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—H menos siete minutos y treinta segundos —dijo una voz robótica—. Brazo de acceso al orbitador retraído.
George tragó saliva y ajustó el trasero en el asiento del comandante del transbordador. Por fin había llegado el momento. Ya no podía bajar de la nave. Faltaban pocos minutos —que pasaban muchísimo más rápido que los interminables de la última clase en la escuela— para que dejara atrás el planeta Tierra y saliera disparado hacia el cosmos.
Ahora que ya habían retraído el brazo de acceso al orbitador, que hacía de puente entre su nave y el mundo exterior, George sabía que había perdido su última oportunidad de echarse atrás.
Aquella era una de las últimas etapas antes del despegue. Significaba que las escotillas de conexión se estaban cerrando. Y no solo eso: se estaban sellando. Ahora, aunque golpeara las escotillas y rogara que lo dejaran salir, ya no habría nadie al otro lado que pudiera oírlo. Los astronautas estaban a solas con su poderosa nave, a tan solo unos minutos del despegue. No había nada que hacer, salvo esperar que la cuenta atrás llegara a cero.
—H menos seis minutos y quince segundos. Ejecuten UPA. —Las UPA (Unidades de Potencia Auxiliar) ayudaban a dirigir el transbordador durante el lanzamiento y el aterrizaje. Funcionaban con tres células de combustible que llevaban ya horas en marcha, pero aquella orden hizo que el transbordador comenzara a zumbar como si cobrara vida, como si la nave supiera que su momento de gloria estaba próximo.
—H menos cinco minutos —dijo la voz—. Prepárense para encender las UPA.
George notó mariposas en el estómago. Lo que más deseaba en el mundo era viajar de nuevo al espacio. Y ahora estaba allí, a bordo de una nave de verdad, con astronautas, esperando en la plataforma de lanzamiento, listo para el despegue. Era emocionante y aterrador al mismo tiempo. ¿Qué pasaría si hacía algo mal? Ocupaba el asiento del comandante, lo que significaba que era el encargado de tripular el transbordador. Junto a él se sentaba su piloto, que hacía las funciones de ayudante del comandante.
—Así que todos vosotros sois astronautas en una especie de viaje espacial, ¿verdad? —murmuró para sí con una vocecita ridícula.
—¿Cómo dice, comandante? —oyó George a través de los auriculares.
—Oh, hum, esto… —respondió George, que había olvidado que los controladores de lanzamiento oían todo lo que decía—. Tan solo me preguntaba qué nos dirán los extraterrestres, si es que encontramos alguno.
Los controladores de lanzamiento se rieron.
—No se olvide de saludarlos de nuestra parte.
—H menos tres minutos y tres segundos. Motores en posición de encendido.
«Run, run», pensó George. Los tres motores y los dos cohetes propulsores sólidos proporcionarían velocidad durante los primeros segundos del despegue, cuando el transbordador se estaría desplazando a más de ciento sesenta kilómetros por hora, antes incluso de abandonar la torre de lanzamiento. ¡Solo tardaría ocho minutos y medio en alcanzar una velocidad de unos veintiocho mil kilómetros por hora!
—H menos dos minutos. Cierren visores.
Los dedos de George se impacientaron por levantar alguno de los cientos de interruptores que había frente a él, solo para comprobar qué sucedería, pero no se atrevieron. Delante tenía la palanca de mando que él, el comandante, utilizaría para dirigir el transbordador una vez hubieran alcanzado el espacio y para acoplarse más tarde a la EEI (Estación Espacial Internacional). Era como estar al mando del volante de un coche, solo que la palanca de mando se movía en todas las direcciones en lugar de tan solo a derecha e izquierda. También se podía empujar hacia delante o hacia atrás. George apoyó un dedo en lo alto de la palanca, tan solo para comprobar qué se sentía. Uno de los gráficos electrónicos que tenía delante comenzó a parpadear levemente mientras lo hacía. Entonces retiró la mano a toda velocidad y fingió no haber tocado nada.
—H menos cincuenta y cinco segundos. Liberen los cohetes propulsores sólidos.
Los dos cohetes propulsores sólidos eran los encargados de hacer despegar el transbordador de la plataforma de lanzamiento y de elevarlo a unos trescientos setenta kilómetros por encima de la Tierra. No tenían botón de apagado. Una vez encendidos, el transbordador iniciaba el ascenso.
«Adiós, Tierra —pensó George—. Volveré pronto.» Sintió una punzada de tristeza por abandonar su hermoso planeta, por dejar allí a su familia y a sus amigos. Un poco más tarde se encontraría ya orbitando por encima de sus cabezas, cuando el transbordador se acoplara a la Estación Espacial Internacional. Miraría hacia abajo y vería la Tierra, mientras la EEI seguiría zumbando en lo alto, completando una órbita cada noventa minutos. Desde el espacio, George podría ver la silueta de continentes, océanos, desiertos, bosques y lagos, y las luces de las grandes ciudades por la noche. Cuando miraran al cielo desde la Tierra, su madre, su padre y sus amigos, Eric, Annie y Susan, lo verían convertido en un punto diminuto y brillante que cruzaba el cielo a toda velocidad en una noche clara.
—H menos treinta y un segundos. Secuenciador de tierra del lanzamiento listo para autosecuencia de inicio.
Los astronautas se revolvieron un poco en sus asientos, acomodándose para el largo viaje. En el interior de la cabina el espacio era sorprendentemente pequeño y tenían que apretujarse. El simple hecho de ponerse en posición de despegue había requerido varios estrujones, y George había necesitado la ayuda de un ingeniero espacial para encaramarse a su asiento. El transbordador espacial estaba erguido, en posición de despegue, de modo que todo lo que había en la cabina parecía puesto del revés. El asiento estaba inclinado hacia atrás para que los pies de George apuntaran a la nariz del transbordador y su espalda quedara paralela al suelo, por debajo de su cuerpo.
El transbordador estaba en modo «cohete», esperando para abrirse paso en vertical a través del cielo, las nubes y la atmósfera, hasta llegar al cosmos.
—H menos dieciséis segundos —dijo con mucha calma la voz robótica—. Activación del sistema de agua para supresión del sonido. H menos quince segundos.
—Despegue en menos de quince segundos, comandante George —dijo el piloto, sentado a su lado—. El transbordador espacial despegará dentro de quince segundos y contando.
—¡Yuju! —gritó George—. «¡Ostras!», pensó.
—Yuju para usted también, comandante —respondieron los controladores de lanzamiento—. Que tenga un buen viaje.
Tembló de entusiasmo. Tomó aire, consciente de que cada vez estaba más cerca del momento mismo del despegue.
—H menos diez segundos. Sistema de eliminación de hidrógeno e ignición. Secuenciador de tierra del lanzamiento listo para el encendido de los motores principales.
¡Había llegado el momento! ¡Estaba sucediendo!
George miró por la ventanilla y vio una franja de hierba verde y, sobre ella, un cielo azul lleno de pájaros que no dejaban de revolotear. Con la espalda apoyada en su asiento de astronauta, trató de mantener la calma y controlar la situación.
—H menos seis segundos —anunció la voz—. Encendido del motor principal.
George notó una violenta sacudida en el momento en que se pusieron en marcha los motores, si bien el transbordador aún no se movía. A través de los auriculares, oyó de nuevo a los controladores de lanzamiento.