• Quejarse

Yoav Blum - Artífices del azar

Aquí puedes leer online Yoav Blum - Artífices del azar texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Alianza Editorial, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Yoav Blum Artífices del azar
  • Libro:
    Artífices del azar
  • Autor:
  • Editor:
    Alianza Editorial
  • Genre:
  • Año:
    2018
  • Índice:
    5 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 100
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Artífices del azar: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Artífices del azar" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

¿Y si la bebida que acabas de tirar, el tren que acabas de perder o el boleto de lotería que acabas de encontrar no fuera un suceso fortuito? ¿Y si este suceso formara parte de un plan mayor? ¿Y si no existiesen los encuentros casuales? ¿Y si unos desconocidos decidieran nuestro destino? ¿Y si estuvieran planeando incluso el destino del mundo? Dan, Emily y Eric son artífices del azar, miembros de una organización secreta dedicada a crear coincidencias. Estos sucesos en apariencia aleatorios son, en realidad, cuidadosamente orquestados y puestos en marcha por los artífices del azar para desencadenar cambios importantes en la vida de sus objetivos: futuros amantes, científicos a punto de realizar un descubrimiento y atormentados artistas faltos de inspiración. Un día, Dan recibe la misión de mayor nivel que jamás ha visto, y que resultará ser la coincidencia más complicada y peligrosa que ha tenido que organizar. Esto cambiará las vidas de los tres artífices del azar y les enseñará la auténtica naturaleza del destino y el libre albedrío y el verdadero significado del amor.

Yoav Blum: otros libros del autor


¿Quién escribió Artífices del azar? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Artífices del azar — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Artífices del azar " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

El azar no existe Dios no juega a los dados Albert Einstein Einstein deja - photo 1

El azar no existe. Dios no juega a los dados.

Albert Einstein

Einstein, deja de decirle a Dios qué hacer con sus dados.

Niels Bohr

Extracto de
INTRODUCCIÓN A LA CONSTRUCCIÓN DE CASUALIDADES , Parte I

Mirad la línea del tiempo.

Por supuesto, solo es una ilusión. El tiempo es espacio, no una línea.

Pero para nuestros propósitos, mirad la línea del tiempo.

Observadla. Advertid que, en ella, cada acontecimiento es tanto causa como efecto. Tratad de localizar su punto de partida.

No lo habréis conseguido, por supuesto.

Cada ahora tiene un antes.

Este parece ser el problema primordial, a pesar de no ser el más evidente, con el que nos toparemos como artífices del azar.

Por lo tanto, antes de estudiar la teoría y la práctica, antes de las fórmulas y estadísticas, antes de empezar a construir casualidades, comencemos con el ejercicio más simple.

Volved a mirar la línea del tiempo.

Encontrad el punto justo, poned encima el dedo y simplemente decidid que este es el comienzo.

1

También aquí, como siempre, la sincronización lo era todo.

Cinco horas antes de ponerse a pintar la pared sur de su apartamento, cosa que había hecho ya doscientas cincuenta veces, Dan estaba sentado en la pequeña cafetería tratando de tomarse el café con deliberada lentitud.

Tenía el cuerpo un poco inclinado hacia atrás, apoyado en una posición que supuestamente debía reflejar una calma engendrada por muchos años de autodisciplina, y sostenía suavemente entre los dedos la tacita de café, como si fuera una caracola preciosa. Con el rabillo del ojo seguía el avance del segundero en el gran reloj colgado por encima de la caja. Como siempre, en los últimos minutos antes de la cuenta atrás, volvió a descubrir la frustrante sensación de tener conciencia de su respiración y de los latidos de su corazón, que de vez en cuando vencían al tic-tac de los segundos formales.

La cafetería estaba medio llena.

Paseó la mirada entre las personas y mentalmente volvió a ver las telarañas que atravesaban el aire, los hilos delgados e invisibles que las conectaban.

Frente a él, al otro extremo, una joven de cara redonda apoyaba la cabeza en el cristal de la ventana, dejando que la música producida por los alquimistas del marketing, especializados en el romanticismo de adolescentes ingenuas, le inundara las ideas a través de los finos cables de los auriculares. Los ojos cerrados, las facciones relajadas: todo indicaba una especie de serenidad. Dan no sabía lo suficiente de ella para determinar si aquello era serenidad. En ese momento la joven no formaba parte de la ecuación. No debía formar parte de ella, sino ser solamente su zumbido.

En la mesa de enfrente, una pareja intentaba tímidamente, en una primera o segunda cita, abrirse camino en lo que tal vez era una conversación amistosa, o una entrevista de trabajo para el puesto de pareja, o una tranquila guerra de agudezas, camuflada con sonrisas y miradas, desviadas de vez en cuando para evitar la mutua contemplación que pudiera crear una falsa sensación de intimidad. De hecho, la pareja era una especie de prototipo de relación demasiado apresurada, de las que giran nerviosas sobre sí mismas y proliferan sin que importe hasta qué punto el mundo intente evitarlas.

Un poco más allá, en la esquina, un estudiante estaba todavía ocupado en borrar de su pecho el rostro de un viejo amor, ante una mesa repleta de papeles cubiertos con una caligrafía densa, mirando el tazón de chocolate, inmerso en una ensoñación sueño disfrazada de concentración académica. Dan ya conocía su nombre, su historial clínico, su historia emocional, sus reflexiones, sueños y pequeños miedos. Todo lo tenía archivado, en alguna parte… Todo lo que supuestamente debía saber para adivinar las posibilidades y tratar de ordenarlas según las complejas estadísticas de causas y efectos.

Finalmente, dos camareras esbeltas, de mirada cansada, pero que de algún modo seguían sonriendo, mantenían una intensa conversación en voz baja junto a la puerta cerrada de la cocina. Una dirigía la conversación. La otra escuchaba, asentía de vez en cuando y daba señales de vida, como indica el protocolo predeterminado del te escucho, pero parecía estar pensando en otras cosas.

También su historia le era conocida. O por lo menos así lo esperaba.

Dejó la taza de café y comenzó la cuenta atrás mental.

Faltaban diecisiete minutos para las cuatro de la tarde, según el reloj de encima de la caja.

Sabía que el reloj de cada uno de los presentes marcaría una hora algo distinta. Medio minuto antes o después daba igual, en realidad.

La verdad es que las personas no se distinguen unas de otras solamente por el lugar. También se manejan en tiempos distintos, en cierta medida se mueven dentro de una burbuja temporal que les es propia. Parte de la cuestión de este trabajo, como había dicho el General, era lograr que los tiempos se encontraran sin que pareciera artificial.

Dan no tenía reloj. Se había dado cuenta de que no lo utilizaba. Era tan consciente del tiempo que no lo necesitaba.

Siempre le había gustado esa sensación cálida, que le invadía casi hasta los huesos, durante el último minuto de la cuenta atrás antes de una misión. La sensación de estar a punto de tocar con un dedo la Tierra, o el cielo, y desplazarlos un poco. El conocimiento absolutamente personal de estar desviando de su órbita regular y conocida cosas que un segundo antes se movían en una dirección completamente distinta, y de ver cómo se creaba algo nuevo. Como un artista que pinta paisajes enormes y complejos, pero sin pincel ni pintura, simplemente haciendo girar precisa y delicadamente un gran caleidoscopio.

«Si yo no existiera —había pensado más de una vez—, tendrían que inventarme. Deberían hacerlo.»

Miles de millones de movimientos de dedo como ese se dan a diario, se comunican, se anulan, se acomodan en una danza tragicómica de futuros posibles, y ninguno de ellos conmueve a sus propietarios. Y él, con una simple decisión, ve el cambio que está a punto de producirse, y entonces lo ejecuta. Con elegancia, con calma, de forma tan confidencial que, aunque se descubra, nadie podrá creer lo que tiene detrás. Y aun así, antes siempre se estremece un poco.

«Ante todo —les había dicho el General—, sois agentes secretos. Solo que los otros son, en primer lugar, agentes, y después, también secretos, pero vosotros sois ante todo secretos y, en cierta medida, también agentes.»

Dan respiró profundamente y todo empezó a suceder.

La joven de la mesa de enfrente se movió un poco mientras una canción terminaba y empezaba otra. Acomodó la cabeza en el cristal de la ventana, abrió los ojos y miró hacia fuera.

El estudiante sacudió la cabeza.

La pareja que conversaba se puso a reír un poco incómoda, como si en el mundo no hubiera otras risitas.

El segundero ya había dado un cuarto de vuelta.

Dan exhaló un poco de aire.

Se sacó la cartera del bolsillo.

Justo a tiempo, una orden corta y tajante separó a las dos camareras y mandó a una a la cocina.

Dejó un billete sobre la mesa.

El estudiante empezó a recoger sus papeles, todavía lento y pensativo.

El segundero llegó a la mitad del recorrido.

Dan dejó la taza, aún medio llena, exactamente a dos centímetros del borde de la mesa, encima del billete. Cuando la manecilla del reloj alcanzó los cuarenta y dos segundos, se levantó y saludó con la mano a la camarera que se había quedado fuera de la cocina, con un ademán que denotaba a la vez agradecimiento y despedida.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Artífices del azar»

Mira libros similares a Artífices del azar. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Artífices del azar»

Discusión, reseñas del libro Artífices del azar y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.