«Y ahora, en que todos los que se mezclan conmigo me miran con lástima y conmiseración, ahora, en que los que no saben, me juzgan acabada y muda, anclada en una silla de ruedas, ahora en que mi única actividad física está encaminada a mantener mi cuerpo con vida para terminar a través de él la labor encomendada, ahora ya puedo, ya siento al fin, libre de toda trampa mental, libre de los temores que entonces me cercaban, libre de aquel dolor lacerante que me aguijoneaba sin cesar, libre del terror de lo que podía acontecer con las vidas de mis hijos, ahora siento con plenitud de parte de todos ellos el mar de su cariño».
Carmen Laforet pasa las páginas de un álbum de fotografías, de atrás hacia adelante. A su lado está su hija, Cristina Cerezales, que ha ideado este camino de vuelta y la acompaña en un intenso viaje por las habitaciones de la memoria. Cierran los ojos y sus pensamientos se comunican de un modo nuevo, único, precioso.
La voz que Carmen Laforet había decidido silenciar muchos años atrás, que silenciaría una enfermedad degenerativa, cobra la entonación precisa a través de su hija, en un silencio plagado de palabras, palabras no enunciadas pero claras y llenas de revelaciones, en un lenguaje nuevo, en clave de música blanca.
Desde su privilegiada condición de hija y de experta en su obra, Cristina Cerezales brinda al lector un material de primera mano sobre Carmen Laforet en el que abundan detalles reveladores que permiten entender en profundidad su vida y su obra. Pero, ante todo, es un recorrido valiente, libre y sabio por los claros y las sombras de la condición humana.
Una bellísima declaración de amor de una hija hacia su madre.
Cristina Cerezales Laforet
Música blanca
Título original: Música blanca
Cristina Cerezales Laforet, 2009
Revisión: 1.0
02/01/2020
A Carmen Balcells, que un día me inundó de su estimulante energía, y me animó a escribir sobre este tema.
Autora
CRISTINA CEREZALES LAFORET (Madrid, 1948), escritora y pintora española —hija de la también escritora Carmen Laforet—, ha conjugado, durante más de veinte años, su labor como pintora con la de profesora de arte, traductora y viajera. Desde 1996 se dedica plenamente a la literatura.
Ha publicado varias novelas y ensayos de viaje, entre los que destacan títulos como De oca a oca (2000), La puerta de los vientos (2004, con Lorenzo Silva) o Por el camino de las grullas (2006).
En 2003 publicó Puedo contar contigo donde recoge las cartas que se enviaron su madre y Ramón J. Sender.
Música blanca, publicada en 2009, es una semblanza de los últimos años de su madre, enferma de Alzheimer.
Notas
[1] «Subiendo de nuevo a la sierra Matterhorn después de treinta y un años».
[2] Haz lo que quieras porque la gente es libre. Bebed la vida.
[3] Los tres hijos menores y, en ese momento, solteros.
[4] Hace tiempo que te quiero, / nunca te olvidaré…
Le pido al profesor W que libere a mi hija del miedo, de todo miedo. Ella me está ayudando a deshacer los nudos de mi vida. No importan sus equivocaciones, los espejismos detrás de los que corre, las limitaciones que ella misma se impone sin darse cuenta… Necesito su fuerza vital, yo ya no puedo recuperar la mía. ¡Ojalá el profesor pudiera hacer algo también por mi cuerpo!, aunque dudo que eso sea posible. Sin embargo, ella es joven y debe conservar la salud y la fuerza, todavía nos queda mucho por hacer.
No debe sufrir por mí, cualquier sufrimiento respecto a mi estado debilita mi espíritu. Cuando me mira entristecida, yo cierro todas las entradas a mi ser. Creo que ha entendido. Ahora viene a visitarme con menos frecuencia pero cuando lo hace, trae proyectos e ilusiones. Ella quiere reanimar mi participación en la vida despertando los recuerdos que quedaron estampados en fotografías, y estoy dispuesta a seguirla por ese camino, no por un interés nostálgico, sino para remediar los entuertos y tropiezos que en ella dejé estancados, y solucionarlos antes de abandonar. Quiero dejar la senda despejada para que mis descendientes la reciban sin nudos ni bloqueos, para que la savia corra limpia e inunde los nuevos canales, libre de impurezas. Sé que no debo irme hacia arriba sin haber solucionado lo de abajo. Es mi tarea y ella me está ayudando. A veces un estado de gracia desciende sobre mí y me envuelve en su pureza y formo parte de lo Único, indivisible, maravilloso. Cuando estoy en ese trance, no necesito ninguna clase de ayuda, incluso como sin dificultad, puedo tragar y podría hablar si no lo considerara absolutamente inútil porque no existen palabras para comunicar ese estado. No hay nada comparable con eso. ¡Qué ridícula y pequeña resulta cualquier experiencia vital a su lado! Todos los recuerdos físicos y sensoriales que parecían conducirme a la felicidad no son nada, absolutamente nada. Todo mi ser tiende a mantenerse ahí, en esa armonía perfecta. Pero sé que debo seguir en la brecha, agotar esta posibilidad existencial que me ha sido concedida. Desde mi impotencia física puedo mover unos hilos desconocidos para la mayoría, y con ello actuar más que si estuviera inmersa en la vida cotidiana, atada a obligaciones que nunca me gustaron, metida en reuniones que no me interesan, consumiendo mis días en tareas literarias o en pasiones inútiles, desesperándome en tragedias que no puedo resolver. No quiero volver a convertirme en una carga insoportable para los demás. Aquí estoy bien. Tengo resuelta mi diminuta existencia material, y me concedo todo el tiempo para mis búsquedas y mis conquistas espirituales.
Ella se siente bien cuando libera recuerdos pasados, pero enseguida acuden otros para ser purificados en la misma hoguera. De nuevo un sufrimiento ardiente, intenso, un sufrimiento de amor interceptado, de amor que no consigue fluir de la forma en que ella necesita… ¡Sus hijos! Ella cerró la puerta aquel día 11 de septiembre de 1971, para no regresar nunca más a la casa familiar. Pero ella no quería renunciar a sus hijos. ¡No! Sus hijos eran suyos, ella quería seguir amparándolos bajo su amor vigilante, sobre todo al pequeño, Agustín. Se le ocurrió entonces buscar una casa en el barrio de Salamanca no lejos de la de O’Donnell. Le escribe su intención a su hijo Manuel que está cursando un año en América, y le habla de esa casa que ella busca y que quiere que se convierta en un lugar de trabajo, como un estudio para ella y
donde mi sueño es daros a Silvia, a Agustín y a ti una habitación a cada uno: vacía. Para que sea vuestro estudio también. Con vuestra llave en el bolsillo para entrar y salir y que vayáis poniendo en ella lo que queráis, según vuestra personalidad, y recibáis allí, si así lo deseáis, a vuestros amigos, tan bien o mejor que en casa. Yo hoy día tengo necesidad de no tener nada para mí, cosas esenciales solamente: como este refugio donde en mi habitación sólo tendré lo imprescindible para trabajar…
Consiguió el piso que quería en la calle Lagasca y lo mantuvo durante unos meses, en él se ocupó de atenderte cuando nació tu primera hija, Clara, y en parte se realizó su sueño de que Agustín disfrutara de la habitación que le tenía reservada, pero ella no tenía la tranquilidad de espíritu para trabajar en esa etapa de su vida, y los otros dos hijos solteros entraban en edades en que buscaban su independencia. Y ella sintió defraudadas sus expectativas en ambas ilusiones. Comprendía la necesidad de sus hijos, pero le dolía su falta de poder para retenerlos.