Para Irene Hildegard
A GRADECIMIENTOS
El trabajo intelectual no puede concebirse como una actividad solitaria: requiere del intercambio de ideas y puntos de vista. Plantea un excitante recorrido a través de culturas, historias y circunstancias que han marcado indeleblemente la memoria del género humano. El estudio de las intolerancias de nuestro tiempo obliga a un recorrido por la historia de la humanidad que es, evidentemente, también la historia de la inhumanidad. La reflexión y el desdoblamiento analítico que implica analizar estos fenómenos, obliga, como sostenía el gran sociólogo estadunidense Robert Merton, a “colocarse en las espaldas de los gigantes”, por lo que muchas instituciones y personas han contribuido a que las tesis esbozadas en este libro vean la luz. Entre las primeras destacan la Fundación Luigi Einaudi de la ciudad de Turín y el Centro Stephen Root de Estudios contra el Racismo de la Universidad de Tel Aviv, así como las oficinas en México de Amnistía Internacional y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Todas ellas, en sus posibilidades, pusieron con generosidad a mi disposición información, publicaciones, contactos y, de contar con ellos, sus acervos bibliográficos. Entre las segundas quisiera mencionar en primer lugar al gran maestro de la filosofía política italiana, Norberto Bobbio, pionero en las reflexiones teóricas acerca de los prejuicios, estereotipos y estigmas colectivos y de su consiguiente intolerancia, cuyos consejos y útiles orientaciones permitieron al autor de estas líneas entender muchos dilemas que aún enfrentan las democracias menos imperfectas de nuestro tiempo. La desaparición del profesor Norberto Bobbio dejó un hueco que será muy difícil de llenar en el análisis de estos problemas. Quisiera recordar al maestro Alain Touraine, intelectual refinado y creativo estudioso de la relación entre igualdad y diferencia, cuyas agudas observaciones estimularon enormemente mis estudios sobre el valor ético de la tolerancia y de su inevitable contraparte: el fenómeno de las intolerancias. Recuerdo también al doctor Jeffrey C. Alexander de la Universidad de Yale cuyas sofisticadas e innovadoras contribuciones a la sociología cultural y a la construcción simbólica de la diferencia en la sociedad civil recorren este libro. Un agradecimiento especial al doctor Michel Wieviorka, director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, quien me ayudó a problematizar el tema de la “concepción federativa de las intolerancias”. El profesor Wieviorka es uno de los intelectuales más escuchados de nuestro tiempo y sus contribuciones al estudio de la diferencia cultural, los espacios del racismo y la violencia son imprescindibles. Agradezco a Judit Bokser y a Daniel Liwerant y, por su conducto, a Tribuna Israelita por haber hecho posible la realización de un viaje de estudios para visitar los campos de concentración y exterminio establecidos por los nazis en Polonia y Alemania, de la misma forma como facilitaron el intercambio de experiencias de investigación con distinguidos profesores de la Universidad Hebrea de Jerusalén. También debo mencionar al grupo de trabajo que asistió a la Tercera Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia que se celebró en el 2001 en Durban, Sudáfrica. La participación en la conferencia intergubernamental y en el Foro Mundial Alternativo contra el Racismo, promovido en paralelo por las organizaciones de la sociedad civil de más de 150 países representó un ejercicio práctico de diálogo intercultural y de intercambio académico en la definición de estrategias para promover la lucha contra las nuevas intolerancias. La presente obra se benefició grandemente de estos intensos debates. Otras personas de quienes aprendí mucho son Rocío Culebro Bahena, secretaria técnica de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, Christian Rojas de la Comisión para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres en Ciudad Juárez, Sylvia Aguilera de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, Miguel Concha Malo del Centro de Derechos Humanos “Fray Francisco de Vitoria” y Edgar Cortez del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, todos ellos incansables defensores de los derechos humanos, con quienes discutí diversos aspectos de las modernas intolerancias y de la discriminación. También agradezco a los colegas Sergio Aguayo, Clara Jusidman y Miguel Sarre con quienes mantuve un intenso diálogo intelectual y político a propósito de la integración del “Diagnóstico sobre la Situación de los Derechos Humanos en México” que realizamos durante el 2003 por mandato de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Muchas de las ideas expresadas en esta obra surgieron de amigables intercambios mantenidos en distintos momentos con estos y otros especialistas como Emilio Álvarez Icaza, Guadalupe Morfín, Santiago Corcuera, Daniel Cazés, Elena Azaola, Patricia Galeana, María de los Ángeles Gónzalez Gamio, Silvia Isabel Gámez, Laura Baca Olamendi, Christian Courtis, Reneé Dayán Shabot, Enoé Uranga, Patricia Reyes Espíndola, Vanessa Bauche, Consuelo Sáizar, Rossana Fuentes-Berain y Pilar Noriega quienes en diferentes momentos y coyunturas me ofrecieron generosa y apasionadamente ideas, comentarios y observaciones en torno a los temas que aborda esta obra.
La Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales ( FLACSO ), en su sede académica de México, brindó a esta investigación todo el apoyo posible así como el espacio para la imprescindible discusión interdisciplinaria e interinstitucional. Sobra decir que las opiniones aquí expuestas son entera responsabilidad del autor.
Camino al Ajusco, verano 2004
I NTRODUCCIÓN
A lo largo del siglo XX , el mundo ha conocido profundas transformaciones que hacen imposible una lectura simple, unidimensional, de su evolución. Por una parte es posible subrayar el formidable desarrollo económico y científico que hemos alcanzado, el éxito creciente de la idea de democracia, el progreso de la circulación de las mercancías y de las ideas, así como de las personas. Y por otro lado, no es posible olvidar los no menos formidables ecos del siglo del odio, la barbarie totalitaria, los genocidios, el progreso de los fundamentalismos en todos los géneros, sin hablar de las manifestaciones más extremas de la dominación y la exclusión social.
Es esta cara oscura del siglo XX la que ha escogido explorar Isidro Cisneros, un observador sistemático, mitad historiador, mitad filósofo, quien ha adoptado una noción clave y federativa de la intolerancia.
Una primera cualidad de este enfoque es que no contiene una definición unívoca, o demasiado teórica, de la intolerancia que ha marcado el siglo pasado. El fenómeno, en efecto, se observa, muy concreta, e históricamente, y dentro de numerosos campos y registros. No es sólo una constante moral, la figura del mal, sino un conjunto diversificado de conductas políticas, económicas, sociales y culturales.
El balance que propone Isidro Cisneros provoca consternación, y su cuadro está bien diseñado. Así, a pesar de Auschwitz, y después del proceso de descolonización, el racismo no sólo no ha declinado sino que se ha reinventado, relanzado, desviándose de sus formulaciones más frustradas para hacerse más y más sutil, y cultural, “diferencialista”, al decir de los expertos. Después del genocidio de los armenios, y del de los judíos, la conciencia universal no ha sabido impedir otras formas de barbarie demasiado próximas en Camboya, América Central, la exYugoslavia o dentro de África en los Grandes Lagos. Y a pesar del progreso económico, el aumento impresionante de la producción, el crecimiento, el progreso científico y técnico, nuestro planeta es el teatro de injusticias escandalosas. Las desigualdades son más espectaculares que nunca, la explotación de los más débiles confina a la negación de los más elementales derechos del hombre, y las modalidades contemporáneas de la dominación social parecen volver a las de la naciente era industrial, cuando el movimiento obrero, balbuceante, buscaba su camino en medio de las peores expresiones de la opresión social —trabajo de las mujeres y de los niños, ausencia total de protección social, higiene deplorable, regreso de la miseria, etcétera. Como si, después de un siglo de conquistas obreras, hubiera llegado la época de la regresión. Lejos, muy lejos, atrás. Los “nuevos esclavos” de los que habla Cisneros no son más favorecidos que los antiguos. Además, si su situación es dramática, ésta no debe ocultar otros dramas: los de la total exclusión, pero también de la enorme precariedad, dicho de otra manera, los que afectan a las personas y los grupos que no tienen las mismas oportunidades, si se quiere decir, de ser sobrexplotados, que son, mejor dicho, excluidos, rechazados, ubicados fuera de la sociedad, fuera de los informes sociales y, más allá, fuera de la modernidad, despreciados por un mundo egoísta que olvida los bellos valores de la fraternidad y la solidaridad.
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