854-77-7
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o prestamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
Conversión a libro digital: Books and Chips
A mi tía,
Shirley Atchison Steinert
Gracias por creer en mí y por ser mi primera editora hace tantos años.
Todo mi afán es conseguir el apoyo de cualquiera que sepa hablar o escribir para contener este soberano y vil despropósito de los «Derechos de las Mujeres» y todos los horrores que comporta; despropósito en el que se ha empeñado su pobre sexo débil, olvidando todo sentido de la sensibilidad y el decoro femeninos.
Reina Victoria, 1870
en Trouville, Francia
Lunes, 1 de marzo de 1909
Nunca tuve la intención de posar desnuda. De verdad que no. Sin embargo, lo cierto es que cuando la oportunidad se presentó, no lo dudé ni un instante. Aquella mañana, me encontraba en el minúsculo estudio que monsieur Tondreau tenía en la localidad francesa de Trouville sentada junto a los demás artistas esperando a que llegara Bernadette, nuestra modelo habitual. Algunos de mis compañeros se entretenían ordenando sus lápices y carboncillos, otros ajustando el caballete. Unos cuantos contemplaban la tarima como si la modelo fuera a aparecer por arte de magia si se concentraban lo suficiente. Monsieur iba de aquí para allá enfundado en su guardapolvo de lona, ora recolocaba la silla de la modelo para que la luz incidiera sobre ella, ora ahuecaba los cojines. El estudio olía a trementina, a aceite de linaza y a carboncillo; y para mí no había en el mundo perfume más dulce que aquel.
Étienne, uno de los artistas, bostezó, se recostó en la silla y cerró los ojos.
–¿Resaca, viejo amigo? –le susurró su amigo Bertram–. ¿Es la misma dolencia que aqueja a la bella Bernadette?
Étienne emitió un gruñido en señal de advertencia, aunque no abrió los ojos.
–Pobre Étienne. Tiene mala cara, Bertram. Déjele en paz.
Bertram recuperó su lápiz, lo afiló con el cuchillo y se puso a hacer una caricatura de su compañero.
–Es difícil compadecer a un tipo que se ha infligido su dolencia y ha causado además el malestar de nuestra modelo. ¡Otra vez! –Añadió al dibujo unos cuernos como los del diablo y luego dio un golpecito con el pie a la bota de Étienne. Este abrió de golpe un ojo sanguinolento y volvió a cerrarlo acto seguido–. Carece de la disciplina del artista, aunque posee todas sus flaquezas.
–Todos tenemos defectos, Bertie.
Sabía que no debía ponerme de parte de Étienne, pues no era más que un golfo; pero también era consciente de todo su talento y eso, en mi opinión, le concedía la licencia de ser un tanto granuja de vez en cuando.
–Si fuera solo la mitad de disciplinado que usted, mi querida Vicky, podría considerarse afortunado –resolvió Bertram.
Sonreí y empecé a dibujar mi propia versión de Étienne dotado de alas angelicales. Bertram echó un vistazo a lo que hacía, hizo una mueca y meneó la cabeza.
Había conocido a Bertram y a Étienne en otoño, un día que me encontraba en la Plaza Mayor dibujando a mi mejor amiga, Lily. Ellos se habían sentado a nuestra mesa como si los conociéramos de toda la vida y se habían quedado allí observándome trabajar. Estaba a punto de decirles que se ocuparan de sus propios asuntos cuando Bertram intervino.
–Es usted muy buena. –Aunque rápidamente lo estropeó al añadir–: Para ser mujer.
Cuando descubrí que recibían clases de arte en el estudio de un artista local, Marcel Tondreau, me resultó imposible dejarles marchar hasta que me hubiesen hablado de él. Yo era autodidacta, a excepción de unas pocas clases de acuarela que había recibido en la escuela, y siempre había deseado formarme en un estudio como aquel. Por desgracia, mis padres no lo aprobaban. Supliqué a los jóvenes que me presentaran al artista y, para mi regocijo, descubrí que monsieur era una persona inusual en el mundo del arte. Poco le importaba si el artista era hombre o mujer, para él era el trabajo el que hablaba.
Los demás artistas que frecuentaban el estudio eran hombres, aunque aparte de alguna que otra mirada curiosa, ninguno me prestaba la más mínima atención. Tampoco yo les culpaba, pues la mayoría de las mujeres solían dibujar cosas que carecían de importancia.
No obstante, se equivocaban con respecto a mí. Yo no tenía la cabeza llena de pájaros, ni me dedicaba a pintar acuarelas de gatitos y flores que solo servirían como mera decoración. Yo quería mucho más.
A los diez años, había visto por primera vez un cuadro llamado La sirena que estaba expuesto en la Royal Academy of Arts de Londres, la real academia dedicada a las Bellas Artes. Había sentido como si los ojos de la sirena me llamaran y me susurraran que crear una criatura como aquella estaba al alcance de mi mano. Al igual que su creador, J. W. Waterhouse, yo anhelaba estar entre los mejores artistas del mundo. Quería que la crítica alabara mi trabajo, pero sobre todo deseaba expresarme por medio de mi arte a mi antojo, sin que nadie me dijera qué o a quién podía dibujar o pintar. No obstante, para cumplir mis sueños tenía que formarme y relacionarme con otros artistas que pudieran introducirme en la misteriosa sociedad que componía el mundo del arte.
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