Sergio Vallejo - Memorias de un bisexual
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- Libro:Memorias de un bisexual
- Autor:
- Editor:Alicia
- Genre:
- Año:2014
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Memorias de un bisexual: resumen, descripción y anotación
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MEMORIAS DE
UN BISEXUAL
Sergio Vallejo
Este libro no es apto para menores de dieciocho años.
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y prejuicios, para quienesreprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente en todo o en parte, una obra literario, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio,sin la preceptiva autorización.
A los once años, Sergio conoce a Fran, un sensible e introvertido niño extranjero, del que se hace amigo sin dudar. Con el tiempo, los dos se vuelven inseparables.
A los dieciséis, Sergio comprende que sus sentimientos por Fran van mucho más allá de la amistad y descubre que es correspondido. Sin embargo, el miedo y los prejuicios los separan muy pronto.
A los veinte, se reencuentran y comienzan una tórrida aventura, pero, en ese momento, las circunstancias no son las más propicias para que estén juntos.
“Memorias de un bisexual” es una historia sobre el primer amor, la amistad incondicional, la sexualidad, los prejuicios y la madurez.
No es frecuente, pero existen lazos de amistad tan fuertes que comienzan en la infancia o la adolescencia y se mantienen durante el resto de la vida. A mí me gusta pensar que soy afortunado porque, después de tantos años, aún conservo a mis mejores amigos del instituto: Fran, Víctor y Nerea.
Fran era un chico muy introvertido y sensible. Eso le valió convertirse en un blanco fácil para los matones del colegio que, a falta de otros pasatiempos más fructíferos, se dedicaban a meterse con él y a llamarle “maricón” constantemente. Y yo a pelearme con más de uno de esos cabezas huecas por salir en su defensa. Sus padres lo cambiaron de colegio en dos ocasiones: la primera para evitar aquel acoso constante al que lo sometían, y la segunda dos años después porque, en el nuevo instituto, se sentía incluso más solo y desprotegido, así que regresó al mío.
La vuelta de Fran coincidió con la llegada de un chico nuevo: Víctor. El azar quiso que nos sentaran por orden de lista en casi todas las clases y que a nosotros siempre nos tocase juntos. Nos caímos bien desde el primer día. Entre otras cosas porque los dos éramos bastante payasos y nos pasábamos todas las clases riéndonos de cualquier tontería. Lo cierto es que a mitad de curso ya nos habían puesto a cada uno en una esquina diferente del aula, de forma que estuviésemos lo más alejados posible. Víctor además de simpático era un chico bastante atractivo y humilde, por lo que pronto se convirtió en el objeto de deseo de todas las chicas, incluida Nerea.
Ésta se nos unió poco tiempo después. Decir que era completamente distinta a las demás chicas de clase es quedarse muy corto, parecía una mujer de treinta años encerrada en el cuerpo de una chica de dieciséis. Por alguna extraña razón, se sentía más cómoda en compañía de chicos que de sus compañeras femeninas, esto unido a que tenía una meta muy clara marcada para ese curso, ligarse a Víctor, le sirvió para ganarse las envidias y enemistades de las otras chicas. Aunque tampoco pareció importarle demasiado, nosotros tres nos habíamos convertido en sus mejores amigos y confidentes.
Debo admitir que, aunque yo no tenía intenciones “amorosas” hacia ella porque sabía que estaba interesada en mi amigo, sí que me atraía mucho y pasó a formar parte de casi todas mis fantasías sexuales.
***
Estábamos a mitad de curso, las técnicas de acoso y derribo que Nerea utilizaba con Víctor no acababan de dar los frutos deseados, para frustración de Fran y mía, que ya nos aburríamos de ver tanto intento fallido, y de la propia Nerea, que no estaba acostumbrada a que ningún miembro del sexo masculino se le resistiese.
Víctor ni ataba ni desataba, no le decía que no estaba interesado, pero tampoco terminaba de decidirse. A mí esa actitud me sacaba bastante de quicio porque daba la impresión de que estaba jugando con ella sin ningún reparo, hasta que un día terminé soltándole eso de: –¡Desde luego, hay que joderse, Dios le da pan a quien no tiene dientes…!
–Nerea me gusta, pero me da miedo… ¡A ver si te crees que todos somos como tú, que te follas todo lo que se mueve! –se defendió Víctor.
La verdad es que esa respuesta no me sorprendió demasiado. Para entonces, ya lo conocía bastante bien y sabía que era algo tímido con el sexo femenino en general. Me parecía muy lógico que una chica como Nerea le diese un poco de “cague”, y supuse que le preocupaba no estar a la altura y terminar haciendo el ridículo. Por eso, pensé que les vendría bien un empujoncito.
Lo que por aquel entonces no sabía (y no terminaría descubriendo hasta algún tiempo después) es que a Fran le gustaba yo. Ahora puede parecer algo muy obvio, hasta yo mismo me sorprendo por no haberme dado cuenta antes, pero, en aquella época, ni tenía la total certeza de que Fran fuese realmente gay, ni tampoco podía imaginarme a mí mismo en ningún tipo de relación sentimental o sexual con otro hombre (y mucho menos con mi amigo de la infancia).
La única que lo intuyó fue Nerea (como ella misma me comentaría, entre risas, muchos años después), y no precisamente porque Fran se lo hubiese contado, puesto que él mantenía su orientación sexual en el más riguroso secreto. El caso es que mi amiga tuvo la misma idea que un servidor, la de darnos un empujoncito a nosotros, quizá porque veía algo en mí de lo que ni yo mismo me había dado cuenta todavía.
Nosotros cuatro teníamos por costumbre quedar en un parque de Vigo los sábados por la tarde. Nos llevábamos tabaco y algunas cervezas, y pasábamos el día hablando y riéndonos de cualquier tontería. Por supuesto, no éramos los únicos, mucha gente del instituto hacía lo mismo. Algunas veces, nos juntábamos todos, pero, ese día en concreto, estuvimos todo el tiempo apartados de los demás. No me acuerdo muy bien cómo empezó la historia, sé que yo estaba intentando liarlos a ellos y, un rato después, Nerea me retaba a que besase en la boca a mis amigos. Fran puso cara de circunstancias y Víctor se rió de la ocurrencia.
–¡Vale! Yo lo hago si después tú nos besas a nosotros –le propuse y ella aceptó.
Con Víctor fue una broma, no paraba de darnos la risa y no éramos capaces. Al final, se quedó en un leve roce con las bocas cerradas, mientras hacíamos esfuerzos sobrehumanos por contener las carcajadas. Pero lo de Fran fue otra historia muy distinta. Ahora me doy cuenta. Él me miraba fijamente y no se reía para nada, y a mí tampoco me hacía ninguna gracia. Nos dimos un beso dulce e inocente, sin lengua, pero que duró algo más de lo que el experimento requería y me dejó con una sensación muy poco rara en el cuerpo, la cual no comprendería hasta varios meses después. Por su parte, Nerea cumplió su palabra y nos besó a los tres, dejando a Víctor para el final, al que le plantó un morreo en toda regla con el que ya no tuvo más escapatoria.
Un rato después, nos dimos cuenta de que varios conocidos del instituto habían estado siguiendo toda la jugada, y algunos hasta empezaron a aplaudirnos y a silbar. Lo de los besos del parque fue un bombazo en clase. El cotilleo corría como la pólvora y nos salvamos porque, en aquella época, aún no había tantos móviles con cámara como ahora, sino todavía seguiríamos colgados en el “youtube”.
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