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Entretenido ensayo histórico sobre diversas formas de muerte de muchos personajes históricos y anónimos.
José Luis Vila-San-Juan
Muertes calificadas
© José Luis Vila-San-Juan, 1996 © Editorial Planeta, S. A., 1996
Córcega, 273-279, 08008 Barcelona (España)Realización cubierta: Departamento de Diseño deEditorial Planeta Ilustración cubierta: «La muerte de Sócrates», de C. A. Dufresnoy, Galería Palatina, Palacio Pitti,Florencia (foto Aisa), y alegoría de la muerte enun mosaico hallado en Pompeya, MuseoArqueológico Nacional, Ñapóles
Procedencia de las ilustraciones: Archivo Editorial Planeta
Primera edición: diciembre de 1996 Depósito Legal: B. 42.864-1996
ISBN 84-08-01937-6 Composición: Foto Informática, S. A.
Impresión: Liberduplex, S. L. Encuademación: Servéis Gráfics 106, S. L.
Printed in Spain —Impreso en España
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
[...] No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar ala mar que es el morir.
[...] Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos descansamos.
De Coplas a la muerte de su padre, de JORGE MANRIQUE
EN MEMORIA de mi querido hermano Pablo, quien durante toda su vida sintió una gran aprensión a los temas relacionados con la muerte {aun siendo un convencido católico practicante), y, sin embargo, cuando claramente vio que le llegaba, la aceptó con enorme entereza y hasta con humorismo.
Si hace años le hubiese dedicado un libro de esta materia, habría puesto el grito en el cielo. Ahora, en cambio, le veo sonriéndome desde allí.
J. L. V.
También de las Coplas de JORGE MANRIQUE:
Vino la Muerte a llamar
a su puerta
diciendo: —«Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero
muestre su esfuerzo famoso
en este trago.»
[...] Así con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer,
con sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
en su gloria,
y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
LA MUERTE
Michel de Montaigne dijo: «De nada me informo con mayor interés que de la muerte de los hombres. Si fuera creador de libros, haría un registro comentado de muertes tan diversas.»
Estas líneas, que a continuación podrá leer el que tenga este tomo entre sus manos, tratan precisamente de eso.
He querido clasificar las muertes con unos adjetivos calificativos o frases que las encasillan en apartados distintos. Éstos son los que principalmente me han llamado la atención; podría haber muchísimos más, naturalmente, pero ello haría el libro interminable... Quizá, en realidad, es un libro inacabado. Pero tampoco es mi intención dedicar el resto de lo poco que me queda de vida (que sería el necesario) para hacerlo. El lector podrá echar en falta muchas facetas, ¡qué duda cabe!; no me arrepiento: si, tras esta lectura, medita sobre las muertes aquí narradas y encuentra otras que puede clasificar distintas y que merecen su atención, me doy por satisfecho del estímulo que he creado. Si piensa en la posible que él tendrá, más aún.
En principio, por demasiado conocidas y por creer que todas pueden englobarse en un capítulo excesivamente extenso (y desgraciadamente frecuente) he prescindido de los genocidios masivos llamados guerras y de los terrorismos tanto de estado como de bandas asesinas extremistas políticas o sociales. (Me he permitido escasísimas excepciones, desde luego, antiguas.) En este campo, el número de muertes causadas por el hombre en el siglo XX pasa largamente de un centenar de millones.
Tampoco cito las grandes epidemias (ya no hay peste, pero sí drogas, ¿colza?, sida, etc.) ni las catástrofes masivas (terremotos, volcanes...). Me limito a casos particulares. Todos los aquí expresados son absolutamente ciertos: unos corresponden a personajes históricos (en ellos he conservado los apellidos y los eventos ocurridos concretamente), y otros pertenecen a personas irrelevantes o, al menos, solamente conocidas por un reducido círculo (en algunos de estos casos he cambiado nombres y alguna situación identificable, para evitar disgustos o sinsabores a sus familiares o querellas criminales contra mí).
Respecto a las calificaciones de estas muertes, la mayor parte corresponden a su significado de «últimos momentos de la vida», pero en algunos casos también se refieren a los momentos posteriores (como el entierro, por ejemplo), ya que esos sucesos —en ocasiones— han caracterizado muy especialmente el final de las personas referidas, ya fuese solamente en sí o conjuntamente con la muerte real anterior.
Todos los hombres y mujeres que vivimos hemos pensado alguna vez en la muerte; en la muerte en abstracto y en la muerte que —tarde o temprano— nos tiene que llegar, indefectiblemente, algún día. Todos también (muy pocas excepciones habrá) hemos sufrido la muerte de un ser querido y hemos asistido al entierro o al funeral de otro ser que nos era más bien indiferente, pero cuyos hijos o padres eran amigos nuestros. Después, pasado un tiempo —horas o años— hemos olvidado a esos difuntos durante la mayor parte de nuestros minutos de vida, excepto (en algunos casos) el día de su aniversario o en otras fechas concretas. El refrán español «El muerto al hoyo y el vivo al bollo» se cumple a rajatabla. Fallece el ser más amado, pero la vida (nuestra vida) continúa, y tras el llanto, quizá incluso la desesperación, o hasta el deseo de morir también, al día siguiente o a los tres días o a la semana, hay que reincorporarse a la vida cotidiana: esperar a que el semáforo se ponga verde para cruzarlo, darnos cuenta de que estamos respirando contaminación o incluso escoger el menú que más nos satisface en el restaurante al que hemos ido.
Cuando hemos pensado en nuestra muerte, muchas veces la hemos desechado rápidamente, dicién-donos «Aún queda tiempo...» Aunque mañana por la mañana pueda darnos un infarto fulminante o por la tarde a un automóvil le fallen los frenos, y ante él quizás estemos nosotros.
Hay, sí; quien lo tiene perfectamente organizado. Puede haberlo hecho en dos tipos de corriente: la notarial, dejando sus asuntos terrenales perfectamente organizados, o la espiritual, confiando en su escrupulosa religión. Pero hay muchísimos —probablemente la mayoría de la población— que seguirán con el «Aún hay tiempo...», a no ser que el médico le diga que no, que ya no le queda más que...
Entonces podrá asustarse o sentir (si es un espíritu fuerte) una gran presencia de ánimo. Y podrá arreglar lo terreno y lo espiritual; una de ambas cosas, o ninguna... Hay quien, sabiendo eso, se ha dicho: «¿Tres, cuatro o cinco meses? ¡Pues a vivirlos a lo grande!» Cada persona es un mundo distinto y, a excepción del religiosamente convencido en la existencia de otra vida (desde el cielo católico, a la reencarnación, o al paraíso musulmán), nada positivamente sabemos de la existencia de otra vida, por muchas historias que se cuenten de