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Leif GW Persson - La verdadera historia de la nariz de Pinocho

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Leif GW Persson La verdadera historia de la nariz de Pinocho
  • Libro:
    La verdadera historia de la nariz de Pinocho
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    2015
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La verdadera historia de la nariz de Pinocho: resumen, descripción y anotación

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LEIF GW PERSSON La verdadera historia de la nariz de Pinocho Traducción de - photo 1

LEIF GW PERSSON

La verdadera historia de la nariz de Pinocho

Traducción de
Francisca Jiménez Pozuelo

Este es un cuento perverso para adultos, y de no haber sido por Nicolás II, último zar de Rusia, sir Winston Churchill, primer ministro de Gran Bretaña, Vladímir Putin, presidente de Rusia, y Evert Bäckström, comisario de la policía judicial de Estocolmo del área suburbana de Västerort, nunca se habría producido el tema en cuestión.

En ese sentido, este es un relato sobre el resultado final y definitivo de los hechos llevados a cabo por cuatro hombres en un período de más de cien años. Cuatro hombres que nunca llegaron a conocerse y que, además, vivieron sus vidas en mundos distintos, de los cuales el mayor fue asesinado cuarenta años antes de que el más joven ni siquiera hubiera nacido.

Como tantas otras veces, independientemente de quien le acompañe y de las circunstancias, será también Evert Bäckström el que ponga fin a la historia.

LEIF GW PERSSON

Professorsvillan, Elghammar,

primavera de 2013

I
El mejor día de la vida del comisario de la policía judicial Evert Bäckström.
1

F ue el lunes 3 de junio, pero, a pesar de ser lunes y de que lo despertaron a media noche, el comisario Evert Bäckström siempre recordaría ese día como el mejor de su vida. A las cinco de la mañana en punto le comenzó a sonar el móvil del trabajo y no hubo mucho más que hacer, ya que al parecer la persona que llamaba se negaba a darse por vencida.

—Digaaa —contestó Bäckström.

—Tengo un asesinato para ti, Bäckström —dijo el oficial de guardia de la policía de Solna.

—¿A estas horas? —preguntó Bäckström—. Entonces debe de tratarse del rey o del primer ministro, ¿no?

—Mejor aún —contestó su colega sin poder ocultar la alegría.

—Te escucho.

—Thomas Eriksson —dijo el oficial de guardia.

—¿El abogado? —concluyó Bäckström sin poder ocultar tampoco su sorpresa.

No puede ser verdad, pensó. Es demasiado bueno para ser cierto.

—El mismo. Teniendo en cuenta todo lo que habéis compartido, quería ser el primero en darte la buena noticia. Fue Niemi, del grupo técnico, quien me llamó para decirme que te despertara. Así que mis más sinceras felicitaciones, Bäckström. Felicitaciones de parte de todos nosotros. Al final te has llevado el bote.

—¿Estás completamente seguro de que se trata de un asesinato? ¿De que es Eriksson?

—Niemi está seguro al cien por cien. Al parecer nuestra pobre víctima está hecha un asco, pero no hay duda de que es él.

—Intentaré soportar la pena —dijo Bäckström.

Hoy es el mejor día de mi vida, pensó al finalizar la breve conversación. Estaba totalmente despierto, con la mente clara y despejada, y un día así había que aprovecharlo al máximo, sin perder ni un solo segundo.

En primer lugar se puso la bata y fue al baño a aliviarse. Era una rutina que había establecido pronto en su vida y luego siguió con rigor. Aliviarse antes de ir a la cama y tan pronto como se levantaba, sin importarle si era o no necesario, y sin preocuparle que el entorno masculino pareciera dedicar la mayor parte de su estado de vigilia a sus atormentadas próstatas.

Toda una inyección de alta presión, pensó Bäckström satisfecho mientras se sujetaba firmemente con la mano derecha el supersalami y sentía que el nivel del líquido iba descendiendo hacia sus generosas partes inferiores. Ha llegado la hora de restablecer el equilibrio, se dijo, y terminó con un par de fuertes sacudidas al salami para exprimir hasta la última gota que hubiera podido acumularse allí durante toda una noche.

Luego fue directamente a la cocina a prepararse un desayuno en condiciones. Un montón de gruesas lonchas de tocino danés, cuatro huevos fritos, tostadas con mantequilla salada y abundante mermelada de fresa, zumo de naranja natural y una taza grande de café bien cargado con leche caliente. La investigación de un asesinato no era algo que se llevara a cabo en ayunas, y las zanahorias y el salvado de avena eran sin duda un factor que contribuía con frecuencia a que sus demacrados y bobos colegas la cagaran.

Después, saciado y satisfecho, fue al cuarto de baño, se metió en la ducha y se enjabonó por partes mientras dejaba correr el agua caliente por su cuerpo redondeado y armónicamente formado. A continuación se frotó y se secó con la toalla y acabó afeitándose con la ayuda de una navaja simple y abundante espuma. Luego se lavó los dientes con el cepillo eléctrico y para mayor seguridad hizo gárgaras con un enjuague bucal refrescante.

Por último, con loción, desodorante y las demás fragancias distribuidas por todos los lugares estratégicos de ese cuerpo que era su templo, se vistió con esmero. Traje de lino amarillo, camisa azul, zapatos italianos negros cosidos a mano y un pañuelo de seda de vistosos colores en el bolsillo de la chaqueta, como un último saludo a su querida víctima de asesinato. En un día así no había que escatimar en detalles, de modo que, en honor al mismo, sustituyó su Rolex habitual de acero por el de oro blanco que recibió por Navidad como regalo de agradecimiento de un conocido al que había tenido la oportunidad de ayudar en un aprieto de escasa importancia.

Hizo un último repaso frente al espejo del vestíbulo: el clip de oro para el dinero, con una razonable cantidad de billetes, y la pequeña funda de piel de cocodrilo con las tarjetas, ambos en el bolsillo izquierdo del pantalón; el llavero y el móvil en el derecho; el bloc de anotaciones negro con el bolígrafo en el bolsillo interior izquierdo, y su mejor amiga, la Sigge, descansando en su pistolera en el tobillo izquierdo por dentro del pantalón.

Bäckström miró con agrado lo que tenía delante. Quedaba lo más importante. Una buena dosis del whisky de malta que guardaba en la botella de cristal que había encima de la mesa del vestíbulo. Dos pastillas para la garganta que se metió en la boca en cuanto se asentó el agradable saborcillo, y un puñado más en el bolsillo lateral de la chaqueta, por si acaso.

El sol brillaba en un cielo despejado cuando salió a la calle y la temperatura alcanzaba ya los veinte grados, a pesar de que solo estaban a principios de junio. El primer día de verano de verdad, justo lo que tenía derecho a exigir en un día como ese.

El oficial de guardia de Solna había enviado de orden público un coche tintado con dos jovencitos prometedores, dos figuras escuálidas con acné, aunque al menos el que conducía entendía lo básico respecto a las rutinas protocolarias de la cadena de mando. Le abrió la puerta y corrió su asiento hacia delante para que Bäckström se pudiera sentar en el asiento trasero sin tener que ir apretado ni arrugarse los pantalones perfectamente planchados.

—Buenos días, jefe —dijo el conductor inclinando la cabeza en señal de cortesía—. Hace un día bastante bueno.

—Sí, parece que va a hacer un gran día —afirmó su colega—. Por cierto, encantado de conocerlo, comisario.

—Ålstensgatan 127 —dijo Bäckström con una inclinación de cabeza.

A continuación, para evitar más comentarios, sacó su bloc negro e hizo una primera anotación de servicio: «El comisario de la policía judicial Evert Bäckström sale de su vivienda en Kungsholmen a las 07.00 para trasladarse al lugar del crimen», escribió, pero el mensaje evidentemente no fue lo suficientemente claro, porque antes de girar y salir a Fridhemsplan los dos jóvenes volvieron a la carga.

—Una historia rara. El oficial de guardia dice que al parecer se trata de Thomas Eriksson, el abogado ese. Me refiero a la víctima.

El conductor asintió antes de volver a intervenir:

—Debe de ser bastante raro. Me refiero a que alguien asesine a un abogado.

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