ANTOLOGÍA
MARTIRIO DE SAN SEBASTIÁN
Eugenio Florit
Sí, venid a mis brazos, palomitas de hierro;
palomitas de hierro, a mi vientre desnudo.
Qué dolor de caricias agudas.
Sí, venid a morderme la sangre,
a este pecho, a estas piernas, a la ardiente mejilla.
Venid, que ya os recibe el alma entre los labios.
Sí, para que tengáis nido de carne,
y semillas de huesos ateridos.
Para que hundáis el pico rojo
en el haz de mis músculos.
Venid a mis ojos, que puedan ver la luz,
a mis manos, que toquen forma imperecedera,
a mis oídos, que se abran a las aéreas músicas,
a mi boca, que guste las mieles infinitas,
a mi nariz, para el perfume de las eternas rosas.
Venid, sí, duros ángeles de fuego,
pequeños querubines de alas tensas.
Sí, venid, a soltarme las amarras
para lanzarme al viaje sin orillas.
¡Ay!, que acero feliz, que piadoso martirio.
¡Ay!, punta de coral, águila, lirio
de estremecidos pétalos. Sí. Tengo
para vosotras, flechas, el corazón ardiente
pulso de anhelo, sienes indefensas.
Venid, que está mi frente
ya limpia de metal para vuestra caricia.
Ya, ¡qué río de tibias agujas celestiales!…
¡Qué nieves me deslumbran el espíritu!…
¡Venid! Una tan sólo de vosotras, palomas,
para que anide dentro de mi pecho
y me atraviese el alma con sus alas.
¡Señor, ya voy, por cauce de saetas!…
Sólo una más y quedaré dormido.
Este largo morir despedazado
cómo me ausenta del dolor. Ya apenas
el pico de estos buitres me lo siento…
¡Qué poco falta ya, Señor, para mirarte!…
y miraré con ojos que vencieron las flechas,
y escucharé tu voz con oídos eternos,
y al olor de tus rosas me estaré como en éxtasis,
y tocaré con manos que nutrieron estas fieras palomas,
y gustaré tus mieles con los labios del alma…
Ya voy, Señor. ¡Ay!, qué sueño de soles,
qué camino de estrellas en mi sueño…
Ya sé que llega mi última paloma…
¡Ay! Ya está bien, Señor, que te la llevo
hundida en un rincón de las entrañas.
LAS PALABRAS
Octavio Paz
Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
Puerta Condenada, 1938-1948
SONETOS BÍBLICOS
Concha Urquiza
JOB
Y vino y puso cerco a mi morada
y abrió por medio della gran carrera.
Fray Luís de León
trad, del libro de Job
Él fue quien vino en soledad callada,
y moviendo sus huestes al acecho
puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
y cerco a mi ciudad amurallada.
Como lluvia en el monte desatada
sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
y cubrió de tinieblas mi morada.
Trocó la blanda risa en triste duelo,
convirtió los deleites en despojos,
ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,
hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
y no dejó encendida bajo el cielo
más que la obscura lumbre de sus ojos.
10 de Julio, de 1937
VERS LENNUI
Jon Juaristi
But who is that on the other side of you?
Entonces era el mundo. Qué grande parecía.
En el límite mismo del verano, qué dulce
el tiempo que se abría, la luz indeclinable.
Entre el pinar y el río se extendían los huertos:
los pequeños retazos de maizales y habares
brillaban agolpados bajo el oro de junio.
Inventar cada día las cosas, empaparse
del sol, buscar los nombres del grillo y de la arena,
del hinojo fragante, del cangrejo, del cuarzo.
Y el regreso: la tarde nos devolvía al sueño
por estradas de polvo y escoria triturada,
dóciles a las voces cercanas del cansancio.
Pero yo te sentía. Tú venías conmigo,
ángel del tedio, hermano, arrojando tu sombra
sobre las zarzamoras, tu sombra abominable.
TRES RECUERDOS DEL CIELO
Rafael Alberti
Homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer
PRÓLOGO
No habían cumplido años ni la rosa ni el arcángel.
Todo, anterior al balido y al llanto.
Cuando la luz ignoraba todavía
si el mar nacería niño o niña.
Cuando el viento soñaba melenas que peinar
y claveles el fuego que encender y mejillas
y el agua unos labios parados donde beber.
Todo, anterior al cuerpo, al nombre y al tiempo.
Entonces, yo recuerdo que, una vez, en el cielo…
PRIMER RECUERDO
… una azucena tronchada.
G. A. Bécquer
Paseaba con un dejo de azucena que piensa,
casi de pájaro que sabe ha de nacer.
Mirándose sin verse a una luna que le hacía espejo el sueño
y a un silencio de nieve, que le elevaba los pies.
A un silencio asomada.
Era anterior al arpa, a la lluvia y a las palabras.
No sabía.
Blanca alumna del aire,
temblaba con las estrellas, con la flor y los árboles.
Su tallo, su verde talle.
Con las estrellas mías
que, ignorantes de todo,
por cavar dos lagunas en sus ojos
la ahogaron en dos mares.
Y recuerdo…
Nada más: muerta, alejarse.
SEGUNDO RECUERDO
… rumor de besos y batir de alas…
G. A. Bécquer
También antes,
mucho antes de la rebelión de las sombras,
de que al mundo cayeran plumas incendiadas
y un pájaro pudiera ser muerto por un lirio.
Antes, antes que tú me preguntaras
el número y el sitio de mi cuerpo.
Mucho antes del cuerpo.
En la época del alma.
Cuando tú abriste en la frente sin corona, del cielo,
la primera dinastía del sueño.
Cuando tú, al mirarme en la nada,
inventaste la primera palabra.
Entonces, nuestro encuentro.
TERCER RECUERDO
… detrás del abanico
de plumas de oro…
G. A. Bécquer
Aún los valses del cielo no habían desposado al jazmín y la nieve,
ni los aires pensando en la posible música de tus cabellos,
ni decretado el rey que la violeta se enterrara en un libro.
No.
Era la era en que la golondrina viajaba
sin nuestras iniciales en el pico.
En que las campanillas y las enredaderas
morían sin balcones que escalar y estrellas.
La era
en que al hombro de un ave no había flor que apoyara la cabeza.
Entonces, detrás de tu abanico, nuestra luna primera.
PRIMER OFRECIMIENTO
Efrén Hernández
Se hace al amante que ha conocido
el fin de sus trabajos.
Al que haya sido herido, al lastimado
de la incisión de amor, al que haya sido
por el divino dardo señalado.
Nunca a ninguno más, sólo al tocado,
abierto ya del alma, ya ablandado,
fácil de corazón, únicamente
a aquel que ya haya sido
camino caminado.
Que no padezca el mal, la paz pasiva
de la virginidad, ni la dureza,
la cerrazón impía,
la ceguedad mortal del inviolado.
Que ya no sea extraño, que consienta,
que no se escandalice,
que ha estado en mi lugar, que es mi prójimo,
que con señal de amor como la mía
sido haya señalado,
que pueda, al sobre sí ir comidiendo
sus marcas y las marcas
de que es coro mi voz, reconocerme.
Pues, “ciertamente tiene
el oro sus veneros
y la plata un lugar donde se forma”,
así también del alma, este precioso,
inapreciable toque,
tenido ha sus principios,
sus tiempos de empezar,
y originariamente era pobre,
y cual la mata oscura, originaria
del matorral, lamía