JOSÉ RAMÓN ALONSO (Valladolid, 1962). Doctor por la Universidad de Salamanca. Catedrático de Biología Celular y Director del Laboratorio de Plasticidad neuronal y Neurorreparación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León.
Ha sido Rector de la Universidad de Salamanca e investigador y profesor visitante en la Universidad de Frankfurt, la Universidad de Kiel, la Universidad de California-Davis y el Salk Institute for Biological Studies de San Diego. Actualmente es Director General de Políticas Culturales de la Junta de Castilla y León.
Conferenciante invitado en universidades de España, Alemania, Suecia, Chile, Dinamarca, Argentina, Colombia, Perú, Turquía y Estados Unidos, ha publicado nueve libros y numerosos artículos científicos en las principales revistas internacionales de su especialidad. Escribe frecuentemente sobre divulgación científica y el mundo universitario en prensa española (El País, ABC, El Mundo, Expansión…).
EL SÍNDROME DEL ZOMBI
Si elaboráramos una lista de las enfermedades mentales más raras, entre las situadas en lo más alto del listado figuraría el síndrome de Cotard. Se le llama también síndrome del zombi, delirio de negación o alucinación nihilista.
El síndrome del zombi se produce cuando una persona cree que ha fallecido, que no existe, que su alma le ha abandonado y su cuerpo está pudriéndose o ha perdido un órgano vital o toda la sangre. Según V. S. Ramachandran, el síndrome de Cotard «es una enfermedad en la que un paciente afirma que está muerto, clamando que huele a carne podrida o que tiene gusanos deslizándose sobre su piel». Se ha relacionado con otros trastornos del sistema nervioso como la esquizofrenia, la depresión o el trastorno bipolar. Algunas personas con este síndrome pierden el contacto emocional con el mundo y pueden tener comportamientos suicidas porque al estar «muertos» nada cambia si ponen en peligro su vida y, por creer que ya murieron, se consideran inmortales.
El síndrome fue descrito por Jules Cotard, un neurólogo francés, en 1880. La primera paciente fue una mujer de 43 años que decía no tener «ni cerebro, ni nervios, ni pecho, ni entrañas, tan solo piel y huesos». Cotard concluyó que este trastorno era una variante de un estado depresivo exagerado mezclado con una melancolía ansiosa. Tras su descubrimiento, muchos médicos se referían a él como el «delirio de Cotard».
No se sabe cómo se inicia y parece que hay dos niveles distintos: en uno afectaría más a la imagen corporal («el cuerpo está muerto»); en el otro, a la imagen espiritual, («el paciente ha perdido su alma»). No es solo una rareza, sino que nos abre una puerta a algunos de los temas más solemnes de la Neurociencia. ¿Por qué sabes que estás vivo? La primera respuesta es mirarnos en un espejo o intentar vernos como nos ven los demás, desde fuera. Movemos una mano y nos explicamos que si podemos hacerlo, es porque estamos vivos. Pero esa información solo llega por nuestra consciencia, por los datos que nuestro cerebro recoge del exterior y el interior, y si esa integración de información, pensamientos o memoria fallase, quizá no sabríamos si estamos vivos o muertos. Cuando hablas tomando un café sobre estas «historias», te preguntan si esas personas llegan a casarse, si piensan que tienen una tumba, si van a visitarla, si se nace con este síndrome… Al mismo tiempo es interesante cómo nos afecta a los que estamos sanos y nuestra incomodidad al pensar cómo demostrar que es verdad, que no sufrimos una ilusión, que realmente estamos vivos. La consciencia de los humanos es una de nuestras capacidades más misteriosas. No sabemos dónde reside, ni cómo funciona, pero nos consta que es la única explicación de que sepamos que «yo soy yo». Y estoy vivo.
Retrato de René Descartes. [Library of Congress, Washington, D. C., USA]
René Descartes (Francia, 1596 - † Estocolmo, 1650). Autor de la famosa sentencia «cogito ergo sum» («pienso, por lo tanto existo»), es considerado por muchos el padre de la filosofía moderna; pero a veces olvidamos que fue también uno de los personajes más destacados de la revolución científica. Aplicando la primera regla de su conocido «Método» para encontrar una evidencia indubitable, Descartes defendía que debíamos eliminar todo lo que pudiera generar «duda», para lo que estableció tres peldaños: Primero citando errores de percepción de los que todos hemos sido víctimas (objetos lejanos, condiciones desfavorables…). Segundo señalando el parecido entre la vigilia y el sueño (para así ahondar de nuevo en las «falsas imágenes» mentales). Y tercero, imaginando la existencia de un ser superior —al más puro estilo Matrix—, un ser maligno capaz de manipular nuestras creencias; capaz de provocar fantasías en nuestra mente, para luego hacernos creer que son ciertas…
Las personas con síndrome de Cotard experimentan algunos cambios cerebrales y mentales llamativos: tienen una atrofia cerebral marcada en el lóbulo frontal medial, se desconectan visualmente, no tienen memoria emocional de los objetos ni del mundo que les rodea. Se piensa que en el síndrome de Cotard intervienen distintos componentes cerebrales. Además de la corteza cerebral, estaría la amígdala, relacionada con las respuestas emocionales, con las secreciones hormonales, con las reacciones del sistema nervioso autónomo asociadas con el miedo o con el llamado arousal, un término inglés de difícil traducción y que implicaría alerta, excitación, interés. La amígdala y sus conexiones con el hipocampo intervienen en el aprendizaje, la memoria y las emociones. Estas dos partes del sistema límbico colaboran con el septo y los ganglios basales. Se dice que el sistema límbico sería el centro de control de las pequeñas cosas que dan sentido y satisfacción a la vida, la región de las pequeñas alegrías. La amígdala sería el guardián de las emociones, de nuestras respuestas asociadas a ellas y de nuestra sensación favorita, la excitación, las cosas que nos hacen animarnos y estimularnos, nuestra razón preferida para estar vivos.
Los zombis ofrecen una imagen pública desastrosa. Su aspecto resulta bastante desagradable, andan con dificultad, con los brazos extendidos y haciendo ruidos guturales y su mayor interés parece ser perseguir adolescentes y jovencitas, preferentemente norteamericanas. En esto último se parecen a algunos de mis estudiantes. Pero el significado de un zombi es mucho más profundo que esas visiones planas con que nos entretienen en nuestras pantallas pequeñas y grandes. Ese ser forma parte de la cultura vudú. La palabra probablemente procede del vocablo angoleño nzambi, que significa «espíritu de una persona muerta». Los zombis son supuestamente humanos sin alma.
En las ceremonias haitianas de vudú se utiliza un «polvo zombi» que podría ser una neurotoxina poderosa que bloquea las terminaciones nerviosas, según Wade Davis, antropólogo, botánico y etnólogo de Harvard. La avispa esmeralda, Ampulex compressa, inyecta un veneno en el sistema nervioso de las cucarachas; después guía al insecto (drogado por la neurotoxina) a su madriguera, donde planta sus huevos en el abdomen de la infortunada víctima. La inyección del tóxico hace que la cucaracha no se mueva (hipoquinesia) y cambie su metabolismo para almacenar más nutrientes. Todo ello, para que cuando las larvas de la avispa nazcan tengan comida y devoren a la cucaracha que, por cierto, se mantiene viva durante todo el proceso. Esto sí que es una historia de terror y no The walking death.