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A. Thorkent - Encrucijada en el Espacio-Tiempo

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    Encrucijada en el Espacio-Tiempo
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    Editorial Bruguera, S.A.
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Encrucijada en el Espacio-Tiempo: resumen, descripción y anotación

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A THORKENT ENCRUCIJADA DEL ESPACIOTIEMPO LA CONQUISTA DEL ESPACIO n 133 - photo 1

A. THORKENT

ENCRUCIJADA DEL ESPACIOTIEMPO

LA CONQUISTA DEL ESPACIO nº 133

CAPITULO I

El hombre tenía unos cincuenta años, aunque representaba algunos más. Su cabello, totalmente blanco, escaso, caía ralo hasta el cuello. No resultaba su aspecto muy cuidado. Incluso podía aparentar marcado desaliño.

Tenía barba de dos días, y aunque no lo sentía, debía tener apetito.

Sin embargo, sus labios dibujaban una sonrisa totalmente placentera y en sus ojos brillaban chispas de regocijo.

Se llamaba Hans Seaby y sentíase completamente feliz.

Estaba sentado en su enorme y bien dotado laboratorio-taller, frente a una serie de complicadas maquinarias, que ofrecían un aspecto que indicaba el resultado de un trabajo astesano más que el logro de un detallado y planificado proyecto.

Aquél era el resultado de diez años largos y constantes de trabajo del profesor Seaby.

Al fin estaba culminado, probado y garantizado su funcionamiento. Era solamente un prototipo, pero suficiente para convencer con él al más incrédulo de los colegas de Seaby.

El profesor se pasó la mano por la poblada cara y pensó que había llegado el momento de regresar al mundo real, abandonar por unos instantes los paisajes de sueños en los que había estado dulcemente sumergido.

Por décima vez le volvieron a llamar desde el piso superior. Solamente entonces el profesor se dio cuenta que Malva debía estar impacientándose. Si no contestaba pronto era capaz de bajar y sacarle a rastras del laboratorio, como le había prometido que haría si no se decidía a dejar de ser de una vez un hombre de las cavernas y reintegrarse a la civilización.

Seaby tomó el comunicador y dijo:

-Ya subo, preciosa, te lo prometo.

-Ya estoy harta, viejo -replicó una voz femenina bien modulada-. Puedes quedarte ahí si te satisface. Sólo te llamo para decirte que alguien desea verte.

El profesor entornó los ojos. No recibía visitas desde hacía mucho tiempo. ¿Meses o años? No estaba seguro. Además, pocas personas conocían aquel lugar.

-¿Quién es. Malva?

-Dice llamarse Leo Liddell. ¿Le digo que se vaya?

Liddell. Leo Liddell. Era al primero de los incrédulos a quien pensaba llamar y arrojarlo contra aquel montón de máquinas para que se rompiera contra ellas la nariz. Había sido el que más se rió cuando supo lo que Seaby se proponía hacer. Luego, Liddell empezó a trabajar para el Gobierno y no volvieron a verse en muchos años.

¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Qué se proponía? No podía haberse enterado de nada en lo que había estado trabajando.

-Estoy esperando -dijo Malva de mal humor-. Decídete de una vez, cáspita.

-¡Oh, perdona! Dile que espere unos minutos. En seguida subo. Llévale a mi despacho y ponle cerca una botella de escocés.

-Calentaré el baño. Porque supongo que no querrás presentarte con esa facha.

-Qué tiene mi facha! -gritó Seaby. En seguida comprendió que Malva tenía razón y añadió-: Sí, gracias. Como siempre, tienes razón.

-Oírte decir eso bien merece tener que soportar tu mal genio constantemente.

Cuando se cortó la comunicación, Seaby gruñó:

-Chica tonta... -sonrió y musitó-. Pero no sé qué haría sin ella.

Subió los escalones de hierro y cerró cuidadosamente la puerta del laboratorio con llave. Luego se apresuró a entrar en el cuarto de aseo. Ya estaba el baño lleno con agua caliente. Sobre unas perchas, una muda limpia, camisa, corbata y su mejor traje.

Seaby volvió a sonreír y empezó a desnudarse.

Minutos después salía convertido en otro hombre. Incluso había rejuvenecido unos años. Afuera le esperaba Malva, que sonrió aprobadoramente.

-Estás guapísimo, papá -le dijo besándole en la mejilla.

-Yo mismo no me reconocí en el espejo, la verdad -asintió Seaby- Incluso siento apetito.

-Es lógico. Hace días que no pruebas bocado. Te llevaré café y unos emparedados a tu despacho. No le importará a tu amigo que comas, él tiene bastante con el escocés.

Seaby dejó que su hija le corrigiera el nudo de la corbata y comentó:

-Leo siempre me pareció una esponja a la hora de beber. Tendrás que buscar otra botella.

-Está bien, está bien -apremió ella empujándole por el pasillo-. Ese tipo ya debe estar impaciente.

Llegaron hasta la puerta del despacho. Malva continuó caminando. Seaby se quedó con la mano apoyada en el picaporte, observando cómo su hija se alejaba.

Malva, desde que salió de la universidad, se convirtió en su ayudante, eficaz y paciente. Soportó sus malos humores, momentos de desesperación y desaliento con increíble constancia.

Seaby se preguntó si no había cometido un crimen permitiendo que una chica tan hermosa perdiera dos años de su alegre juventud encerrada en aquella casa aislada en el campo.

Decidió que aquella misma noche le plantearía el problema. El trabajo más importante había terminado. Se tomarían unas vacaciones antes de notificar al mundo su descubrimiento.

Al pensar en aquello se le planteaba una encrucijada. Había pensado que Leo Liddell, ya que estaba allí, podía ser el primero en conocer el resultado de sus desvelos. Si lo hacía, probablemente no iban a poder disfrutar de las merecidas vacaciones.

Además, lo que quería saber era el motivo que había llevado a Leo hasta su escondite. Luego, cuando lo supiese, decidiría si informarle o no en aquel instante.

Empujó con decisión la puerta de su despacho. El hombre que estaba sentado en uno de los butacones de cuero, con un vaso de whisky en la mano, se levantó de un salto. Ambos amigos se fundieron en un abrazo, se cruzaron bromas y dieron golpecitos en la espalda. Luego se sentaron y Hans sacó una cigarrera.

Leo movió la cabeza negativamente, diciendo:

-Prefiero tu magnífico escocés.

-Como quieras. Lo siento, pero lo primero que tengo que preguntarte es la causa de tu presencia aquí.

-¿Te sorprende mi visita?

-Más que nada, cómo pudiste enterarte que vivo en este lugar.

-Hace tiempo que lo sé. Un fabricante de material de precisión electrónico me habló de ti. Al parecer, te ha estado vendiendo fuertes sumas.

-Sobra gente charlatana en el mundo... -suspiró Hans-. Pero, ¿quieres decir que ha tenido que pasar mucho tiempo antes de decidirte a venir?

Leo movió la cabeza con cierto pesimismo.

-Aquel fabricante me hizo comprender que aún no has abandonado tus lo..., proyectos. Me disgustó que siguieras desperdiciando así tus grandes conocimientos.

Hans sonrió.

-Ibas a decir mis locuras, no proyectos. No tiene importancia. Al menos tú nunca te reíste a mis espaldas. Tuviste siempre el valor de pedirme que lo dejara todo y fuera a trabajar contigo para el Gobierno. Pero aún no has dicho qué deseas.

Liddell terminó de beber el escocés que quedaba en su vaso. Fue a tomar la botella, pero cambió de parecer y la dejó. Sonrió como si se disculpara y dijo:

-No creas que siempre bebo. Estaba sediento. Donde trabajo apenas puedo conseguir una botella. Amigo Hans, pese a tu aislamiento, nadie ha podido olvidar lo que un día fuiste, lo que lograste en el campo del magnetismo dinámico. De haber continuado por aquel camino, con seguridad hubieras ganado el Nobel. Pero cambiaste radicalmente de rumbo, te obsesionaste con una... singular idea y lo tiraste todo por la borda. Fue un disparate.

Suspiró profundamente y terminó diciendo de un tirón:

-He venido por ti, porque queremos que vuelvas a trabajar con nosotros. El Gobierno no está dispuesto a que pierdas el tiempo en cosas poco aprovechables. Te necesitamos en otros proyectos más ambiciosos y sólidos.

Hans abrió los brazos y exclamó:

-Ya salieron las estrellas.

La mirada de Leo se tornó seria.

-Lo hemos conseguido, Hans. Esta vez va en serio.

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