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Carmen Martínez - La historia escrita en el cielo

Aquí puedes leer online Carmen Martínez - La historia escrita en el cielo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Carmen Martínez Gimeno, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Carmen Martínez La historia escrita en el cielo
  • Libro:
    La historia escrita en el cielo
  • Autor:
  • Editor:
    Carmen Martínez Gimeno
  • Genre:
  • Año:
    2014
  • Índice:
    5 / 5
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La historia escrita en el cielo: resumen, descripción y anotación

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Un destino cruel solía ser el lazo de unión entre las sibilas, las mujeres sabias que desde la Antigüedad se hermanaron en secreto, conjurándose para defenderse ante las adversidades del mundo. Sin embargo, nada sabía Marie de Gourney sobre esta cofradía cuando se vio obligada a abandonar su casa en el Franco Condado para viajar en busca de su padre, que se había unido a los Tercios Viejos españoles con la esperanza de llegar hasta Sevilla y pasar al Nuevo Mundo.

Nada sabía tampoco de las sibilas la novicia conocida como la Beata de los Huevos que en la Pradera de San Isidro de Madrid, vestida con la túnica de la infamia conocida como sambenito, aguardaba encerrada en una jaula de madera a morir en la hoguera quemada por hereje en el auto de fe organizado por la Santa Inquisición. Y mucho menos aún sabía de las sibilas la niña negra membrilla que, medio desnuda y encadenada, esperaba comprador sentada en las gradas de la catedral de Sevilla: qué iba a saber si acabada de llegar en un barco que la había arrancado de la Negrería y ya padecía mal de sentimiento, qué iba a saber si era negra bozal y no comprendía lo que sucedía a su alrededor.

Esta novela comienza en el Franco Condado y termina en la Sevilla de la Carrera de Indias, entrelazando vidas y aventuras para perfilar un retablo social del enorme Imperio español de principios del siglo XVII. Tiene algo de bizantina, algo de libro de caballería y varias historias de amor, pero es mucho más. Es «la historia escrita en el cielo».

La portada es creación de Lola Menéndez Rodríguez.

Sobre la autora

Carmen Martínez Gimeno es escritora, editora y traductora. Ha vivido y trabajado en diversos países del mundo. En la actualidad reparte su tiempo entre España y Estados Unidos.

Entre los últimos libros que ha editado está:

Guillermo Fernández de Soto y Pedro Pérez Herrero (coords.), América Latina: sociedad, economía y seguridad en un mundo global, Madrid, CAF-Universidad de Alcalá-Marcial Pons, 2013.

De sus últimas traducciones destacan:

Judith G. Coffin y Robert C. Stacey, Breve historia de Occidente. Las civilizaciones y las culturas. Traducción del inglés de Carmen Martínez Gimeno y Dulcinea Otero-Piñeiro, Barcelona, Planeta, 2012.

Hugh Thomas, El señor del mundo. Felipe II y su imperio. Traducción del inglés de Carmen Martínez Gimeno, Barcelona, Planeta, 2013.

Asimismo, escribe asiduamente en su blog de letras «Sin borrones» sobre asuntos relacionados con la lengua, la literatura, la escritura y la edición. Este es el enlace: http://sinborrones.blogspot.com.es/

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LA HISTORIA ESCRITA EN EL CIELO

Carmen Martínez Gimeno

© Carmen Martínez Gimeno, 2012; 2ª edición, 2013

© Portada: Lola Menéndez Rodríguez

Maquetación: Carmen Grau y Carmen Martínez Gimeno

Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio sin el permiso previo del titular de los derechos de autor.

A la memoria de mis padres.

A mi extensa y querida familia

1. El Camino Español

Dos mujeres bordaban al tibio sol de mediodía, resguardadas tras la fachada de la casa de dos pisos, construida en piedra; la mayor estaba sentada en un alto sillón de madera oscura, mientras que la más joven se había acomodado a sus pies en una silla baja. Ambas levantaron los ojos de la tarea al escuchar el galope de un caballo que se acercaba por el camino de tierra e intercambiaron unas breves palabras de sorpresa. Desde el lugar donde se encontraban no podían ver de quién se trataba, pero al poco apareció una criada para anunciarles:

—¡Alegraos, señora, pues al fin hubo noticias! ¡Llegó carta y paquete de Castilla!

—¿Dónde están? Traédmelos de inmediato —pidió la mujer mayor, levantándose agitada de su asiento y dejando caer al suelo el bastidor del bordado.

—Enseguida os los entregará Armand. Yo me he adelantado para comunicaros la buena nueva, pues no se me escapa con cuánta ansia la esperabais.

La joven también se alzó de su silla cuando vio que llegaba, casi corriendo, un hombre más bien grueso, de mediana edad y rostro afable, cargado con un bulto envuelto en una burda tela oscura y cerrado con varias vueltas de cordel lacrado.

—¿No decíais que hubo carta? —preguntó con cierta desilusión la dama mayor cuando lo tuvo cerca.

—Así es, señora —respondió Armand con una amplia sonrisa, a la vez que se sacaba del jubón un papel doblado y sellado—. Los nuevos voluntarios de los Tercios Españoles se dirigen a Flandes y han acampado cerca de Besanzón. El sargento Villamediana tenía el encargo de venir a entregaros el envío de vuestro esposo, pero avanzan a marchas forzadas y yo lo excusé de que hiciera el camino hasta aquí.

—¿Cómo está mi esposo? —preguntó la dama angustiada, mientras cogía el papel que Armand le alargaba—. ¿Sabe algún suceso el sargento?

Armand la tranquilizó:

—No os inquietéis, mi señora. Quedó sano y salvo en la corte castellana, sin ningún contratiempo digno de mención… pero os aconsejo que leáis la carta. En ella creo que hallaréis cuantas razones precisáis para serenar vuestro corazón.

La dama se dejó caer en el sillón, hizo saltar el lacre con manos temblorosas y se enfrascó en la lectura. Cuando estaba a punto de terminar, una gruesa lágrima rodó por su mejilla.

La hija, preocupada, se acurrucó a su lado:

—¿Qué sucede, mamá? ¿Son malas noticias?

La madre abandonó la carta sobre el regazo y lanzó un hondo suspiro.

—No. Las noticias son buenas, pero tu padre está muy lejos. Nacerá su hijo y no habrá vuelto —expresó con tristeza, tocándose el vientre apenas abultado.

—¿Puedo leerla? —pidió la hija, extendiendo la mano para alcanzar la carta.

—Sí. Te dedica varios párrafos. Mi buen Maxim también se interesa por vosotros —anunció a los dos criados—. No se olvida de nadie más que del hijo que va a nacer dentro de pocos meses.

—Señora —replicó la criada—. No conoce su existencia. Cuando partió para Castilla, no sabía que estabais encinta. ¿Cómo esperáis que se ocupe de él?

—Debéis advertirle —intervino Armand—. El amo ha de estar al corriente de vuestro venturoso estado. Tengo para mí que se enojará si lo mantenéis en la ignorancia de un asunto de tanta trascendencia para su casa.

La dama no contestó. Hacía casi seis meses que su esposo, el señor de Gourney, había salido de viaje aprovechando la vuelta a la Península Ibérica del capitán Jacinto de Zadava, con quien había recorrido el Camino Español hasta Génova para embarcar allí rumbo a Barcelona. Ambos hombres se habían conocido años atrás, cuando los Tercios Españoles que se dirigían a Flandes buscaron un camino por tierra que atravesara dominios imperiales al verse obligados a abandonar la ruta marítima seguida hasta entonces por el Canal de la Mancha debido al acoso que sufrían a manos de sus enemigos franceses, ingleses y holandeses. La casa solariega rodeada de viñedos de Maxim de Gourney se hallaba a varias leguas de Besanzón, capital del Franco Condado, y esta circunstancia, unida a la gran afición que profesaba su dueño por la cosmografía y la cartografía, había propiciado que muy pronto los oficiales españoles de los Tercios buscaran su colaboración para confeccionar mapas del terreno del denominado Camino Español, que comenzaba en Lombardía y atravesaba Saboya, el Franco Condado y Lorena hasta adentrarse en los Países Bajos, territorio del imperio siempre necesitado de soldados por los frecuentes levantamientos que se iban sucediendo.

El capitán Jacinto de Zadava era un militar curtido en el combate y amante de la aventura que había descrito al señor de Gourney sin escatimar detalles su proyecto de embarcarse en breve rumbo al Nuevo Mundo, del que tantas maravillas se escuchaban. Le habló de las asombrosas civilizaciones que se habían descubierto, de las riquezas sin cuento que encerraban sus tierras, y de su fauna y flora exuberantes que librarían del hambre al Viejo Mundo, tan castigado por las guerras, las sequías y la peste. Y todavía quedaba mucho por descubrir y explorar, pues según mostraba el mapa que había comprado a un cosmógrafo andaluz, había grandes extensiones denominadas Terra Incognita por encima de la América Septentrionalis y debajo de la América Meridionalis. Le mostró además unas semillas llamadas cacao que provenían de un árbol que en el Nuevo Mundo crecía silvestre y con las cuales se preparaba una bebida de sabor amargo, conocida como chocolate, cuyas propiedades vigorizantes y curativas comenzaban a reconocerse en la Península Ibérica, y otras pepitas diminutas de una hortaliza, llamada tomate, cuya sabrosa pulpa roja poseía un gusto tan agradable que resultaba difícil prescindir de ella una vez que se había probado. Le explicó asimismo que la Casa de la Contratación de Sevilla había creado una escuela de cosmógrafos, cartógrafos y pilotos por la necesidad que había de ellos para confeccionar las cartas de marear, imprescindibles para la navegación atlántica a las Indias Occidentales.

A Maxim de Gourney se le hicieron muy cortos los días que compartió con el capitán Jacinto de Zadava, y durante los meses siguientes a su partida se dedicó a estudiar con ahínco cuanto pudo obtener en Besanzón y Lyon sobre las últimas novedades de la cartografía, dedicando una atención especial a los notables hallazgos del cartógrafo flamenco Gerardus Mercator, quien había resuelto el problema de representar la superficie terrestre sobre un pliego de papel valiéndose de las proyecciones polares equidistantes, que conseguían evitar las distorsiones en la zona del ecuador. También se puso al corriente de los adelantos habidos en el instrumental marino, pues la navegación a estima o por fantasía, basada en el uso combinado de los portulanos y la brújula que se empleaba en las rutas marítimas mediterráneas, había cedido el paso a una náutica más técnica con planteamientos matemáticos, que se caracterizaba por el empleo de instrumentos de precisión como el astrolabio, las tablas astronómicas y unas cartas más minuciosas que los portulanos medievales, puesto que la navegación de altura por el imponente Atlántico, conocido como el Mar Tenebroso antes de la epopeya americana, los había vuelto imprescindibles.

Cuando consideró que estaba preparado, comunicó a su esposa Amélie la intención que tenía de ofrecer sus servicios a la Casa de la Contratación sevillana.

—Habré de pasar un examen, querida mía, para que me permitan hacer la carrera de Indias, pero espero superarlo con fortuna en poco tiempo —le explicó exultante—. Partiré solo y, una vez que me haya establecido, si las cosas me van tan bien como espero, mandaré a buscaros.

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