Annotation
Sol Nazerman es un inmigrante polaco, hosco y poco sociable, que regenta una casa de empeños en Harlem a finales de los cincuenta. Las heridas de su paso por los campos nazis le han llevado a eliminar de su vida cualquier atisbo de emoción. Apenas soporta a los pobres diablos y ladrones de poca monta que forman la clientela habitual de su tienda ni al gánster para el que trabaja, y las relaciones con su ayudante, el joven puertorriqueño Jesús Ortiz, y con la familia de su hermana, con la que vive y a la que mantiene, tampoco son mucho mejores. Sin embargo, una serie de circunstancias inesperadas le obligarán a salir de su apatía.
El prestamista es una emocionante novela sobre la capacidad de regeneración del ser humano, sobre las enseñanzas que la vida y el sacrificio de los demás nos pueden brindar. Una excelente muestra de la literatura norteamericana de los sesenta, de uno de los mejores escritores de su generación al que su muerte prematura le privó de un reconocimiento mayor.
Edward Lewis Wallant
EL PRESTAMISTA
FB2 Enhancer
Título original: The Pawnbroker
Copyright © by Edward Lewis Wallant
Copyright © renewed 1989 by Joyce Malkin, Leslie A. Wallant, Kim Wallant Pereira and Scott Wallant.
© del prólogo y de la traducción, Eduardo Jordá, 2013
© de esta edición: Libros del Asteroide S.L.U.
Ilustración de la cubierta: © PhotoDisc
Diseño de colección y cubierta: Enric Jardí
Publicado por Libros del Asteroide S.L.U.
ISBN: 978-84-15625-48-3
Depósito legal: B. 13.965-2013
Prólogo
El Evangelio según Edward Lewis Wallant A Leslie Wallant
I
La calle 125, en East Harlem, cerca de la estación de metro, donde estaba la tienda de empeños de Sol Nazerman en El prestamista , es ahora un paisaje tranquilo que no tiene nada que ver con el mundo de yonquis, putas, inmigrantes latinos sin un céntimo y familias desesperadas que aparece en la novela de Edward Lewis Wallant, escrita a finales de los años cincuenta y publicada en 1961. Una manzana más abajo, en la intersección con Lexington Avenue, Lou Reed iba a comprarle heroína a un camello que iba vestido de blanco y siempre llegaba muy tarde, tal como cantaba en «Waiting for the Man». Pero East Harlem ha cambiado mucho. Ahora, en la calle 125, hay concesionarios de coches, un centro comercial, una tienda de muebles y una farmacia. Las parejas jóvenes —mexicanas o dominicanas— pasean empujando el cochecito del bebé. La calle 125 tiene ahora el nombre oficial de Dr. Martin Luther King Boulevard, y el puente de Triboro que se vislumbra al fondo —el puente que el prestamista Sol Nazerman veía cada día cuando iba y venía del trabajo— se llama Robert Kennedy Bridge. East Harlem ya no es el Spanish Harlem de la miseria y la desolación, como ocurría en los años sesenta y setenta. Y la gente ya casi no usa ese nombre, que suena demasiado a pobreza y a rabia, porque prefiere usar el nombre de El Barrio, ya que esa zona es un lugar agradable donde no resulta muy difícil vivir.
En el otoño de 1964, cuando Edward Lewis Wallant ya había muerto (murió en 1962, de un aneurisma, a los 36 años), Sidney Lumet filmó una adaptación de El prestamista que tenía una maravillosa banda sonora de Quincy Jones. Esa película, The Pawnbroker (estrenada en 1965), fue la primera película que se rodó en East Harlem y la primera que mostró con toda su crudeza la vida real del barrio. Rod Steiger interpretaba a Sol Nazerman, el judío polaco superviviente de un campo de exterminio que había perdido a toda su familia en el Holocausto y que había decidido amputar de su corazón cualquier clase de sentimiento. Un joven actor puertorriqueño —Jaime Sánchez— era su ayudante, Jesús Ortiz, su discípulo y a la vez su maestro. Brock Peters hace de Murillio transformado en un gánster negro apodado Rodríguez. Geraldine Fitzgerald era la entusiasta y bienintencionada Marilyn Birchfield. Y otra actriz negra, Thelma Oliver, era la novia de Ortiz, la prostituta Mabel Wheatly. En España la película se estrenó con retraso, hacia 1973, en los circuitos de arte y ensayo. Yo la vi en el cine Rialto, en Palma, pero tengo la impresión de que pasó desapercibida. ¿Un superviviente del Holocausto en una tienda de empeños de Harlem? ¿Música de jazz? ¿Una parábola impregnada de nihilismo y a la vez de cristianismo? Todo parecía demasiado antiguo y demasiado extraño. Casi nadie entendió nada.
Pero la película era muy buena. Sidney Lumet quiso rodar en un blanco y negro granuloso que atrapara la áspera vida de East Harlem. Encontró una tienda de empeños en la esquina de la calle 116 y Park Avenue, justo frente al metro elevado que aparece a menudo en la novela, y allí rodó gran parte de los exteriores. Para los interiores, reconstruyó en un estudio una tienda de empeños llena de rejas y obstáculos y ángulos opresivos, con la idea de recrear el encarcelamiento anímico en el que vivían todos los personajes, tanto el prestamista como sus clientes, tanto los de dentro como los de fuera de la tienda. La película El prestamista causó un pequeño escándalo porque fue la primera película americana autorizada a mostrar los pechos desnudos de una mujer (los de Thelma Oliver, la novia de Ortiz). Rod Steiger fue nominado a un Oscar. Y eso fue todo.
De todos modos, lo que de verdad sostiene esa película, casi cuarenta años después de su estreno, es la gran historia de Edward Lewis Wallant: esa parábola sobre el aprendizaje y el sacrificio, y la milagrosa tensión narrativa que supo encontrar Wallant para narrar la historia de Sol Nazerman y de Jesús Ortiz. No es fácil contar la historia de un mutilado emocional que acaba siendo una especie de Jehová mudo y ciego para el joven discípulo que quiere encontrar el secreto de la vida gracias a las enseñanzas de ese hombre insondable. Y no es fácil contar una historia en la que el discípulo le acabe dando una lección al maestro. En la historia de Wallant todo suena asombrosamente real, a pesar de que hay momentos en que la novela roza una retórica grandilocuente que puede resultar muy peligrosa. Pero es posible que Wallant no hubiera sido capaz de contar la historia si no fuera por esa retórica que en cierta forma le ayudaba a mirar de frente unos hechos inconcebibles. Cuando hablamos del Holocausto —es decir, de lo que vio y sintió Sol Nazerman—, usamos palabras como infierno o abismo, pero no hay una sola palabra en ningún lenguaje humano que pueda expresar de verdad lo que fue aquello. Y eso explica que Wallant tuviera que recurrir a veces a una retórica excesiva. En cierta forma, esa retórica actuaba como unos lentes especiales que le permitían asomarse a lo que había ocurrido «allí».
A la película de Lumet a veces le pasa lo mismo, ya que le sobran algunas escenas edulcoradas sobre el pasado del prestamista y le sobra la escena del tormento final de Sol Nazerman con el pincho para ensartar las papeletas de empeño (una escena que no está en la novela). Todo eso es indiscutible. Pero las escenas callejeras, los diálogos y el interior de la tienda de empeños —que a veces parece sacada de una película expresionista— tienen una fuerza casi sobrenatural que ha resistido muy bien el paso del tiempo. Al final de la película vemos caminando a Sol Nazerman por la calle, y al fondo aparecen los rótulos de neón del Apollo Theater anunciando un concierto de Nina Simone. Quien quiera saber cómo era East Harlem en los tiempos de la desesperación y la miseria, antes de convertirse en El Barrio, tiene que ver esa película. Y quien quiera adentrarse en una historia magistral sobre los misterios del corazón humano tiene que leer la novela de Edward Lewis Wallant.
II
Incomprensiblemente, en East Harlem no queda ningún rastro de Edward Lewis Wallant. En la calle 116 esquina Park Avenue, donde estaba la tienda de empeños de la película de Lumet, hay ahora una licorería. El bar Radiante que aparecía en la película ya no existe. Toda la zona está rodeada de viveros de plantas y de tenderetes callejeros que venden fruta y verduras. Veo a una chica asomada a la ventana, y en la acera de enfrente leo un letrero que hubiera hecho sonreír a Wallant: «Ortiz, Funeral Home». Solo los estampidos del tren elevado —imagino— siguen siendo iguales. Busco una placa, pregunto en la tienda de un dominicano que vende artículos de piel, entro en una pequeña academia de boxeo filipino, Garcia Gung Fu Institute. Nadie sabe nada. Repito el nombre, pero las respuestas siempre son iguales: «¿Wallant? ¿Wallant? ¿ El prestamista ? No sé, señor, mejor pregunte allá abajo».
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