Parinaud Andre - Confesiones Inconfesables De Salvador Dali
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Confesiones Inconfesables De Salvador Dali: resumen, descripción y anotación
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CONFESIONES INCONFESABLES
DE SALVADOR DALÍ
Recogidas por André Parinaud
Título original : Comment on devient Dalí
París 1973
Traducción : Ramón Hervás Marco
1. INTRODUCCION
Este libro es un relato daliniano, y si el héroe, Dalí, se expresa en primera persona, es una simple
cuestión de estilo. Dalí, cuando habla en francés, jamás dice je (yo) sino jeu (juego). Porque Dalí es
el sí y el no, la contradicción misma, el desafío. Cuando Dalí dice «yo», no es Dalí quien habla, sino
un Dalí posible que yo distingo y oigo entre los otros mil que él encarna.
Si Nietzsche hubiese conocido a Dalí, lo habría tomado como prototipo de su superhombre (su Za-
rathustra). Por su voluntad de poder, la continua superación de sí mismo, la hiperlucidez, el desafío
permanente a la muerte, a la moral, al establishment y a los hombres. La historia, según el
testimonio que de ella tenemos en la literatura o en la tradición, contiene pocos ejemplos de una
existencia que se afirme tan sin ambages en sus más extremadas exageraciones, y de una inteligencia
que llega hasta el paroxismo del delirio lúcido. El fenómeno Dalí es ejemplar en más de un aspecto:
como artista es inmenso, como psicólogo es un filón prodigioso, como intelectual es enciclopédico.
Nuestro hombre es fascinante, y su triunfo es glorioso. Tras veinte años de estrechas relaciones, sigo
tan interesado por él como el primer día.
Dalí está en un gran momento de su vida y la observa con ojo imperial para juzgarla. En Figueras
tiene ya su museo. Su renombre es uno de los mayores alcanzados por un artista vivo. Pero él sigue
siendo el enamorado de Gala, el catalán apasionado, el surrealista paranoio-crítico, el ser más
dispuesto a gozar de la vida.
Salvador Dalí ha revelado ya, en diversas obras, fragmentos de sus recuerdos y de sus ideas;
innumerables interviús han esparcido el confeti de sus reflexiones sobre la actualidad. Pero es la
primera vez que, en conjunto, se reúnen todos los elementos de una existencia apasionante para
reflexionar sobre ellos, separar la paja del grano, encontrar su clave y gustar su fuerte sabor.
Ciertamente no hay etiqueta alguna que pueda definir a Dalí, ni siquiera la del surrealismo. Se
requeriría mucha presunción para encerrar en una sola persona, en un solo estilo, en una versión, a
un personaje tan excepcional y pretender cristalizar su lenguaje inimitable. Sin embargo, hemos
querido, en varias ocasiones, recoger la palabra precisa o la expresión original de Dalí que encon-
traremos entre comillas y en letra negrita, al final de cada capítulo.
He intentado seguir los jalones y la filiación del «maravilloso» pensamiento daliniano a través de
sus escritos, sus recuerdos, el testimonio de sus conocidos y de sus amigos. Para situar las
expresiones dalinianas en su contexto y en sus referencias, nos hemos servido de conversaciones con
él, con el magnetófono sobre la mesa y micrófono en mano, y toda
suerte de técnicas analíticas.
Para Dalí, las fechas y los hechos no son sino ocasiones para trascender el presente y crear el
porvenir según los principios de su método paranoiocrítico, que permite vivir varios presentes en
una misma situación o suscitar tantas imágenes diferentes como su capacidad imaginativa le sugiere.
Hemos comprobado con la mayor precisión los acontecimientos de su sorprendente existencia, pero
sabiendo que lo esencial no estaba tanto en la veracidad del detalle como en la visión profunda de un
proceder y un el análisis que esclarece este destino fuera de serie.
El personaje público que conocemos es algo así como la parte visible de un iceberg. Yo deseo que,
al leer este relato de la aventura de su vida, se comprenda el interés de la prodigiosa experiencia hu-
mana y la admirable serie de recetas psicológicas que revela este caso único y genial.
ANDRÉ PARINAUD
I
COMO VIVIR CON LA MUERTE
Yo, Dalí, quiero que mi libro comience con una evocación de mi propia muerte. No por amor
a la paradoja, sino para hacer comprender la originalidad genial de mi voluntad de vivir.
Yo vivo con la muerte desde que sé que respiro, y ella me mata con una voluptuosidad fría
sólo comparable a mi lúcida pasión por sobrevivirme a cada minuto, a cada segundo infinitesimal de
mi conciencia de ser. Esta tensión continua, obstinada, feroz, terrible, constituye toda la historia de mi
búsqueda.
Mi juego supremo es imaginarme muerto, devorado por los gusanos. Cierro los ojos, Y con
increíbles detalles de una precisión absoluta y escatológica, me veo mordido y deglutido lentamente
por un hervidero infernal de larvas grandes y verduscas que se alimentan con mi carne. Se instalan en
mis órbitas tras haber roído mis ojos y atacan mi cerebro con glotonería. Las siento sobre mi lengua,
babeantes de placer al morderme. Bajo las costillas, son como un aire que agita mi tórax mientras sus
mandíbulas destruyen la arácnea red de mis pulmones. Mi corazón, por su parte, resiste un poco,
quizá por aquello de guardar las formas; siempre me ha servido con fidelidad y abnegación. Ahora es
como una gran esponja empapada de pus, que de pronto estalla y se derrama en un magma en el que
se agitan gruesos gusanos blancos. Después es mi vientre, pútrido, pestilente, el que revienta como un
globo lleno de carroña, estercolero agitado por los movimientos de su vida subterránea. Suelto un
cuezco por última vez, como un viejo volcán, y me disloco en un desgarramiento de carnes y huesos
que estallan bajo la presión de los gusanos que saborean golosamente mi médula. Este ejercicio
constituye un útil entrenamiento al que me someto desde que era niño.
El más antiguo recuerdo daliniano
Yo he vivido la muerte antes de vivir la vida. Mi hermano murió a causa de una meningitis, a
la edad de siete años, tres antes de mi nacimiento. Mi madre se trastornó hasta lo más hondo de sí
misma. La precocidad de este hermano, su genio, su gracia, su belleza, eran para ella otros tantos
motivos de exaltación. Su desaparición fue un golpe terrible del que nunca se recobró. La
desesperación de mis padres se calmó con mi nacimiento, pero su tristeza impregnaba todas las
células de su cuerpo. En el vientre de mi madre yo sentía ya su angustia. Mi feto se bañaba en una
placenta infernal, y esta angustia no me ha abandonado jamás. Los rastros de este hermano mayor
muerto, los fui encontrando a medida que se despertaba mi sentido de observación -vestidos, retratos,
juguetes-, y en la memoria de mis padres dejó unos recuerdos afectivos imborrables. Esa continua
presencia de mi hermano muerto la he sentido a la vez como un traumatismo -como si me robaran el
afecto- y un estimulo para superarme. Desde entonces mis esfuerzos tenderían a reconquistar mis
derechos en la vida, en primer lugar provocando la atención, el interés constante de mis familiares
hacia mí, mediante una especie de agresión constante.
Van Gogh se volvió loco por la presencia de un doble, muerto a su lado1. Yo, no. Yo siempre
he sabido contener y dominar todos mis recuerdos, aun los más atroces; tanto, que me acuerdo incluso
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