A. THORKENT
EL PLANETA DE LOS HOMBRES PERDIDOS
Colección
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.°
Publicación semanal
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - MEXICO
Depósito legal: B. 21.212-1973
ISBN 84-02-02525-0
Impreso en España - Printed in Spain
l.ª edición: ju l io, 1973
© A. THORKENT-1973
texto
© ANGEL BADIA -1973-1973
cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor
de EDITORIAL BRUGUERA, S. A .
Camps y Fabrés, 5. Barcelona (España)
Impreso en los Talleres Gráficos de Ed i torial Bruguera, S. A.
Mora la Nueva, 2 —Barcelona —1973
Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coinc i dencia.
Paul Koren nadó vigorosamente hasta el borde de la piscina. Se agarró al asidero de metal y de un salto salió del agua.
Sus amigos le aplaudieron y lanzaron varios hurras al aire. Una chica corrió hacia él, y le entr e gó un vaso lleno de líquido azulado, repleto de hielo.
— Ha sido un salto impresionante, Paul —le sonrió la chica, mirándole embelesada.
Paul le golpeó las nalgas y bebió de un trago el helado contenido del vaso.
—Gracias, preciosa —dijo sonriéndola—. ¿No te llamas Nancy?
—Claro, nos presentaron esta mañana.
El hombre se acercó a la salida del aire caliente y dejó durante unos segundos que su cuerpo se secara. Sus amigos se reunieron con él. Uno, alto y moreno, de impresionante musculatura, dijo:
—Mañana será mi desquite, Paul —agarró por la cintura a una muchacha pelirroja, atrayéndola hacia sí y añadió—: Saltaré desde cincuenta metros y haré reducir el agua de la piscina.
—A lo peor te recogemos del fondo con una espátula —rió Paul—. Será mejor que lo dejes, Kraft. Ya te dije que yo sí era capaz de hacerlo. No te olvides que me debes mil créditos.
—¿Te importaría esperar hasta la semana que viene?
—Está bien. Pero las deudas me agrada cobrarlas pronto.
—Desde luego. No tengo para pagar mi estancia en este hotel.
Todos rieron divertidos. Paul Koren podía comprar aquel hotel situado en el Mediterráneo y cien más iguales, si quisiera.
—Nos veremos esta noche en la fiesta, amigos.
Paul empezó a caminar hacia el edificio. 'Nancy le gritó:
—¿Seguirás recordando mi nombre hasta entonces?
—Seguro. Al menos hasta mañana al amanecer.
Y Paul observó una vez más antes de penetrar en el interior del lujoso vestíbulo la desnuda figura de Nancy. ¿Por qué no ella? Todas eran iguales..., si eran tan bonitas como Nancy, claro. Se preguntó si la chica sabría que él tenía por costumbre no volver a repetir la experiencia con la misma muchacha al menos dos veces seguidas. Esperaba que sus amigas se lo hubieran advertido.
La pelirroja compañera de Kraft, mientras el grupo se dispersaba, insinuó a Nancy:
—¿No conocías a Paul? ¿Acaso te uniste a nuestro grupo sólo por él?
Ella se encogió de hombros.
—No intentes advertirme nada —dijo secamente—. Lo sé todo referente a él.
—Si es así... A veces vienen tontas o ilusas que esperan obtener más de Paul después de ded i carle una noche. Todo lo más la consabida joya que su secretario particular se encargará de hacerte llegar a tu habitación. Eso es todo.
Nancy se despojó de su sucinto bañador y se echó sobre los hombros una capa. Miró desdeñ o samente a la pelirroja.
—Lo sabes muy bien, linda. ¿Por experiencia?
La mujer enrojeció hasta el extremo de hacer palidecer su ígnea cabellera.
—Allá tú. Si es lo que quieres... Procura no perder de vista a Paul esta noche. Puede ser que haya otra más lista que tú y tengas que esperar hasta mañana. O hasta nunca.
Nancy metió sus pies en las zapatillas y se alejó contoneándose al interior del hotel.
La pareja la vio alejarse y Kraft preguntó:
—¿Quién es? Nunca la vi antes de hoy.
La pelirroja hizo un gesto ambiguo.
—No lo sé. Se introdujo en nuestro grupo de forma furtiva. Creo que entabló conversación con Lemmy y éste la presentó a Paul. Hace poco pregunté al recepcionista y me informó que llegó ayer por la noche, a última hora.
—Pues parece que tiene prisa —sonrió Kraft.
—Puede ser que esta noche no tenga tanta suerte como ella confía.
—A Paul no parece di sgustarle.
—Habrá otra más persuasiva que ella.
—¿Tú? —preguntó divertido Kraft.
La mujer quiso taladrarle con la mirada.
—Déjate de tonterías. Ya sabes que Paul, realmente, no me es simpático.
—Vamos, nena. Déjate de adoptar posturas nobles. Ya intentaste lo que está haciendo esa Nancy. Y fracasaste. Eso fue algo que nunca perdonaste a Paul —sonrió—, Pero no te preocupes, eres muy hermosa y me gustas. No tengo tanto dinero como ese imbécil, pero también tengo m u cha aceptación entre vosotras.
—¡Eres un...!
Kraft bajó con sus manos las de la chica. Sonrió persuasivamente, la tomó por los hombros y la empujó materialmente al interior del hotel.
—Dejemos eso. Debemos cambiamos para la fiesta. Promete ser sonada. ¿Viste alguna vez a c tuar a los ma labaristas de L a rruan?
—No. ¿Qué es eso?
—Unas chicas nativas de Lerruan estupendas. Pese a ser humanoides son bellísimas. Y los varones... —soltó una risotada y añadió—: Los llamados hombres te divertirán enormemente.
—Explícate.
—No. Yo lo sé y comprendo que la sorpresa es decisiva. Y los verás. Sólo te diré que...
Se alejaron y él fue susurrando al oído de la muchacha algo que hizo que ella, antes de entrar en el vestíbulo, soltara unas escandalosas risas que hizo volver muchas miradas sorprendidas.
* * *
Nancy observaba la singular actuación del grupo de La rru an, un poco apartada. Estaban terminando y ya arrancaban estruendosos aplausos de los invitados a la fiesta.
Aquello parecía constituir el epílogo. Algunas parejas ya se habían marchado y ella aún no había logrado encontrar a Koren.
Una vez vio a la pelirroja. Iba acompañada por Kraft. Ninguno de los dos pareció descubrirla. Nancy creyó percibir en ambos una actuación un poco desacostumbrada. Dedujo que debían tener ya ingerida una buena dosis de eufrodon, aquella nueva droga que afirmaban no producía hábito alguno.
La fiesta había sido larga y bulliciosa, celebrada en el salón más lujoso y grande del hotel, alqu i lado sin duda por el poderoso Koren para diversión de sus amigos. La pista ingrávida de baile había sido un éxito y Nancy vio en ella manifestaciones en muchas parejas que nada tenían que ver con la danza.
Por su lado pasó una camarera con una bandeja llena y tomó una copa. Se humedeció con ella los labios, sonrió y luego, disimuladamente, derramó el contenido dentro de un plato con restos de comida.
Los larruanitas se retiraban y los agentes despedían a los miembros varones con pesadas bromas, mientras que algunas de las hembras recibían insinuantes frases de los más bebidos.