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Isadora Duncan - Mi vida

Aquí puedes leer online Isadora Duncan - Mi vida texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Editorial Losada, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Isadora Duncan Mi vida
  • Libro:
    Mi vida
  • Autor:
  • Editor:
    Editorial Losada
  • Genre:
  • Año:
    2016
  • Índice:
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Contada por ella misma, la tragedia que fue la vida de Isadora Duncan —vio morir a sus tres hijos pequeños, se casó con un escritor ruso que acabó suicidándose, y murió ella misma en un absurdo accidente, estrangulada por una chal que se enredó en la rueda de un auto descapotable— se convierte en una narració apasionante.

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Isadora Duncan Mi vida Editorial Cenit ePub r12 rayorojo 20112020 Título - photo 1

Isadora Duncan

Mi vida
Editorial Cenit

ePub r1.2

rayorojo 20.11.2020

Título original: My life

Isadora Dunncan (1929)

Traducción: Luis Calvo

Ilustraciones: Peter Tjebbes

Diseño/Retoque de cubierta: Taller del Sur

Editor digital: rayorojo

ePub base r1.2

Introducción

Confieso que me infundió terror la proposición pri­mera de escribir este libro. Y no porque mi vida no haya sido más interesante que cualquier novela ni más aza­rosa que cualquier película, al punto de que no pudiera servir, en el caso de estar realmente bien escrita, de re­lato que «hiciera época», sino porque... —­y he ahí el busilis— ­porque había que escribirla.

He necesitado años de lucha, de estudio y de duro, trabajo para aprender un simple gesto; y en cuanto al arte de escribir, conozco lo suficiente para comprender que necesitaría de nuevo otros tantos años de esfuerzo concentrado para redactar una frase bella y sencilla. He pensado muchas veces que un hombre podría llegar él solo al Ecuador, y luchar heroicamente con leones y tigres, y fracasar luego en su tentativa de escribir el relato de lo que vio y vivió. Y, viceversa, otro hombre! que no hubiese salido nunca de su hogar, podría acaso describir la muerte de los tigres en la selva con un arte que transmitiera a sus lectores la sensación de ha­llarse en el propio lugar de la lucha, compartiendo sus temores e infortunios, percibiendo el hedor de los leo­nes y escuchando el espantoso ruido del crótalo que se acerca. Parece que nada existe sino es en la imagina­ción, y todas las cosas maravillosas que a mí me han ocurrido pueden perder su sabor si yo no tengo la plu­ma de un Cervantes o, por lo menos, de un Casanova

Y aún más. ¿Cómo podemos escribir la verdad sobre nosotros mismos? ¿Es que acaso la conocemos? Hay la visión que nuestros amigos tienen de nosotros; la visión que nosotros tenernos de nosotros mismos, y la visión que nuestro amante tiene de nosotros. Hay también la visión de nuestros enemigos. Y todas ellas son diferen­tes. Poseo una gran experiencia sobre todo esto: mu­chas mañanas me han servido con el café críticas de pe­riódicos en que se me decía que era un genio y bella como una diosa, y apenas había terminado de sonreír satisfactoriamente, cuando cogía otro periódico y leía que yo no tenía ningún talento, que estaba mal hecha y que era una perfecta arpía.

Tuve que renunciar a leer las críticas de mi trabajo, porque no podía pedir que todas me elogiaran y por­ que las malas críticas eran demasiado deprimentes y me incitaban al homicidio. Hubo en Berlín un crítico que me abrumaba de insultos. Entre otras cosas decía que yo carecía totalmente de instinto musical. Un día le escribí suplicándole que viniera a verme para convencerlo de su error. Vino, y se sentó conmigo a la mesa de té. Hora y media estuve defendiendo mis teorías acerca del movimiento visual creado por la música. Me di pronto cuenta de que era un hombre bastante prosai­co y estólido; pero ¡cuál no sería mi desencanto al ver que sacaba del bolsillo una trompetilla, al tiempo que me confesaba que era completamente sordo y que ni aun con ese aparato podía apenas oír la orquesta, aun­que se sentara en la primera fila de butacas! Los jui­cios de tal hombre me habían hecho perder el sueño mu­chas veces.

Así, pues, si todos los demás ven en nosotros a una persona diferente, ¿cómo vamos a encontrar en nosotros mismos una nueva persona de quien escribir en este li­bro? ¿Será de una Virgen María, de una Mesalina, de una Magdalena o de una Marisabidilla? ¿Dónde puedo encontrar a la mujer de todas estas aventuras? Me pa­rece que no es una sola, sino centenares, y que mi alma está muy lejana, sin que ninguna de aquellas aventuras la roce en realidad.

Se ha dicho muy bien que la primera condición para escribir sobre algo es que el escritor no haya vivido el asunto. Si se quiere transcribir con palabras un asunto que se ha vivido efectivamente, las palabras huyen. Los recuerdos son menos tangibles que los sueños. Yo he te­nido muchos sueños que hoy me parecen más reales que el recuerdo de hechos efectivos. La vida es un sueño, y tanto mejor que así sea, porque ¿quién podrá sobre­ vivir a algunas de sus experiencias, al hundimiento del «Lusitania», por ejemplo? Una experiencia como aquélla debería dejar una eterna expresión de terror en la cara de los hombres y mujeres que la vivieron. Y, sin em­bargo, los vemos sonrientes y felices por todas partes. Tan sólo en las novelas cambian de súbito, radicalmen­te, los personajes. En la vida real, aun después de las más terribles peripecias, el carácter permanece, en su base, exactamente igual. Ved a esos príncipes rusos que han perdido todo lo que poseían y que, diariamente, acuden de noche a Montmartre, y allí cenan alegremen­te con las girls del coro, lo mismo que antes de la guerra.

Una mujer o un hombre que escribieran la verdad de su vida, escribirían una gran obra. Pero nadie se ha, atrevido a escribir la verdad de su vida. Jean-­Jacques Rousseau hizo este supremo sacrificio por la Humani­dad: revelar la verdad de su alma, sus acciones y pensamientos más íntimos. El resultado fue un gran libro. Walt Whitman ofrendó su verdad a América. Su libro estuvo algún tiempo prohibido como «libro inmoral», expresión que hoy nos parece absurda. Ninguna mujer ha dicho toda la verdad de su vida. Las autobiografías de las mujeres más famosas constituyen una serie de relatos de su existencia exterior, detalles y anécdotas livianos que no dan ninguna idea de su vida verdade­ra. Los grandes momentos de gozo o de tristeza que­dan en silencio.

Mi Arte es precisamente un esfuerzo que tiende a ex­presar, en gestos y movimientos, la verdad de mi Ser. He necesitado muchos años para encontrar el más pe­queño movimiento absolutamente verdadero. Las pala­bras tienen un significado distinto. No he vacilado nun­ca ante los públicos que se apelotonaban para verme trabajar. Les he dado los impulsos más secretos de mi alma. Desde el primer momento, yo no he hecho sino bailar mi vida. De niña, bailaba el gozo espontáneo de las cosas que crecían. De adolescente, bailaba con un gozo que se transformaba en captación de las primeras sensaciones de trágicas corrientes subterráneas; cap­tación de Ja brutalidad despiadada y del progreso aplas­tante de la vida.

Cuando tenía dieciséis años, bailé en público sin mú­sica. Al terminar, una voz surgió súbitamente del con­curso: «Es la Muerte y la Virgen», dijo, y aquella danza se llamó desde entonces, y para siempre, La Muerte y la Virgen. Pero yo no Jo había querido: yo había pretendido únicamente expresar mi primer con­tacto con la tragedia que existe en todas las manifesta­ciones jubilosas. A mi juicio, aquella danza hubiera de­bido llamarse La Vida y la Virgen.

Más tarde, bailé mi lucha con esta misma vida, que el público había llamado muerte, y mi afán por arran­carle sus goces efímeros.

Nada tan lejano de la verdad efectiva de una persona como el héroe o la heroína de una película o de una no­vela corrientes. Dotados generalmente de todas las vir­tudes, les sería imposible cometer una mala acción. No­bleza, valor, fortaleza, etc., etc., son las virtudes del héroe. Pureza, dulzura, etc., las de la heroína. Todas las cualidades mediocres y todos los pecados correspon­den al traidor de la fábula y a la «Mala Mujer». Pero ya sabemos que nadie es enteramente bueno ni entera­ mente malo. Quizá no pequemos contra los diez man­damientos, pero todos somos capaces de pecar. En nos­otros alienta el violador de todas las leyes, dispuesto a salir a la superficie a la menor oportunidad. Los hom­bres virtuosos son sencillamente aquellos que no han sido suficientemente tentados porque viven en un esta­do vegetativo, o porque sus deseos se hallan tan con­centrados en una sola dirección, que no tienen ocio para mirar a su alrededor.

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