Notas
[1] Titulo dado en Ve necia a una especie de ministros elegidos para un periodo determinado de tiempo.
[2] Después, de Tirso de Molina: Antonio de Zamora (1714): No hay deu¬da que no se pague y El convidado de piedra; y Ramón de Mesonero Ro¬manos (1103-1882): No hay plaza que no se cumpla ni deuda que no se pague y El convidado de piedra; y cobre todo José Zorrilla (1817-1893), Don Juan Tenorio, representado desde entonces en todas las ciudades y pueblos españoles.
[3] The Libcrtine.
Varios Autores
LOS GRANDES ENIGMAS HISTORICOS DE ANTAÑO 10
Esta edición está reservada para
LOS AMIGOS DE LA HISTORIA
Sánchez Díaz, 25 —Madrid-17
© Editions de Crémille Genève
Los camisas rojas de Garibaldi
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Doña Juana la «Loca»
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¿Quién era Don Juan?
Con la colaboración de:
Jean Lanzi
Marcos Sauz Agüero
Edmond Bergheaud
Introducción
Personaje de leyenda, Garibaldi entrará en la historia, en el siglo pasado, al frente de sus gloriosos Camisas rojas. Aventurero genial, revolucionario nato, patriota ferviente, Garibaldi dirá en sus Memorias, hablando de su existencia sin reposo: «Una vida agitada, hecha de bien y mal, como pienso que es la de la mayoría de la gente. Tengo la conciencia de haber buscado siempre el bien tanto para mis semejantes como para mí mismo. Y, si alguna vez hice el mal, estoy seguro de haberlo hecho involuntariamente...»
La expedición de los Mil a Sicilia será uno de los episodios más sorprendentes de la vida movida de este político italiano, entusiasta e inocente a la vez.
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Objeto de mil y una plumas, personaje de cine, tema de estudio de profesionales de la psicopatología, la hija de los Reyes Católicos constituye un gran centro de atracción dentro de la Historia española.
Víctima del amor a su esposo Felipe el Hermoso, Doña Juana mereció ser tildada por el pueblo de «loca». ¿Locura de nacimiento? ¿Desesperanza y mutismo causados por una vid* familiarmente infeliz? Es un estudio que, entre líneas, nos aproxima al problema personal de la Reina Loca y también de la España recién unificada.
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Mentira y ardides: Don Juan no se arredra ante nada para obtener el favor de aquéllas a las que desea, ni siquiera ante el crimen con que elimina al contrincante. Habiendo, así, desafiado largo tiempo a Dios y a los hombres, don Juan será arrojado al fuego eterno,... ¿Héroe legendario o histórico, simple mito o con existencia de carne y hueso? Parece que un hecho real está en la base de las múltiples aventuras de Don Juan: Una noche, según la Crónica de Sevilla, un cierto Don Juan mató al comendador después de haberle robado a la hija... En seguida corrió el rumor de que, habiendo venido a insultar al comendador en su tumba, Don Juan fue arrastrado al infierno por la estatua de su víctima.
Tirso de Molina fue el primero que, en 1625, compuso una comedia sobre Don Juan y, después, son numerosos los escritores y poetas que han ido haciendo presente al personaje.
¿No será Don Juan más que el hombre en busca del Absoluto, incapaz de encontrar el amor, y no el cínico, encarnación del genio del mal?
Son las cuestiones que se plantea nuestro estudio.
Los camisas rojas de Garibaldi
La idea de destronar a los Borbones de Nápoles tenía poco de novedad. En 1844, y después de 1857, dos patriotas exiliados intentaron desembarcar en Salerno y en las costas de Calabria, con la intención de promover un levantamiento popular y liberar al reino de las Dos Sicilks de la dictadura de una familia extranjera.
La Historia ha olvidado fácilmente los nombres de los dos promotores de ambas empresas, que fueron dos fracasos: Bandiera y Pisacane. Pero ahora es Garibaldi quien se ha puesto a la cabeza de la expedición de Sicilia.
Estamos en 1860, cuando la potente ola de unificación que invade y sacude la península italiana se estrella hace ya decenios en los Estados del Papa, en los ducados del centro de Italia y en las vastas regiones del Norte que están bajo la autoridad del rey del Piamonte. En cambio, hasta entonces el Sur quedó aislado, a merced del capricho de unos soberanos conservadores: Femando II, el rey «Bomba», más bien autoritario, y su hijo Francisco, tan carente de personalidad que sólo se mantiene en el trono gracias a la tradición y a una policía fuerte y bien organizada. Como sea, todo el Sur quedó aparte del movimiento en favor de la unidad de la península italiana, dividida desde hace siglos en tantos Estados como ambiciones.
La expedición que preparan en Génova los exiliados sicilianos, junto con revolucionarios de las demás regiones, va a ser la campanada que anuncie el último acto del drama titulado Italia. Víctor Manuel, rey del Piamonte, y su ministro Cavour, como consecuencia de una complicada situación internacional, no intervienen en la empresa. Al rey le gustaría caucionarla, pero su ministro le aconseja prudencia.
Con todo, en la Corte de Turín cierran los ojos, cuando menos, ante lo que está ocurriendo desde hace varias semanas en los medios que entonces se llaman «de izquierda». Los voluntarios afluyen en gran número para enrolarse en la expedición de Sicilia, respondiendo al llamamiento hecho por los patriotas exiliados en el continente: el teórico Mazzini y el héroe nacional Giuseppe Garibaldi.
A los cincuenta y tres años, el general de los «Camisas rojas» pasa por momentos difíciles. Decepcionado por la vida, desengañado y desconfiando de los «políticos», a pesar de ello vuelve a emprender el servicio. Tantas aventuras han llenado su existencia, que no puede sospechar lo diferentes que fueron los anteriores intentos y esta salida de los «Mil» hacia las costas de Sicilia. Ahora, el éxito le espera al final del camino que emprende en 1860 ese revolucionario nato.
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En la noche del 5 al 6 de mayo, unas fuerzas que hoy llamaríamos de comando embarcan en los vapores Piemonte y Lombardo, anclados en el puerto de Génova. Su armador, Rubattino, está enterado de todo; pero prefiere hacer creer que los voluntarios se apoderaron de sus buques por sorpresa. Por otra parte, cuando se habló a los marineros en nombre de Garibaldi, todos estuvieron conformes en intentar la aventura.
Aparejan para Quarto, un arrabal de la ciudad, donde embarcan un millar de fusiles provistos de bayoneta, cien revólveres que el coronel Colt les envió desde Norteamérica, unas escasas municiones que proceden directamente de los arsenales Ansaldo, quinientos sables, seis cajones con calzado, veintisiete cajas de consomé, unos paquetes de fideos, una bandera, y muchas proclamas de victoria, impresas ya. No llevan un solo mapa de Sicilia: ¡en todo Génova no pudieron encontrarlo!
Para la mayoría de los mil ochenta y nueve hombres que componen el extraño ejército de Garibaldi, Sicilia aparece como algo lejano y misterioso: es la isla de Arquímedes y de los volcanes, algo casi africano. Una tierra que arde en medio del mar. Pero no les importa, porque Garibaldi está con ellos y les ha dicho que hay que ir, una vez que los patriotas sicilianos ya han tomado las armas. Esta era su proclama:
«Italianos:
»Los sicilianos luchan contra los enemigos de Italia y por Italia. Todos los italianos deben ayudarles, por medio de la palabra, del dinero, de las armas y, sobre todo, de la fuerza.
»Las desdichas de Italia tienen como origen las discordias y la indiferencia de una provincia respecto a las demás.
»La redención de nuestra patria comenzó cuando los hombres de nuestra tierra corrieron en ayuda de sus hermanos en peligro.
»¡A las armas, pues! Acabemos de una vez con las miserias de tantos siglos. Demostremos al mundo que merecemos vivir libremente en nuestro suelo, como en otros tiempos vivieron los romanos.»
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