Jose Luis Alvite - Articulos
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Autor: Alvite, Jose Luis
ISBN: 9788493513429
Generado con: QualityEbook v0.76
Tipos
Al escuálido Giácomo Fidanza, el traje le sentaba como una carpeta. Su rostro era hielo encuadernado. Años atrás, un cirujano amigo de Ernie le había reparado la mandíbula reforzándosela con el tirador de un féretro ¡Dios santo!, la mirada de aquel tipo te echaba diez años encima. Los días de tórrido calor en el cereal verano de la ciudad, Giácomo Fidanza sudaba resina. Apenas se inmutaba. Alguien como él se tomaría tres disparos en el vientre como un cumplido. Fue Lorraine Webster quien me dijo una madrugada: "No me gusta ese tipo, Al. No me infunden confianza los tipos cuya sonrisa es como si le tirasen los puntos de fimosis".
Cuando le conocí, Giácomo Fidanza alternaba en el 'Savoy' con Jeff Marauder y con Rebeca Labelle, una ex actriz que arrastraba del cine mudo la desagradable costumbre de sorber las frases con los mocos. Jeff era treinta años más joven que Rebeca, pero le ayudaba a derrochar las sobras de su fortuna dándole a cambio unos cuantos revolcones en los que se sentía "como si estuviese profanando el Cementerio Nacional de Arlington". ¡Jeff Marauder…! Presumía de escritor cinematográfico, pero en realidad sólo había hecho incursiones en un par de películas sucias en las que el actor principal era un pene. El tipo venido de la costa nos dijo que la mayor proeza literaria de Jeff Marauder había sido escribirle los jadeos a José d'Alessandro para una película de Paul Morrisey.
La última vez que estuvieron Rebeca y Jeff en el 'Savoy', cenaron a nuestra mesa con Harry Pallantine, un tipo tan poco memorable que los camareros intentaban cobrarle cuatro veces la misma cuenta. Aquella madrugada, Harry le dijo a Rebeca: "Me gustaría saber tu secreto para conservarte tan vieja, nena". Ella guardó silencio. Harry era demasiado gris como para reparar en él. En Harry Pallantine, incluso la calva parecía postiza…
Lunes, 31 de diciembre de 2001 (La Razón)
Artie Stanton
Espalda de matrimonio y un par de manos que parecían equipaje, eso era a simple vista Artie Stanton, un tipo de dos en fondo que había amasado una fortuna contándole su vida entre las piernas a las señoras que acudían a desovar sus cálculos renales en los balnearios entre Savanah y Charleston. La simétrica geometría de su rostro poseía esa belleza capicúa de los elegidos. "Artie era un dios a escote", escribió Chester Newman en el 'Clarion'.
Sus entradas de madrugada en el 'Savoy' resultaban inconfundibles: "¡Qué hay, Nic!, escucho por ahí que tu esposa me es infiel contigo", "¡Más ánimo, Joe, ese saxo suena como una rueda pinchada", "Hola, Terry, encanto ¿sigues imitando a Sammy Davis Jr, con la vagina?", "Laurie, querida, tengo entendido que tu sonrisa vuelve a parecer ropa interior", "No me llena el claquetista nuevo, Ernie; dicen que se lava los pies con ginebra…" Luego se sentaba a cenar a nuestra mesa y acudía el camarero: "Lo dejo en tus manos, Charlie: cualquier cosa más tierna que el plato". Un matón vigilaba en el guardarropa el gabán de Artie ¡El gabán de Artie! Se decía que el gabán de aquel fulano era uno de los diez tipos más deseados del país.
Sólo Artie tenía más éxito con las chicas que aquel abrigo. En su mejor año pasaron tantas mujeres por su cama en el Chelsea, que una cicatriz en la ingle de Artie Stanton fue el 'best-seller' del 73. Un año más tarde estaba muerto. Cuatro tipos le tirotearon a la salida del 'Savoy'. Había tanto plomo en su cuerpo, que le hicieron la autopsia con una báscula. Su sepelio fue un éxito social. En el velatorio me dijo Terry Shelton que hubo un instante en que no supo si rezar por el difunto o tirarle los tejos.
Al acabar el apasionado desfile de las chicas alrededor del féretro, Ernie y yo retiramos de las manos del cadáver quince citas para lo que restaba de mes…
Jueves, 3 de enero de 2002 (La Razón)
Dos baladas
Sé que no voy sobrado de tiempo, y que si quiero dejar algo para la posteridad, habré de renunciar a escribir mis obras completas con una máquina de coser. En el 'Savoy', muchas madrugadas soñé ganar el 'Planeta' si el 'Planeta' fuese tóxico y si los otros aspirantes escribiesen con un tiro en la sien. ¡A la mierda la gloria! A estas alturas de la vida, uno ya sólo hace planes para el pasado. Aguanto madrugadas enteras sin ir a la cama, y en el mórbido éxtasis del agotamiento juraría que incluso veo doble la oscuridad. ¿Y qué importa? A fin de cuentas, uno empieza a convencerse de que lo mejor que puede hacer en la vida es comprarse unas gafas de cerca con las que buscar las gafas de lejos y mirar al otro lado del río el miriñaque de los rascacielos en la varicela de la noche encendida. La vida sólo puede ir a peor, y así las cosas, muchacho, es un consuelo recordar que la cumbre de tu fotogenia la alcanzaste a los doce años y que aquella luz en tu rostro no era el talento, la premonición o la santidad, sino una mata de lombrices. ¡Qué cosas tiene la luminotecnia del ser humano! Aquella luz de los doce años sólo la vas a encontrar otra vez en tu faz cuando descubras que ha empezado a tirar en tus ojos la tiza de la muerte, y que en tu rostro lo único que grama no es la señorial elegancia de la madurez, sino el demacrado crustáceo de la quimioterapia, el hule con el que llega calladito el viático. Y entonces recordarás lo idiota que fuiste diciéndole a una mujer las frases que habías pensado para otra. Así son las cosas, amigo: le hiciste al oído cuatro párrafos a la única mujer del mundo que lo único que esperaba de ti era una pulsera y un 'martini' haciendo tiempo en Tiffany's.
Una noche te sacará la lluvia en una curva. Y con un poco de suerte, muchacho, el macramé del frenazo dejará sin firma en el asfalto la letra de dos baladas…
Viernes, 4 de enero de 2002 (La Razón)
Talento con orina
A la gente lo que le fascina de la obra literaria no son sólo la sintaxis y el asunto, sino los avatares vitales de su autor. Haría bien la crítica convencional en darle a sus análisis una perspectiva nueva, añadiendo cierto toque forense. Al público le apasiona 'El retrato de Dorian Gray' sobre todo cuando conoce la vida de Oscar Wilde, su sórdida y bacanal belleza como bovina, su desbordante sexualidad de cloaca, su divina amoralidad y su 'foulard'. A Scott Fitzgerald se le comprende mejor comprende mejor combinando el análisis de textos con el análisis de sangre porque 'El Gran Gastby' no es rutinario albarán del trabajo concienzudo sino la consecuencia final de la vida de un tipo que compraba las corbatas preocupándose de que no destiñesen con el alcohol.
Del mismo modo hay que proceder con Hemingway, un tipo cuya actitud literaria se destila con las técnicas analíticas de la crítica, pero se comprendería mejor si se dispusiese de un frasco con su orina. En cierto modo, 'Fiesta' no es más que una maravillosa manera de mear. Hace bien la crítica literaria en mirarle al talento su técnica y su sintaxis, pero no estaría de más que le mirase también la lencería y el 'oraldine'.
En cierto modo, el genio literario de Wilde sólo fue la manifestación última de su biografía, y a Gerard Brennan, lo que le influye es aquella orgiástica caldereta de criadillas que compartió con Litton Stranchy y con Dora Carington. A Scott Fitzgerald, como a Poe, a Baudelaire, a Verlaine, les rastreamos su pasado en le lupanar y en el ambigú, y a Antonio Gala se lo deducimos en la botánica. Por eso ellos lo que tienen es biografía mientras que don Antonio lo que tiene es fondo de armario.
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