Azúcar y Canela
Jose Antonio Moreno
Primera edición en digital: Septiembre 2016
Título Original: Azúcar y Canela
© Jose Antonio Moreno
©Editorial Romantic Ediciones, 2016
www.romantic-ediciones.com
Imagen de portada © Stefano Cavoretto, Hywit Dimyadi
Diseño de portada y maquetación, Olalla Pons
ISBN: 978-84-945813-9-7
Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright , en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.
ÍNDICE
Contenido
A mi familia…
Capítulo Uno
Otoño de 1.845
La luna se hundió tras las espesas nubes algodonadas recortada s en un cielo azul cetrino por los iridiscentes rayos de un sol temprano.
La dama de seductoras curvas y piel canela que se encontraba al otro lado de la cama, envuelta en un almizclado aroma a caña dulce y azúcar morena , se revolvió entr e las sábanas haciendo que los bucles de su larguísimo cabello color rubio como la candela le hicieran cosquillas en el hombro.
Erik Knudsen se apoyó con el codo sobre el mullido colchón y la observó con ojos encendidos en deseo , tomando entre sus largos dedos un rizo . Se lo llevó a la boca recordándola escena vivida segundos antes .
Observó a Phoebe Haz el elevando el torso sumida en un sueño pasajero y notó cómo su entrepierna comenzaba a endurecerse de nuevo bajo la suavidad de la delicada tela de algodón de las sábanas.
A sus treinta y tres años, jamás hubiera podido imaginar tener como compañera a una mujer tan hermosa, y a la vez tan enigmática, como la que se encontraba a escasos milímetros de su cuerpo. Se sentía feliz; muy feliz. ¡Orgulloso tal vez! Nadie en su sano juicio podía decir lo contrario.
Se avecinaba tormenta, en un cielo que comenzaba a teñirse de tinta en una gama de colores que pasaban del naranja y amarillo azulado del alb a a un gris oscuro, casi negro. Jamás le había gustado el mal tiempo. Salvo cuando Phoebe se abrazaba a él durante las tormentas .
Erik Knudsen r ecorrió suavemente con las yemas de los dedos la perfecta anatomía de Phoebe . La joven se estremeció soportando el escalofrío que nacía desde la parte baja de su espalda y recorría su curvatura hasta alcanzar la nuca. Sentir el contacto de aquellos dedos tórridos recorriéndole la piel la encendieron de deseo, obligándola a desperezarse de un aletargado sueño en el que se entremezclaban escenas inconexas vividas minutos antes.
Los ojos de un azul intenso como el mar infinito de ella se fundieron con el negro azabache de los de él.
La sábana sensualmente rozando sus senos le provocó una corriente eléctrica en el cuerpo, que ya hervía de deseo, obligándola a acercarse aún más a la imponente musculatura del pecho de Erik.
Él l a envolvió con sus enormes brazos, dejándole casi sin respiración, y la atrapó entre sus muslos con la necesidad de sentir su cuerpo y su pelo, sus piernas, sus pechos y todos sus huesos lo más cerca posible de su piel mientras ella se encajaba en tre sus piernas , en la posición correcta , acoplándose a la perfección como la pieza de un puzle.
Sus respiraciones se tornaron aceleradas cuando sus labios se encontraron . Lo que vino después fue motivo más de la agonía pasional que de lo casto y puro del amor.
La lengua de Erik j ugueteó con fruición con la de Phoebe , encendiéndola poco a poco… poco a poco . Luego, le acarició los brazos, la espalda y después las caderas.
Ambos corazones se desbocaron con fuerza justo en el momento en el que él rompió el beso, casi sin aliento, expresándole con los ojos todo el deseo acumulado por y para ella.
Phoebe s e inclinó para besarl o de nuevo. Y lo hizo con pasión, imponiendo su propio ritmo que él aceptó, aunque con cierto recelo. Recorrió con sus carnosos labios la curva de sus pectorales, jugueteando dolorosamente con el tenso botón de su pecho, hasta que él emitió un gemido ronco de placer que le indicó que iba por buen camino. Luego, b ajó lentamente por su abdomen y rozó el nacimiento de su entrepierna. Estremecido, Erik se giró sobre el colchón, reteniéndola con su cuerpo, y arqueó ligeramente la espalda. S u miembro enhiesto se prolongó más, apuntándole como un dardo bajo el delicado algodón de las sábanas.
Se estaba volviendo loco de deseo.
Otra vez.
Cuando consiguió atrapar uno de lo s broncíneos senos de ella , lo saboreó con imperiosa necesidad, embriagado por el delicioso aroma a caña dulce y azúcar morena de su perfume.
Ella sintió la garganta seca mientras las hábiles manos de él le separaban lentamente las rodillas y le acariciaba n el sexo. Cerró los ojos y gimió hondo mientras recorría con las yemas de los dedos la espalda esculpida en acero de Erik y le clavaba las uñas en las nalgas, demandando con urgencia la embestida que nunca llegaba.
A pesar de que el calor invadía sus cuerpos, Erik Knudsen se concentró en su seno , marcando el ritmo. Lo amasó con fiereza y apretó el pezón con los dedos, con la fuerza suficiente para que le doliera un poco, algo que a ella pareció enloquecerle. Excitada, g imió agradecida , clav a ndo otra vez las uñas en la escultural espalda cincelada en mármol de él, a la altura de la cintura.
Cuando él por fin la penetró, Phoebe tembló de placer. El calor hervía entre sus piernas y le quemaba por dentro. Cada vez que Erik embestía, dilatando sus pliegues, su temperatura corporal aumentaba unos grados y su garganta emitía pequeños grititos ahogados.
Poco después, enardecidos de pasión, se desplomaron exhaustos en el colchón, con las respiraciones agitadas y demasiado aturdidos para hacerse cualquier tipo de concesión.
―Mi fierecilla ―susurró él, mostrando las perlas alineadas de su boca―. Eres insaciable…
―Te amo…
Un trueno que descargaba toda su fuerza en el exterior, silenció las palabras de Phoebe. La lluvia comenzó a golpear el cristal estrepitosamente, mientras el negro cerrado se apoderaba del cielo.
CapítuloDos
Phoebe estudió la posición del sol. Un cálido viento vespertino soplaba entre los pinos, las jacarandas y los alisos del jardín. La luz de noviembre se filtraba a través de las cortinas de lino del salón. La cafetera humeante llenó el aire con el aroma a café. Sirvió primero a Erik y después llenó su taza.
―¿ Estás enfadada conmigo por no habértelo dicho? ―preguntó.
Apoyó la espalda en el respaldo de la silla de madera de pino y sostuvo la taza en la mano antes de empezar a hablar.
―No lo sé. Estoy confusa. Me dijiste que todo iba bien…
En ese momento, Erik pensó que la noche no podía ir peor.
―Y es verdad ―mantuvo él ―. La situación ha cambiado mucho desde que nos mudamos aquí.
―Pero… ―dudó―. ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
La cara de preocupación de la mulata de tez color canela era todo un poema.
―Por supuesto, Phoebe. Estoy totalmente convencido ―admitió―. Creo que es la mejor decisión …
Se acercó a la brasileña, un tanto menuda para sus veinti siete años, y la abrazó con firmeza, sintiendo cómo sus cuerpos se fundían en un intenso y profundo abrazo sincero. Sintió la culpa golpeándole con fuerza el corazón.
―Está bien ―concluyó Phoebe con los ojos llenos de lágrimas―. Es tu decisión.
Las lágrimas resbalaron por sus mejillas infantiles. Desvió la cara, avergonzada. Erik le obligó a que le mirara a los ojos, unos ojos negros como la profundidad de la noche.
―Cariño . ―E l dulce tono de su voz era más suave que el de la propia miel― . Nos veremos pronto. T e lo prometo .