Gonzalez Lavado Lucia
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Lucía González Lavado
Crónicas de Sombras. Los condenados
© Lucía González Lavado
www.luciaglez.com
Ilustración de portada: ©Cris Ortega
www.crisortega.com
Maquetación: Cris Ortega
Primera edición: Octubre 2014
A Lía, mi gatita, la que siempre me acompaña con su cariño y dulzura en mis largas horas de trabajo frente al ordenador.
PRIMERA PARTE GOLPE DE ESTADO
PRÓLOGO
Había llegado el momento. Ya no podía aguantar más. Krista estaba muy cansada de vivir al otro lado, aunque realmente lo que más le atormentaba era la presencia de Eleazar y sus malas maneras. Había aguantado muchos años y era el momento de escapar. El guersom había salido de copas con unos amigos hacía unas horas y aún tardaría en regresar. Era ahora o nunca. Todavía le dolía la cara tras la última bofetada, y sus brazos lucían varios moratones.
No obstante, no iba a ser fácil escapar de la guardia de su padre. Tendría que salir de la vivienda por el sótano. Sólo esperaba que los hombres de Eleazar la dejasen estar a solas unos minutos.
Como cada día, Briseida volvía a visitar el otro lado. Vestía atuendo oscuro, y manejaba su espada con gran maestría. Desde hacía tiempo había tomado por costumbre acabar con sus enemigos y liberar a todos sus presos.
Y hoy era un día más.
Afortunadamente para ella, y gracias a que siempre estaba de viaje, había sido capaz de ocultar lo que hacía a su familia. Llevaba varios días en Los Ángeles, y hoy se había armado de valor para visitar el otro lado desde su visita en la gran ciudad.
Tras inspeccionar la playa, donde encontró a algunos de sus enemigos, los siguió hasta una casa muy bien protegida. Sin duda debían de esconder algo, además de prisioneros.
Presurosa, avanzó hacia el edificio. Tres guersom custodiaban la puerta. Eran demasiados. No podía enfrentarse a ellos sin arriesgarse a ser herida. Quizás allanar Los Ángeles no fuera buena idea y resultara mejor centrarse en pequeñas ciudades, como había hecho hasta ahora, donde como mucho se había encontrado algún guersom o un par de travsom jugando a ser mayores.
Y aunque detestaba tirar la toalla, su vida era lo primero. Quizás más adelante podría descubrir qué ocultaba esa mansión. Sin embargo, cierto movimiento, no muy lejos de ella, captó su atención. No llegó a verlo con claridad, sólo acertó a distinguir que era un joven que iba armado con una espada mágica, como la de ella, la cual no estaba formada por metal, sino por energía pura tan dura como el diamante. Mientras que la de Briseida era azul, la del joven desprendía haces de luz verde.
El desconocido no dudó, como hizo Briseida, sino que fue derecho a enfrentarse a sus enemigos. La muchacha decidió ayudarlo.
Tal como Krista se había imaginado, el pasillo estaba custodiado por varios guerreros. Por este motivo, no tuvo que cambiar de planes y fue a la habitación de su padre. Llamó, y al no recibir respuesta, entró. Tal como suponía, no estaba: el rey era un hombre muy ocupado, y su ausencia beneficiaba a la princesa.
Iba a huir, no sabía adónde, y necesitaba medios para ello. Esperaba que nunca la encontrasen. Presurosa, tomó asiento frente al escritorio de su progenitor y se introdujo en sus cuentas bancarias. Afortunadamente para ella, los reyes habían innovado con los tiempos y ya no guardaban sus fortunas en cajas acorazadas, sino que utilizaban los medios más comunes. Tras desembolsar una gran cantidad de dinero en una cuenta con su nueva identidad, regresó al pasillo.
Sin agachar la cabeza, fue derecha a los guerreros.
—Voy al sótano, a visitar a los prisioneros. Y no quiero que ninguno me acompañéis. Hace mucho que no pruebo mis habilidades con cazadores o hechiceros y temo perder agilidad.
—Como gustéis, mi señora.
Krista no tenía ninguna intención de enfrentarse a los desdichados cazadores y hechiceros que habían sido capturados. Sin embargo, debía fingir que ésa era su intención.
Veloz, bajó las escaleras hasta llegar a la entrada del sótano. No miró atrás, pero sintió la mirada fija de los guardias en la nuca. Sabía que tanto el rey como Eleazar les habían ordenado que la vigilasen, pero ninguno de los dos sabía que en esta ocasión haría lo que fuera por escapar. Ya fuera alcanzando su libertad o logrando el final de su tortura con la muerte.
La estancia era muy amplia; paredes de ladrillo rojo lo decoraban, además de grilletes en las paredes. No le sorprendió encontrar a un joven esposado a la pared.
Sus ojos negros se posaron en ella, y no hubo intercambio de palabras. Krista caminó hacia el final de la sala, hacia una ventana con salida a un pequeño bosquecillo: su lugar de huida. Sin embargo, una vez levantó el cristal, escuchó un gran alboroto.
¡Estaban siendo atacados! Si quería escapar, iba a necesitar ayuda.
—Te propongo un trato —dijo la princesa dirigiéndose por primera vez al desconocido—. Yo te ayudo a salir de aquí si tú me ayudas a desaparecer de este lugar para siempre.
—¿Qué te hace pensar que quiero escapar? —inquirió el muchacho.
—¿Eres prisionero por propia voluntad? —preguntó Krista extrañada, aunque no permitió que el joven respondiera. Sus manos refulgieron con pequeños rayos de color azul y, como dos látigos llameantes, cortaron las ataduras del prisionero—. Nadie que esté aquí permanece atado por propia voluntad. ¡Muévete! —ordenó la princesa—. Aprovecharemos este alboroto para escapar. —Créeme, no hay nada que me gustaría más —respondió frotándose las muñecas—. Pero mi destino está unido a las sombras. Y nada puede cambiarlo.
Krista lanzó un amargo suspiro. No conocía la vida del joven, pero imaginaba que si no podía escapar era a causa de algún pacto anterior. Quizá ambos podían beneficiarse de ello.
—¿Cómo te llamas?
—Adrien.
—Escucha, Adrien, soy una sombra, aunque imagino que eso ya lo has deducido. Necesito desaparecer y no me bastará con escapar. Eso lo he hecho incontables ocasiones y nunca ha funcionado. ¡Necesito que me ayudes a fingir mi propia muerte! Ambos fingiremos y seremos libres.
Adrien tendió la mano a la princesa y aceptó el trato.
Briseida no intercambió palabra con el desconocido. Ni siquiera se miraron a los ojos o pudieron apreciar con claridad sus rasgos debido a la oscuridad, pero ambos sabían que luchaban por la misma causa. Y con las espaldas pegadas el uno al otro acabaron con todos los guersom sin ninguna complicación.
—¿Dónde vas? —preguntó la chica, cuando el joven evitó la puerta de entrada y comenzó a rodear el lugar—. Dentro habrá muchos más.
—Lo siento, pero hoy mi batalla no va contra esas cosas. He venido a liberar a mi hermano, y bien puedes acompañarme o enfrentarte sola a los hombres del rey. Los dos sabemos que nuestra pequeña batalla no tardará en alarmarlos y enviarán guerreros más poderosos.
La joven chasqueó la lengua molesta, pero siguió al desconocido. Muy a su pesar tenía razón. Cual fue la sorpresa de ambos cuando al llegar a la zona trasera del lugar encontraron a la pareja saliendo del sótano.
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