El juramento de Torak
(Crónicas de la Prehistoria - V)
Michelle Pavel
ADVERTENCIA
Este archivo es una corrección, a partir de otro encontrado en la red, para compartirlo con un grupo reducido de amigos, por medios privados. Si llega a tus manos DEBES SABER que NO DEBERÁS COLGARLO EN WEBS O REDES PÚBLICAS, NI HACER USO COMERCIAL DEL MISMO. Que una vez leído se considera caducado el préstamo del mismo y deberá ser destruido.
En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquier responsabilidad o acción legal a quienes la incumplieran.
Queremos dejar bien claro que nuestra intención es favorecer a aquellas personas, de entre nuestros compañeros, que por diversos motivos: económicos, de situación geográfica o discapacidades físicas, no tienen acceso a la literatura, o a bibliotecas públicas. Pagamos religiosamente todos los cánones impuestos por derechos de autor de diferentes soportes. No obtenemos ningún beneficio económico ni directa ni indirectamente (a través de publicidad). Por ello, no consideramos que nuestro acto sea de piratería, ni la apoyamos en ningún caso. Además, realizamos la siguiente...
RECOMENDACIÓN
Si te ha gustado esta lectura, recuerda que un libro es siempre el mejor de los regalos. Recomiéndalo para su compra y recuérdalo cuando tengas que adquirir un obsequio.
Usando este buscador:
http://www.recbib.es/book/buscadores
encontrarás enlaces para comprar libros por internet, y podrás localizar las librerías más cercanas a tu domicilio.
Puedes buscar también este libro aquí, y localizarlo en la biblioteca pública más cercana a tu casa:
http://libros.wf/BibliotecasNacionales
AGRADECIMIENTO A ESCRITORES
Sin escritores no hay literatura. Recuerden que el mayor agradecimiento sobre esta lectura la debemos a los autores de los libros.
PETICIÓN
Libros digitales a precios razonables.
1
A
veces no hay advertencia alguna. Nada en absoluto.
Tu bote de piel vuela como un cormorán sobre las olas, el remo ahuyenta a los capelanes, que escapan como exhalaciones plateadas entre las algas, y todo parece sencillamente como debe ser: el mar embravecido, el sol en los ojos, el viento frío a tu espalda. De pronto, una roca se alza en el agua, mayor que una ballena, y te lanzas directo hacia ella, vas a estrellarte...
Torak se abalanzó hacia un lado y hundió con fuerza el remo. El bote dio un bandazo, estuvo a punto de volcar... y pasó a sólo un dedo de distancia de la roca.
Empapado y tosiendo agua de mar, el joven se esforzó en recobrar el equilibrio.
—¿Estás bien? —preguntó Bale, y describió un círculo para retroceder.
—No había visto la roca —musitó Torak, sintiéndose estúpido.
Su compañero sonrió de oreja a oreja.
—Hay un par de principiantes en el campamento. ¿Quieres unirte a ellos?
—¡Tú primero! —replicó Torak, al tiempo que lo salpicaba con el remo—. ¡Te echo una carrera hasta el Risco!
El chico Foca soltó un grito y se lanzaron a la carrera, ateridos, empapados y llenos de júbilo. Torak distinguió dos puntos negros en lo alto. Silbó, y Rip y Rek descendieron en picado para volar a su lado, casi rozando las olas con la punta de las alas. Torak viró con brusquedad para evitar un bloque de hielo y, cuando los cuervos lo imitaron, la luz del sol arrancó destellos irisados de sus relucientes plumas negras. Las aves se adelantaron un poco. Torak procuró seguirlas, aunque los músculos le ardían y las mejillas le escocían debido a la sal. Soltó una risotada. Aquello era casi como volar.
Bale, dos veranos mayor y el mejor remero de las islas, iba por delante y desapareció en las sombras del imponente cabo que llamaban el Risco. El Mar se volvió más encrespado cuando salieron de la bahía y una ola chocó de lleno contra el bote de Torak, que estuvo a punto de volcar.
Cuando el joven recuperó el control, quedó en la dirección equivocada. La bahía de los Focas se veía preciosa bajo el sol, tanto que por un instante olvidó la carrera. Una niebla de agua pulverizada cubría el extremo sur de la cascada y las gaviotas revoloteaban en los acantilados. En la playa se alzaban espirales de humo procedentes de los refugios del Clan de la Foca, y las largas hileras de bacalao cubierto de sal relucían como escarcha. Distinguió a Fin-Kedinn, cuyo cabello rojo llameante destacaba entre los rubios Focas, y también a Renn, dando una clase sobre el manejo del arco a un grupo de niños admirados. Torak sonrió. Los Focas eran más hábiles con el arpón que con el arco y las flechas, y Renn no era una maestra paciente.
Bale le gritó retándole a que lo alcanzara, así que Torak dio la vuelta y se concentró en remar.
Una vez rebasado el Risco, advirtieron que estaban famélicos y recalaron en una pequeña bahía, donde encendieron un fuego con algas y madera dejada por la corriente. Antes de comer, Bale arrojó un pedazo de bacalao seco en los bajíos para la Madre Mar y el guardián de su clan, mientras que Torak, que no tenía guardián, dejó un trozo de salchicha de sangre de alce en un matorral de enebro como ofrenda al Bosque. Le pareció un poco extraño, teniendo en cuenta que el Bosque quedaba a un día de remo hacia el este, pero le habría resultado más extraño aún no hacerlo.
Después, Bale compartió con su amigo el resto del bacalao, que sorprendentemente no sabía a pescado, y Torak arrancó montones de mejillones de las rocas. Se los comieron crudos, separando una valva para extraer con ella la deliciosa carne, rica y viscosa. Luego, Bale lo ayudó a acabar con la salchicha de alce. Al igual que el resto de su clan, cada vez se encontraba más cómodo mezclando el Bosque y el Mar, lo que facilitaba las cosas a todo el mundo.
Como todavía tenían hambre, decidieron preparar un estofado. Torak llenó el pellejo de cocinar con agua de un arroyo, lo colgó de unos palos junto al fuego y metió en él unos guijarros que habían estado calentándose en las brasas. Bale echó dentro puñados de algas moradas que había encontrado en una poza y un montón de gusanos de concha que desenterró de la arena, al tiempo que Torak añadía un poco de crambe marítima, pues deseaba algo verde que le evocara el Bosque.
Mientras esperaban a que se cocinara, Torak se agachó junto al fuego para calentarse y recuperar la sensibilidad en los dedos. Bale fabricó una cuchara hincando una valva de mejillón en un tallo de kelp y atándolo con tendón de foca que llevaba en la bolsita.
—¡Buena pesca! —les deseó una voz desde el Mar, y al oírla dieron un respingo.
Era un pescador Cormorán en un bote de piel. Llevaba la red de pellejo de morsa a rebosar de arenques.
—¡Y buena pesca a ti también! —contestó Bale, empleando el saludo habitual entre los clanes del Mar.
Al remar hacia la orilla, el hombre miró a Torak y advirtió los finos tatuajes negros de sus mejillas.
—¿Quién es tu amigo del Bosque? —le preguntó a Bale—. ¿No son esos tatuajes... del Clan del Lobo?
Torak abrió la boca para contestar, pero su amigo se adelantó.
—Es mi pariente, el hijo adoptivo de Fin-Kedinn. Caza con los Cuervos.
—Y no soy del Clan del Lobo —añadió Torak con una mirada desafiante—. No pertenezco a ningún clan.
El Cormorán se llevó la mano al hombro, donde llevaba las plumas de la criatura de su clan.
Página siguiente