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Lucía Herrero - Magia Elemental

Aquí puedes leer online Lucía Herrero - Magia Elemental texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2017, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Lucía Herrero Magia Elemental

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Luz

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Magia elemental

LUCÍA HERRERO


Título Original: © Magia Elemental

© 2017 Lucía Herrero

© Primera edición, mayo de 2017

All rights reserved.

Los personajes y acontecimientos de este libro son ficticios y cualquier parecido con personajes reales, vivos o fallecidos, es pura coincidencia.

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso del autor.

Todos los derechos reservados.


DEDICAToria

A todos los que creen en la magia.

Y a los que no creen, pero quieren creer.


índice

1. LA NOCHE EN QUE EL SUEÑO SALVÓ AL SOÑADOR

Una infinidad de cuerpos sudorosos se movía al compás de la atronadora música de la discoteca. El local era inmenso y únicamente la enorme pista central estaba relativamente bien iluminada. El resto permanecía en una penumbra sugerente y discreta rota solo a ratos por los destellos lejanos e intermitentes de las luces de colores.

En uno de los extremos de la pista había una chica. Estaba sola y miraba lentamente alrededor, como si buscara a alguien. Un tipo alto y desgarbado, con aire de gallito, se le acercó y le dijo algo, pero ella se limitó a descartarlo con un leve y desdeñoso gesto de su mano. Sin más, el tipo se volvió por donde había venido y buscó un nuevo objetivo.

Otro hombre siguió el movimiento desde la barra que había en el piso superior, en el extremo opuesto del local, desde donde se podía observar con comodidad sin llamar mucho la atención. Sus ojos estudiaron a la chica con una mezcla de extrañeza y curiosidad. Parecía menuda, aunque bien proporcionada, con una melena larga, ondulada y oscura. Iba vestida de negro de pies a cabeza, con un vestido corto, vaporoso y escotado y unas botas de tacón alto. No podía verle bien la cara, pero no le hacía falta, ya sabía cómo era: sus ojos eran castaños, casi rojizos, intensos y perturbadores, su tez morena y su rostro dulce, entre aniñado y salvajemente sensual.

Amets apuró la copa y echó a andar hacia ella. Tenía que hablar con ella. Tenía que saber. Se dirigió a las escaleras para bajar al piso inferior y se dispuso a atravesar la pista.

Y sin embargo, cuando apenas había dado cinco pasos en su dirección y se hallaba aún en medio de la marabunta de gente que los separaba, ella lo miró, esbozó una sonrisa que parecía casi una burla, se dio la vuelta y desapareció.

Por más que lo intentó, no volvió a verla, a pesar de haber recorrido la discoteca de parte a parte. De cuando en cuando lo sorprendía el movimiento de una melena oscura captado por el rabillo del ojo, o la sensación de unos ojos clavados en su nuca, pero tan pronto como se giraba en esa dirección, la ilusión se desvanecía.

Regresó a su apartamento confundido y frustrado.

Había soñado con ella la noche anterior. Solo fue un retazo de sueño, en realidad. No sabía su nombre, ni qué hacía allí, pero sabía que lo miraría desde el otro lado de la pista, y que él tenía que intentar acercarse. Lo había intentado, aunque no esperaba conseguirlo, de todas formas. Su sueño se había interrumpido ahí.

Se sentó a dibujar un rato antes de acostarse. No había bebido apenas, por lo que estaba razonablemente despejado, y aunque era muy tarde no se sentía cansado. Al menos no lo suficiente. Tenía un cómic a medio terminar y podía intentar avanzar un poco.

Sin embargo las musas no estaban de su parte aquella noche. O tal vez los demonios, en realidad daba igual. El boceto que tenía empezado se interrumpía bruscamente en su cabeza porque solo le venían imágenes de aquella chica. Cuando se dio cuenta, la estaba dibujando a ella.

Arrugó el papel y lo tiró a la papelera. Se tumbó en la cama sin molestarse en apagar la luz ni en desnudarse. Solo pretendía descansar un poco la vista y apartar de su cabeza aquel rostro de duende.

Pero se durmió profundamente.

Hasta aquella noche, él nunca había formado parte del sueño. Lo veía desde fuera, como un mero espectador. Sus sueños eran extraños, oscuros y a menudo aterradores, pero parecían imágenes en un televisor, imágenes que luego él convertía en cómics recomponiendo los fragmentos que alcanzaba a recordar. No le costaba mucho imaginar lo que no veía, de modo que las historias salían de su pluma sin apenas proponérselo. Su inspiración nunca se agotaba: cuando no tenía una historia en la que trabajar, solo tenía que dormir y, tarde o temprano, conseguía una.

Había visto muertes y persecuciones, pero la angustia se quedaba siempre en un nivel mínimo. No le afectaba el contenido del sueño porque era como ver una película, no era real, y desde luego, no formaba parte de su vida. Ni siquiera cuando había soñado con ella le parecía ser parte de la escena. La miraba pero no podía alcanzarla, no estaba allí. Al menos, no llegaba a estar lo bastante cerca. Había sido extraño verla después en la discoteca y comprobar que, después de todo, ella sí parecía real, aunque de todas formas no había podido verificar ese punto. Todavía podía engañarse pensando que había sido una alucinación, o algún truco de su mente.

En cambio esta vez fue diferente. Cuando abrió los ojos, sobresaltado, miró directamente hacia el rincón de la habitación junto a la ventana, sabiendo lo que iba a encontrarse.

La chica lo observaba con curiosidad, apoyada con elegancia en la pared. Ladeó la cabeza y le sonrió mientras él se incorporaba.

—Hola —lo saludó con una sonrisa burlona.

—¿Cómo has entrado? —preguntó él con recelo.

—¿No lo sabes? —respondió ella con un tono casi provocador.

Lo sabía, pero era imposible. No podía haber entrado por una ventana cerrada, ni aunque hubiera trepado por el árbol que crecía junto a la fachada. Miró hacia aquel punto como si esperara encontrarse los cristales hechos añicos, pero estaban intactos.

—¿Quién eres? —le preguntó por fin, olvidando la pregunta anterior.

Ella volvió a inclinar la cabeza a un lado, como si estuviera disfrutando de su desconcierto.

—Me llamo Naike.

—Vale... No era la pregunta adecuada. La pregunta es... ¿qué eres?

Ella sonrió ampliamente. Su boca era perfecta y sus ojos acompañaban la sonrisa con chispas de sincera diversión.

—Soy… un hada.

Parpadeó, escéptico, y se frotó los ojos como si no pudiera creer que estaba despierto.

—Las hadas no existen.

La chica puso los ojos en blanco y sus rodillas se flexionaron mientras se venía abajo. La cogió casi al vuelo antes de que se derrumbara en el suelo. Le vino a la cabeza algo como que cada vez que alguien dice que las hadas no existen, en alguna parte, muere un hada. ¿Era de «Peter Pan»? Podía ser... O no, ahora que lo pensaba, era de «Hook», aunque en realidad daba igual.

El corazón le martilleaba en el pecho cuando la chica abrió los ojos y se rio. Se incorporó casi de un salto, zafándose de sus brazos, y le señaló con un dedo.

—¡Has picado!

Durante un par de segundos no pudo hacer otra cosa que parpadear, sin poder creerse que aquello le estuviera pasando. ¿Le estaba tomando el pelo? ¿Acaso estaba en uno de esos programas de cámara oculta que tanto aborrecía? La chica cruzó la habitación en dos zancadas y se acercó a su mesa de dibujo, donde estaban amontonados en confuso desorden los bocetos en los que había estado trabajando unas horas atrás. Echó mano a la papelera, de donde recuperó el último boceto. Lo estiró con mimo y lo contempló atentamente. Amets se envaró.

—Oye, deja eso...

—Me has sacado bastante favorecida. ¿Cómo lo haces?

—¿Cómo hago el qué?

Ella soltó el dibujo, deslizó el dedo por la mesa con suavidad y siguió recorriendo la habitación sin dejar de mirarle por el rabillo del ojo.

—Saber lo que va a pasar. Sabías que estaría en la discoteca, ¿no? Por eso trataste de acercarte.

La voz de Amets sonó incluso más ruda de lo habitual cuando le respondió.

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