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Rodriguez Iglesias Legna - Mi Novia Preferida Fue Un Bulldog Frances

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Rodriguez Iglesias Legna Mi Novia Preferida Fue Un Bulldog Frances
  • Libro:
    Mi Novia Preferida Fue Un Bulldog Frances
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2017
  • Índice:
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Mi Novia Preferida Fue Un Bulldog Frances: resumen, descripción y anotación

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Cualquier semejanza con hechos reales pueden echarme la culpa a mí Me tiene - photo 1

Cualquier semejanza con hechos reales pueden echarme la culpa a mí.

Me tiene sin cuidado.

Mi novia preferida fue un bulldog francés: respondía a mis regaños orinándose.
I. Política

Morí seis meses después de haber cumplido noventa años. De meningoencefalitis. En un Hospital Militar situado muy cerca del Casco Histórico, a un kilómetro del Zoológico y del Casino Campestre. Dejé una esposa, tres hijos, cinco nietos y dos bisnietos. Luego nacerán otros bisnietos, morirá mi esposa, envejecerán mis hijos. Todo a su paso. En orden natural y cronológico.

Todos creen que es un catarro, con sus fiebres y escalofríos, pero es la meningo. Me ven temblequear y se asustan pero los catarros son siempre así. El cuerpo se corta, la cabeza duele, la temperatura sube, mandíbula y manos empiezan a temblar.

Como estoy muerto no siento nada, libre de sentimientos, disfruto el espectáculo. Mi esposa, una anciana de un metro cincuenta, está sentada a la mesa cuando llega mi hija a darle la noticia de que fallecí. Mis nietas preferidas, las que criamos mi esposa y yo, se ríen en el cuarto de desahogo. Es una risa nerviosa. Una risa que significa no puedo creerlo. Los perros saben que estoy aquí, sentado en el mismo lugar de siempre.

Al morir me tapan con una sábana. Me llevan a la morgue. Me abren en dos. Me serruchan la cabeza. Me cierran por el mismo lugar donde me abrieron. Me sacuden. Llega mi hija a arreglarme. Llora mientras me viste. Me peina como a un niño. Abotona la camisa. Cierra el zíper del pantalón. Ajusta el cinto. Se recuesta en mi pecho. Soy su padre.

Mi hija se da cuenta de que dejaron el marcapasos adentro. Quiere llamarlos, pero es por gusto, ninguno de ellos volverá a abrirme para sacar el pequeño objeto metálico. El marcapasos continuará funcionando hasta que se oxide bajo la tierra. Los otros muertos, a mi alrededor, no podrán dormir en paz. Yo tampoco podré dormir. No tengo sueño. Ni miedo.

Los otros muertos, en comparación conmigo, no merecen tanto la pena, ni el velorio, eso piensan mis familiares y amigos cuando llegan al lugar y husmean por el resto de la funeraria, se asoman y se exhiben, qué porquería.

Dentro de dos años, cuando los encargados del cementerio, junto a los familiares, que será solo mi hija, como siempre, saquen los restos para poner las cenizas en una caja pequeña y rendirle homenaje cada vez que visiten el cementerio, el marcapasos estará intacto, incluso brillante, como un pensamiento , claro y lúcido.

Mi hija llega a la casa con la boca contraída. Los ojos rojos y aguados. Todos se dan cuenta de que he muerto. Menos mi esposa, mujer ingenua, desde hace un tiempo hay que explicarle todo con lujo de detalles. Entonces se lo explican, que soy un hombre muy fuerte pero que la meningoencefalitis es más fuerte que yo. Ella entiende. Promete no exaltarse. No llorar. Se acuerda de mí, su esposo. Su compañero durante más de sesenta años.

Nací el veintiséis de enero de mil novecientos diecinueve, en una zona rural alejada tanto del mar como de la ciudad. Trabajé en el campo, bajo la lluvia, desde que cumplí seis años. A esa edad empecé a fumar, tabaco negro, para no desmayarme en el camino.

En mil novecientos treinta y seis, cuando estalló la guerra, comencé a luchar a favor de la República, unido a un grupo de compañeros de un origen diferente. Mi origen. Participando en manifestaciones y recolectando fondos de ayuda. Mis padres, de mi mismo origen, solo hacían silencio.

Aprendí que un hombre es un país. Aprendí que un país es un sistema. Aprendí que un sistema es un monstruo. Aprendí que un monstruo es un Dios. Aprendí que Dios no existe. Aprendí que Dios sí exis te. Aprendí que yo no existo. Aprendí que yo sí exis to. Aprendí que un hombre no puede irse, porque esta es su casa, esta es su madre, y este es su padre.

En mil novecientos cuarenta y seis y en mil novecientos cuarenta y siete fui perseguido y hecho prisionero por las fuerzas del Régimen de Turno, como consecuencia de mi activa participación en acciones defensivas, rebeldes. Conocí los olores de la cárcel, la oscuridad absoluta, el sol. Me oriné y defequé encima. Cárceles como el Príncipe, el Presidio Modelo, y Francisquito, me vieron entrar y salir, por una puerta ancha, transformado en hombre.

Al salir de la cárcel continué en lo mismo. Las marcas bajo mi piel eran ahora vitales, atractivas. El Partido Socialista Militar, y todo lo que se le pareciera, se convirtió en casa, recinto. En este período y después de mil novecientos cincuenta y dos, organicé reuniones secretas, clandestinas, bajo mi propio techo, para lo cual tuve que tomar medidas y lograr que no fuéramos descubiertos. Nada de esto hubiera sido posible sin mi esposa, mi amor. Ella buscaba y elaboraba los alimentos, repartía los platos, me besaba y abrazaba desde un lugar alto, desconocido. Su beso era pan y agua.

Al ocurrir el asalto a los cuarteles más importantes del país, el Partido me orientó ingresar en una Orden Religiosa, para tener acceso a la imprenta donde se elaboraban volantes y otros tipos de propagandas que luego yo distribuía. No creía en Dios y los miembros de la Orden veían en mis ojos los ojos de una bestia más o menos feroz.

Eso soy y eso son mis hijos y mi hija, y eso son los hijos de mis hijos, y las hijas de mi hija, bestias más o menos feroces.

Hacíamos carbón en nuestra casa, yo y mi esposa, juntos. Vivíamos del árbol y el amor. En nombre de esos árboles llevé el fuego a otras casas, la comida. Recaudé fondos, ropas y armamento. Debajo del carbón, sobre mi carro, trasladé y entregué las mercancías. Mi esposa me acompañó muchas veces, en mi recorrido por la ciudad y otros lugares cercanos. Y ella misma dejó armas, allí donde nadie supo.

Siendo Presidente del Consejo, con su apoyo y el concurso de los que me eligieron, construí una Escuela que hoy sigue siendo la escuela de nuestra comunidad. El jardín de la escuela no tiene flores, debe de ser el calor, o la tierra, pero antes tuvo.

En mil novecientos sesenta, después del Triunfo, dirigí las cooperativas carboneras de la provincia, participando en la intervención y organización del resto de los trabajadores. Vi las fundaciones, la luz, el universo.

Nunca acepté propuestas de residencia en casas intervenidas. Levanté mi hogar con vigas y columnas de madera. Dos cuartos y un portal fueron suficiente. Mis hijos querían más pero yo no les di más. Los hijos de mis hijos querían más pero yo no les di más. Las hijas de mi hija, cuando nacieron, quisieron más. Yo les di lo necesario. Mi esposa hizo silencio, bajó la vista, me dio la mano. Los huesos de su mano entre los huesos de la mía.

Continué fundando, dirigiendo, prestando ayuda. Cada hombre es la continuidad de otro hombre, así como cada acción es la continuidad de otra acción. Eso hice y haría, si la meningo no me hubiera agarrado por los pies, si no me hubiera traído aquí.

La meningoencefalitis es una enfermedad que recuerda simultáneamente ambas meningitis. Ocurre por una infección o inflamación de las meninges, y por una infección o inflamación del cerebro. Hay muchos organismos causantes, tanto patógenos virales como bacteriales, y hay microbios pará sitos, traidores. La enfermedad se asocia con altas tasas de mortalidad y severa morbilidad. El cuerpo se corta, la cabeza duele, la temperatura sube, mandíbula y manos empiezan a temblar.

Para mí que la padecí y sufrí, es algo que se em parenta con una revolución. El cuerpo humano es el sistema contra el que la revolución lucha, al prin cipi o clandestinamente, luego más organizada, ex puesta y pública, y al final de un modo aniquilatorio. El cuerpo se corta, la cabeza duele, la temperatura sube, mandíbula y manos empiezan a temblar.

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