Annotation
Isidro Rawson trabaja en el Ministerio del Interior. Debe informar sobre los “portales sonoros” que surgen a diario, por decenas, en la ciudad. A través de ellos se escucha lo que sucede en cualquier otro punto de la inmensa urbe. El gobierno, convencido de que su control es vital para la seguridad nacional, levanta actas en las que se detalla todo lo que se escucha a través de los portales. Isidro ve con ojos críticos a ese Estado tan poderoso como torpe, que todo lo vigila sin saber para que, pero su apatía de burócrata le dificulta dejar atrás la complicidad con ese orden que detesta.
Santiago Ambao
Burocracia
G A D I R
© Santiago Ambao
Derechos exclusivos de edición reservados para todo el mundo:
© 2010 Gadir Editorial, S.L.
Jazmín, 22 — 28033 Madrid
www.gadireditorial.com
© de la ilustración de cubierta:
Ernst Ludwig Kirchner, Un grupo de artistas , 1926-27
Diseño: Gadir Editorial
ISBN: 978-84-96974-50-0
Depósito legal: M-41194-2010
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio o procedimiento mecánico, electrónico o de otra índole, sin la autorización previa del editor.
Esta novela ha obtenido el Premio Joven 2009 de Narrativa de la Fundación General de la Universidad Complutense de Madrid que otorgó el Jurado compuesto por Andrés Sorel, Luis Mateo Díez, Antonio Gómez Rufo, Almudena Grandes, José María Merino, Rosa Regás y Javier Santillán.
Burocracia
Inspección General de la Nación
Transcripción tomada en el portal sonoro sito en el zaguán del albergue transitorio Mimos, ubicado en el número 134 de la calle 7. Informe solicitado por la Secretaría de Planificación.
Calificación: interés elevado (terroristas potenciales)
Sujetos participantes:
—Registro N° 00F32335
—Registro N° 00R12989
Día de transcripción: 03 de noviembre del 007 D.P.
Hora de transcripción: 15:47 hs.
SONIDO DE GRAMÓFONO
SOLO DE TROMPETA. JAZZ
SONIDO DE GRAMÓFONO
SOLO DE TROMPETA. JAZZ
#00F32335:
Lo que quieras, pero todo esto es una terrible boludez. Hay que ser idiota para andar espiando a cualquiera, sin saber quién es o por qué se lo espía. Así no se le da seguridad a un país.
#00R12989:
Deberías tener más cuidado, no sabés quién puede estar escuchando esta conversación.
#00F32335:
Si hay alguien escuchando, ni siquiera sabrá quién soy. Estará ahí, transcribiendo mis palabras, llenando hojas y hojas de informes que van a terminar metiéndose por el ojete.
#00R12989:
Lo mismo deberías ser más precavido. La semana pasada se chuparon a un colega que debía nueve meses de impuestos. Lo ubicaron gracias a una escucha.
SILENCIO
SILENCIO
SUENA UN FLATO
SILENCIO RISAS
RISAS RISAS
I
FUENTES VIVAS,
FUENTES MUERTAS
Hipótesis de trabajo n° 256:
Dios existe, pero no se involucra.
El aviso apenas si le dio tiempo de recoger el maletín con el instrumental. Ni siquiera se tomó un café. Fichó, fue por el equipo y salió con Leopoldo. Dos agentes robustos e inexpresivos les esperaban en la calle. En cuanto subieron a la patrulla, Leopoldo le explicó la situación: allanarían el domicilio de una mujer de ochenta y dos años. Ella vivía sola, gozaba de buena salud aunque estaba un poco sorda. Un vecino había denunciado el portal sonoro esa misma mañana. La mujer estaba en infracción.
Tal vez la sordera, argumentó Isidro de mal humor, justificaba que no hubiese declarado la existencia del portal.
Como única respuesta, Leopoldo lo miró con la boca entreabierta.
Isidro lanzó un bostezo. Llevaba la corbata floja y el pelo revuelto. En el asiento trasero de la patrulla, sus piernas parecían descansar casi en posición fetal. Una barba de dos días cubría sus rasgos afilados.
Treinta minutos después, la patrulla se detuvo frente a un edificio. En cuanto bajaron, Isidro le preguntó a Leopoldo para qué habían salido con dos agentes, si en el departamento vivía una vieja inofensiva.
—Es el procedimiento en casos de infracciones —respondió Leopoldo mientras se encogía de hombros.
Isidro se mordió el labio inferior, miró a su compañero un instante. Asintió con un gesto vago y mandó a uno de los agentes esperar abajo. Al otro le ordenó subir con ellos. Antes de dar el primer paso, le dijo:
—Pero estáte tranquilo y no me hagas escenitas. Tampoco es cuestión de pegarle a la vieja el susto de su vida.
El agente asintió.
Subieron por la escalera. El agente le pisaba los talones a Leopoldo; su mano derecha reposaba sobre su arma reglamentaria: una Mágnum 44 capaz de despegarle a la anciana la cabeza del cuerpo. Isidro los seguía a varios metros de distancia.
En el tercer piso, Leopoldo indicó con un gesto que habían llegado. Avanzó por el pasillo y señaló una puerta. El agente sacó su arma, le quitó el seguro. Mientras apuntaba al suelo, formando con su brazo rígido y su cuerpo un ángulo de cuarenta y cinco grados, golpeó la puerta dos veces. Con un grito se identificó como policía.
Isidro se le acercó y le puso una mano en el hombro.
—Guardá la pistolita, pibe. Si podría ser tu abuela.
Leopoldo intervino:
—Señor, el procedimiento es rotundo en los casos de infracciones: se da el aviso y si en cuarenta y cinco segundos no hay respuesta, se entra.
—No me rompas mucho los huevos con el procedimiento. Y no me digas «señor», que hace casi un mes que trabajamos juntos.
—Perdón.
—Y tampoco me pidas perdón a cada rato. Tratame con menos respeto o te suspendo.
Leopoldo asintió mientras bajaba la cabeza. Isidro agregó:
—Aparte, no va a ser tan fácil que abra.
—¿La volteo? —preguntó el agente dando un paso hacia atrás.
—No, esperá. Según el informe es medio sorda. Hace falta paciencia, nomás. Dejame a mí.
El agente dio un paso al costado.
—Y guardá el bufoso de una vez, haceme el favor, que se te va a escapar un tiro.
El agente obedeció. Isidro golpeó.
No hubo respuesta.
—¿Cómo se llama? —preguntó Isidro.
Leopoldo buscó entre los papeles de una carpeta gris.
—Delia.
Isidro golpeó una vez más mientras la llamaba por su nombre.
—Puede que no esté —dijo Leopoldo.
De otro departamento salió una mujer gorda de mediana edad; llevaba pantuflas y una bata floreada. Isidro le explicó que trabajaban para la Inspección General, le preguntó si conocía a la señora Delia. La mujer dijo que a esa hora Delia siempre estaba en casa. Isidro agradeció y golpeó más fuerte. La puerta se entornó.
—¿Señora Delia?
La mujer entrecerró los ojos mientras una mueca le atravesó la cara.
—¿Es usted la señora Delia? —repitió Isidro, levantando la voz.
Ella asintió.
—Somos de la Inspección General, necesitamos pasar.
—No, no, no —respondió, temerosa.
El agente llevó la mano hasta su arma y, sin sacarla del todo de la funda, la sujetó mientras le quitaba el seguro.
—¡Pero esperá, carajo! —le gritó Isidro—. Y ponele el seguro que te vas a lastimar.
—¿Qué quieren? —preguntó la señora.
—Necesitamos registrar el departamento, si nos deja pasar le explicamos.