Bennett Cerf fue un personaje decisivo en el mundo editorial norteamericano. Fundador de Random House, publicó las obras maestras de algunos de los escritores de la edad de oro literaria de Estados Unidos, como William Faulkner, John O’Hara, Eugene O’Neill o Truman Capote. Como editor estuvo atento siempre a los gustos e inquietudes del mercado lector. Jamás dudó en recuperar clásicos como el Cándido de Voltaire o Moby Dick de Melville; enfrentarse a la censura por llevar a Estados Unidos el Ulises de James Joyce; publicar a Gertrude Stein (de la que admitía sin el menor reparo no entender bien sus libros) o a Ayn Rand, cuyas ideas políticas no compartía en absoluto. Asimismo, su fe en las antologías, en el libro de bolsillo o en la edición infantil y juvenil ha modelado de alguna manera la forma en la que hoy entendemos la edición.
Perteneció, como Horace Liveright o Alfred Knopf, a una nueva generación de editores sin prejuicios ni apellidos que en los años veinte del siglo pasado revolucionó el mundo editorial. Su clarividencia a la hora de entender el papel de los medios de comunicación en la nueva cultura de masas le llevó a convertirse en una figura televisiva y un orador famoso que daba conferencias por todo el país. Hábil negociador formado en los negocios, sacó su empresa a Bolsa. Y, sin embargo, sus memorias brillan especialmente por el retrato de algunos de los personajes esenciales del siglo XX que nos ofrece en ellas. Amante de la buena vida y las candilejas, fue juez del concurso de Miss Estados Unidos, se casó dos veces con actrices de Hollywood y fue amigo personal de Frank Sinatra. Trató a toda clase de gente: desde políticos como el presidente Roosevelt, a poetas como Auden o Dylan Thomas. Vivió los dulces años veinte, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y los revoltosos años sesenta. Y, si bien murió antes de poder poner punto final a estas memorias, suya es la voz que nos lleva de viaje por una de las historias editoriales más asombrosas que puedan visitarse.
Bennett Cerf
Llamémosla Random House
Memorias de Bennett Cerf
ePub r1.0
Titivillus 23.02.17
Título original: At Random. The Reminiscences of Bennett Cerf
Bennett Cerf, 1977
Traducción: Íñigo García Ureta
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
INTRODUCCIÓN
M i padre, Bennett Cerf, es universalmente reconocido como uno de los gigantes de la edición del siglo XX, un hombre dotado de un talento privilegiado, una pasión y unos atributos que le llevaron a cofundar Random House y en compañía de su socio, Donald Klopfer, hacer de una empresa que publicaba anualmente unas cuantas ediciones de coleccionista, casi «al azar» —de ahí el juego de palabras en lengua inglesa con la expresión at random—, uno de los grupos mediáticos más influyentes e importantes del mundo.
Por desgracia, a papá, fallecido de un ataque al corazón en 1971, la muerte le negó la oportunidad de acabar de reunir y pulir unas memorias en las que venía trabajando desde finales de los años sesenta. Gracias a mi madre, Phyllis Cerf Wagner, y a Albert Erskine, durante mucho tiempo director literario de Random House, y que con brillantez montó este libro con las notas, las libretas, apuntes y diarios de mi padre, y de la historia oral que había grabado para la Universidad de Columbia, cada detalle del carácter profusamente rico de mi padre queda reflejado en este libro.
Un gusto literario impecable; un instinto inusual para los negocios; una energía y un entusiasmo inagotables; un genio para la publicidad y las ventas; la determinación constante —y gozosa— de aprovechar cada oportunidad; un encanto infantil; una sinceridad apabullante; un asombroso don para encontrar el lado humorístico del asunto incluso en la más completa adversidad; una ecuanimidad y una generosidad sin parangón; el ansia casi dolorosa de ser reconocido y querido; una negativa absoluta a tomarse demasiado en serio, y una sólida felicidad por la buena fortuna que la vida le había otorgado… este libro revela, en las palabras siempre entretenidas de mi padre, cómo se las arregló para conjugar todos estos rasgos casi contradictorios y conseguir el éxito que tanto deseaba y tanto disfrutó.
¿Quién sino Bennett Cerf podría haber tenido el valor y la determinación de intentar publicar el Ulises de James Joyce en Estados Unidos —cuya importación a este país se había prohibido al considerarse un libro obsceno—, y la sagacidad en los negocios necesaria para vulnerar la prohibición del tribunal haciendo que su propia empresa fuera pillada intentando colar en el país un ejemplar de contrabando? (En aquella época, la alternativa —hacer una edición americana prematura que por consiguiente hubiera sido declarada ilegal— habría resultado prohibitiva para una empresa del tamaño de Random House). ¿Acaso algún otro editor habría sido tan perspicaz para hacer que el ejemplar de contrabando confiscado por los oficiales de la aduana estadounidense llevara pegadas reseñas muy positivas de críticos británicos y franceses? («Solo teniendo estas reseñas pegadas en el interior del libro», explicó posteriormente, «seríamos capaces de citarlas cuando el caso llegara a los tribunales»). ¿Y quién, entre la competencia, habría mostrado el empuje y el encanto necesario para convencer, como mi padre hizo, al famoso abogado Morris Ernst de que renunciara a sus costas por llevar el caso («Le gusta la publicidad tanto como a mí», anotó mi padre), o para costearse el apoyo de Joyce, a quien no había llegado a conocer aún, al ofrecerle un anticipo que, le aseguró, no debía devolver aunque Random House perdiera el caso en los tribunales? (Según mi padre, Joyce estaba encantado de ganar unos dólares con un libro que Viking, que había sacado sus anteriores obras en Estados Unidos, temía publicar, que de camino a la reunión lo atropelló un taxi y apareció con la cabeza vendada, un parche en el ojo, el brazo en cabestrillo y un pie dañado que tuvo que estirar sobre una silla durante el encuentro. En cuanto al parche, añadía mi padre, «siempre lo llevó puesto»).
También resulta difícil imaginar a alguien con el gusto y la visión necesaria para publicar a Gertrude Stein, y que a un tiempo fuera lo bastante sincero como para confesar, como hizo mi padre en la nota de contra de su Geographical History of America, que no tenía «ni idea de lo que está diciendo la señorita Stein. Ni siquiera entiendo el título (…). Esto, según la señorita Stein, sucede porque soy un poco corto». Gertrude Stein, quien adoraba el cándido humor de mi padre, estuvo aún más encantada cuando, tras la aparición de una foto particularmente glamorosa de Kathleen Windsor en la portada del Publishers Weekly, Random House puso un anuncio en el que se veía una foto un poco menos atractiva de Stein con Alice B. Toklas cuya leyenda rezaba: «Caray, nosotros también tenemos chicas con estilo».
Dado que Mansiones verdes, de W. H. Hudson, jamás había estado sujeto a derechos de autor en los Estados Unidos, no había necesidad legal de pagar por el derecho de reimpresión a Alfred A. Knopf, cuya empresa había presentado el libro al público americano. Pero, tal vez porque Knopf era en cierto modo «el héroe editorial» de mi padre, él y Donald Klopfer se reunieron con él poco después de haber adquirido la Modern Library en 1925 y accedieron a pagarle unas regalías de seis centavos por ejemplar, algo a lo que Horace Liveright, el anterior dueño de la serie, se había negado reiteradamente. Este gesto ciertamente razonable y generoso marcó el comienzo de una amistad que llevó a Alfred Knopf, más de tres décadas después, a decidir fusionar su firma con Random House.