Lucia Gonzalez Lavado - Danza de Espiritus (Duelo de Espadas nº 2) (Spanish Edition)
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- Libro:Danza de Espiritus (Duelo de Espadas nº 2) (Spanish Edition)
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- Año:2016
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Danza de Espiritus (Duelo de Espadas nº 2) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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PRIMERA PARTE
El aullido del lobo
Introducción
Sheridad
A gran velocidad el carruaje de la reina Leriah se abría paso entre los curvados caminos que llegaban hasta la ciudad de Sheridad. Con lástima hacía dos jornadas que había recibido la noticia de la muerte de su querida amiga Neira al dar a luz.
Cuando llegó a la población la pena se respiraba por cada rincón. Por respeto a una mujer tan querida, todos los vecinos habían parado sus responsabilidades para velarla.
Finalmente bajó del carruaje y seguida de su séquito caminó hacia la plaza. Allí vio a una gran multitud, apenas dejaban ver, pero poco a poco se fueron esparciendo para dejarla pasar. Entonces vio a Neira; estaba tumbada sobre varios tablones, amontonados unos sobre otros hasta alcanzar una altura considerada. La mujer vestía un camisón blanco que le hacía parecer aún más pálida y sus cabellos rojos como el fuego lucían esparramados alrededor de su rostro.
Con la pena aguijoneando su corazón, Leriah caminó hacia Neira y entrelazó su mano con sus dedos fríos sin poder evitar que algunas lágrimas corrieran por las mejillas. Al instante sintió a alguien situarse a su derecha y tras limpiarse las lágrimas con el dorso de su mano, vio que su hermano Jeriah estaba allí y llevaba la antorcha que quemaría el cuerpo de Neira.
Tras unos segundos de espera, el hombre prendió la paja que rodeaba los tablones y al instante las llamas se tragaron el cuerpo. Entonces tomó la mano de su hermano y permanecieron juntos hasta que mucho más tarde, el cuerpo no era más que cenizas agitadas por el aire.
Mientras Jeriah permanecía impertérrito frente al hollín, Leriah prosiguió con sus responsabilidades como consorte, escuchando el consuelo del pueblo y sus palabras gentiles, aunque hubo un murmullo que captó su atención.
—¡Pobres niños, se han quedado huérfanos! ¿Qué será de ellos a partir de ahora?
Leriah vio a los críos a los que la mujer se refería. A uno lo reconoció de inmediato, Eyphah, de siete años e hijo de Neira. Estaba tomado de la mano de una mujer rolliza, quien cargaba en brazos un bebé de poco tiempo. Ella debía ser la niña que su amiga había dado a luz y se acercó a ellos.
—¡Mi señora! —saludó la mujer tras hacer la respectiva reverencia—. Siento mucho que nos veamos en tales circunstancias.
Leriah no dijo nada, un nudo en la garganta le impedía hablar. Su amiga se había ido y sus hijos estaban solos. Tras extender sus brazos, tomó entre ellos a la pequeña.
—¿Cómo se llama?
—No tiene nombre. Neira había perdido mucha sangre cuando nació, apenas pronunció palabra tras el parto. Intentamos hacer lo que pudimos, pero también debimos encargarnos de la niña… creí que también la perdíamos. ¡No respiraba! Pero esta pequeña luchó por su vida.
Leriah sonrió y la observó con detenimiento. Tenía los ojos de su madre, de un bonito avellana y aunque no había heredado el cabello rojo intenso de ella, ya apreciaba en su cabecita pelo anaranjado.
—¿Así que luchaste por tu vida? —preguntó mirando al bebé—. Desde tu nacimiento estás demostrando una gran fortaleza y has de tenerla… tu madre no estará contigo. A partir de ahora responderás al nombre de Aidíth.
—Mi señora, ¿qué va a pasar con ellos?
Leriah suspiró y se arrodilló frente al pequeño Eyphah. Había heredado los mismos ojos de su madre, de un claro avellana, pero no el cabello, que negro como alas de cuervo rodeaba su rostro. La tristeza se reflejaba en su cara, que a pesar de su corta edad, se esforzaba por mantener la compostura, propio de su rango: el duque de Sadira.
—Has crecido mucho desde la última vez que te vi, Eyphah. ¡Ya eres todo un hombrecito! —le animó, pero el chico ni siquiera sonrío, su mirada seguía vacía debido al dolor—. Tú y tu hermana seréis enviados al Templo de la Luz. Allí se harán cargo de vosotros.
—¡No! —gritó—. No, no, esta es mi casa, con madre y padre… ¡Este es mi hogar! No voy a irme a ninguna parte.
—Eyphah, tu madre ha muerto, ¿lo entiendes? Has estado aquí, has visto como su cuerpo era consumido por las llamas. Murió al dar a luz a tu hermana. Ahora los dos estáis solos, ¡sois huérfanos!
—¡No! —chilló Eyphah—. No soy huérfano, ¡no lo soy!
El niño siguió gritando, pero Leriah no podía hacer nada por él. Ordenó a su séquito que preparasen el equipaje de los niños y más tarde iban en su carruaje con destino al norte, al Templo de la Luz, donde recibirían una buena vida.
Reino de Ceara. Castillo Real
Para el rey del Reino de Ceara los gritos de su mujer le resultaban demasiado dolorosos. La comadrona llevaba ateniéndola desde la noche anterior y aún no había dado a luz.
En ocasiones doncellas salían de sus aposentos en busca de más agua y ropa limpia, y por mucho que preguntaba, nadie decía nada. Estaba ansioso por conocer a su heredero, su primer hijo, que esperase fuese varón, pero tampoco quería perder a su mujer. La idea de que ya no estuviera junto a él, le partía el corazón y sólo encontró una manera de aliviar su angustia. Hizo llamar a su ayudante de cámara y más tarde, frente a la chimenea, bebía una copa de vino tras otra. No supo cuánto tiempo pasó allí, pero fue el llanto de un bebé lo que le devolvió a la realidad.
Presuroso corrió a sus dormitorios. No le importó los consejos de las doncellas, quería estar con su mujer y cuando entró observó a una criada sostener un bebé, pero al parecer el parto aún no había terminado.
—¡Viene otro! —exclamó la comadrona sin poder ocultar la sorpresa—. Le veo la cabeza, voy a tirar de él —y al instante otro pequeño lloraba en sus brazos—. ¡Por todos los Dioses! —exclamó sorprendida—. No hemos terminado.
Abrumado, el rey esperó impaciente. Tenía dos hijos, ambos varones y en ese momento, la comadrona tomó a su tercer hijo: tres varones, ¡tres herederos al trono!
Durante mucho tiempo la angustia había consumido a los reyes de Ceara debido a que no tenían heredero, pero ahora contaban con tres hijos, todos varones y ni el rey y la reina sabían qué hacer en una situación así. ¿Quién sería el legítimo heredero al trono? ¿El primero en nacer?
Mientras el matrimonio observaba a los bebés, las dudas los dominaban. Pero a pesar de que aún no sabía quién llevaría la corona, si habían elegido nombre para ellos: Slyde era el nombre elegido para el primero en nacer, William para el segundo y finalmente Ahern para el último y quien más les había sorprendido.
—Leo vuestras dudas y he de deciros que os encontráis ante un gran dilema.
La pareja se giró asustada hacia la ventana, donde apeado en el marco de la misma contemplaron a Kelian, el famoso nigromante.
—¡Fuera de mis dominios! ¡Nadie te ha invocado!
—¿Acaso necesito serlo? Recuerda con quien hablas y que puedo arrancarte la lengua sin mover uno sólo de mis dedos. No vengo para traer guerras, o desgracias, sino para ayudaros en la difícil decisión de elegir a vuestro heredero.
—¿Por qué os interesan nuestros problemas? —quiso saber la reina a la vez que protegía los cestillos tras ella.
—Me aburro en la torre y me gusta involucrarme en los asuntos de los habitantes de Isleen. Sólo os voy a dar un consejo, podéis tomarlo o no, aunque creo que harías bien en escucharme. Tenéis un gran problema, nada más ni nada menos que tres herederos al trono. ¿Quién debe llevar la corona? ¿Elegiréis al adecuado? ¿O se matarán entre ellos por el reino al considerarse todos en el mismo derecho? Al fin y al cabo, han nacido en el mismo día, tienen la misma edad.
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