© 2015, Gustavo Duncan
© De esta edición:
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ISBN ebook: 978-958-8806-95-2
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Contenido
E L FINAL DEL FRENTE NACIONAL :
NUEVOS EQUILIBRIOS EN EL PULSO CAMPO - CIUDAD
A Adriana
por los nueve meses de abnegación
que tomó este libro.
Mi deuda con ella aumenta.
A los míos, los vivos y los muertos,
A M, P y G, y a my burr…
Siempre están allí…
Y ellos soy yo.
A los amigos, les debo una disculpa,
fueron nueve meses de negación.
A muchos colegas y a aquellos
que vivieron en carne propia esta historia.
Sus comentarios y relatos
fueron sin mezquindades.
Y a Marco Pantani, por 1998,
un año más allá del delirio.
Prólogo
Hace un poco más de ocho años escribí un libro sobre los paramilitares colombianos. No fue casual que se titulara Los señores de la guerra . Era una manera distinta de denominar a los paramilitares para evitar caer en los lugares comunes y prejuicios ideológicos que habían caracterizado la mayoría de los estudios previos del tema. En particular, quería marcar distancia con quienes interpretaban a los paramilitares como parte de una conspiración de las élites para someter a sectores populares y movimientos políticos disidentes o para simplemente hacer el trabajo sucio del Estado. Es cierto que los paramilitares tuvieron a lo largo de las décadas relaciones de todo tipo con élites políticas y económicas, principalmente regionales, y con las fuerzas de seguridad del Estado. Las cifras de la parapolítica y las condenas a militares son hechos innegables. Sin embargo, esta misma evidencia muestra que, a pesar de existir fuertes relaciones, no es posible sostener que se trataba de una relación de subordinación.
Los escuadrones de la muerte y las milicias campesinas organizadas por el Ejército a principios de los ochentas fueron rebasados cuando los narcotraficantes tomaron el control de la contrainsurgencia privada. Ya no dependían ni de los recursos ni de la logística ni de las órdenes de terceros. El paramilitarismo se convirtió en un medio en sí para acumular poder, algo mucho más complejo que la fuerza irregular de las élites de siempre para defenderse de la guerrilla y para neutralizar la protesta social. Más aun, los nuevos especialistas en la coerción privada comenzaron a desplazar de su lugar en el orden social a terratenientes y políticos tradicionales cuando, a mediados de los noventas, ejercieron como verdaderos estados regionales y se apoderaron de las principales rutas de drogas en el país. Los poderosos jefes de las A U C se daban el lujo de definir qué políticos tenían opciones en las regiones para ocupar cargos de representación nacional en el congreso y cuáles terratenientes podían conservar sus tierras. La situación de estos señores de la guerra no fue precisamente una situación de subordinación con relación a los poderes del establecimiento.
Creo todavía que estas dos premisas básicas del libro siguen vigentes. En primer lugar, que el paramilitarismo en cierto momento se convirtió en un medio para ejercer la autoridad en muchas regiones del país. El objetivo, más que expulsar a las guerrillas y monopolizar las fuentes de rentas legales e ilegales, era concentrar el poder en las regiones al apropiarse de funciones propias del Estado como la tributación, la justicia y la vigilancia de la sociedad. En segundo lugar, que el narcotráfico y la organización de la violencia privada, así estuviera dirigida contra grupos insurgentes que desafiaban a las élites establecidas, se convirtieron en una alternativa de poder político y económico para sectores subordinados en el orden social. Salvo algunos jefes paramilitares de los departamentos ganaderos del Caribe, el grueso de los mandos del paramilitarismo y de quienes se aprovecharon de la riqueza generada por el narcotráfico provenía de sectores medios y bajos, en algunos casos marginales. De hecho, la parapolítica debe verse como una gran transacción en que fuerzas de origen ilegal pretendieron negociar su legitimación en la sociedad a través de las instituciones de la democracia. Fue la otra cara de toda la brutalidad que significó la irrupción del paramilitarismo en Colombia como un proyecto de control territorial en las regiones.
Por supuesto, en la actualidad estoy en desacuerdo con muchas afirmaciones que hice originariamente. Es apenas normal que esto suceda a medida que un científico social madura la comprensión de su tema de estudio. Pero la intención de esta edición ha sido dejar el libro fiel a su versión original. El lector incluso encontrará que no se han actualizado muchos eventos históricos que marcaron el final de los grandes señores de la guerra de las A U C y la aparición de las denominadas Bacrim. No tenía sentido hacerlo porque la interpretación de los nuevos episodios hubiera obligado a reescribir gran parte del libro. Lo que de alguna manera ya hice en Más que plata o plomo. El poder político del narcotráfico en Colombia y México, publicado en 2014 por esta misma editorial. Allí, cualquier lector puede encontrar cómo ha evolucionado mi interpretación del estudio del poder político que se desprende del narcotráfico.
Solo queda volver a agradecer a las mismas personas que hace ocho años me ayudaron a escribir Los señores de la guerra . En especial a Álvaro Camacho, quien ya no está con nosotros.
Introducción
Los errores de juicio en los hombres de poder se pagan caro, muchas veces con la propia vida. La mañana que lo iban a matar, Carlos Castaño sabía no sólo que sus días como líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (en adelante, A U C ) eran un asunto del pasado, sino que en su ambición por someter a todos los ejércitos privados del país había cometido una cadena de errores que no demorarían en pasar su cuenta de cobro. Su margen de maniobra se estrechaba a medida que las diferentes facciones de autodefensas lo superaban en capacidad de combate, influencia política y lo más preocupante, recursos para financiar la guerra. Las constantes denuncias que hizo sobre la infiltración del narcotráfico en las autodefensas no habían tenido el efecto esperado: ni el Estado, ni las fuerzas sociales y ni siquiera la presión del Gobierno de Estados Unidos, habían logrado reducir el poder de sus competidores dentro del movimiento. Más bien, habían producido un ambiente cargado de desconfianza y repudio hacia él. Los demás líderes de los ejércitos privados que ahora consolidaban su poder sobre extensas regiones del país, no podían tolerar que Castaño, quien también era un peso pesado del narcotráfico, se encargara de comprometer su expansión justo en ese momento, en medio de negociaciones con el Estado para desmovilizarse. Existían, además, recurrentes rumores y evidencias que lo señalaban como futuro informante de la D E A luego de una entrega negociada a los tribunales de Estados Unidos.