El viaje no acaba nunca. Solo los viajeros acaban. E incluso estos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos. Cuando el viajero se sentó en la arena de la playa y dijo: «No hay nada más que ver», sabía que no era así. El fin de un viaje es solo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba. Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino.
Entre las personas mayores, una de las manifestaciones más comunes es la pérdida de memoria. El miedo a perder esta facultad cognitiva se explica porque en el ser humano se produce una ligera alteración de la capacidad mnésica por motivos fisiológicos, aunque a menudo la queja por dicha pérdida se magnifica a causa del malestar general que padece la persona en cuestión o bien porque este síntoma se relaciona con los que caracterizan a las demencias o trastornos neurocognitivos, como el Alzheimer.
En el proceso de envejecimiento experimentamos cambios en las estructuras de nuestra memoria, y algunas de ellas se alteran hasta el punto de deteriorarse con el paso de los años. Este hecho, evidenciado y puesto de relieve por los neurólogos, no se produce de forma generalizada ni afecta por igual a todas las personas.
De todas maneras, un aspecto muy positivo que debemos señalar es que en un proceso de envejecimiento saludable, ser consciente de esta pérdida y manifestarlo abiertamente a las personas más cercanas se considera una actitud sana y positiva. Según los expertos, esta es una conducta saludable y satisfactoria y, si además la persona tiene la iniciativa de entrenar esta capacidad cognitiva, gran parte de estos temores se disipan y la sensación de mejoría aumenta exponencialmente.
En realidad, es esta la razón del presente libro. Un libro en el que se pretende divulgar los conocimientos que faciliten entender de una forma más precisa y detallada el funcionamiento de la memoria, así como los procesos mentales implicados en esta actividad cognitiva. Saber cómo el envejecimiento condiciona esta facultad y qué puede hacer la persona para entrenar la mente es indispensable para mejorar el rendimiento y la valoración de la memoria.
La obra se estructura en dos partes. En la primera, titulada «Las 100 preguntas de la memoria», se presentan los conocimientos sobre el funcionamiento de la memoria y se explica cómo el paso de los años incide en dicha capacidad cognitiva. Se ha optado por presentar el contenido mediante preguntas con el fin de dar una respuesta clara, sencilla y comprensible a algunas de las dudas que la gente se plantea más a menudo. La segunda parte tiene un carácter más práctico, y en ella se proponen 100 actividades para que la persona que quiera entrenar la memoria en casa pueda hacerlo. A continuación, se presentan las soluciones de las actividades, así como un decálogo para animar a los lectores a continuar con el proceso de entrenamiento de la memoria.
Antes de finalizar esta introducción, quisiera dedicar unas palabras de agradecimiento a las personas que me han ayudado a hacer realidad este proyecto: a Oriol Carrasco, por sus interesantes y sugerentes comentarios sobre los talleres de memoria; a Rafa Haro, por contribuir, como lo ha hecho en otras publicaciones, con las ilustraciones del libro; a Isabel, por su atención y sus sabios comentarios; a Francesc, por animarme a seguir, y a Jaume, por ayudarme de una manera especial. También quisiera dar las gracias a las personas mayores que, de una manera directa o indirecta, me han ayudado diariamente a llevar a cabo este proyecto en mi labor profesional. Para acabar, y de manera especial, quiero agradecer a mi tía Maria Carme su apoyo a lo largo de todo el proceso.
La memoria puede definirse como el proceso cognitivo a través del cual la persona es capaz de almacenar la información que recibe de los sentidos en forma de experiencias y percepciones para posteriormente recuperarla ante nuevas situaciones. (Jodar, 2000: 25)
¿Qué es la memoria?
Solemos entender la memoria como la capacidad de recordar fechas, experiencias, emociones, etc. Y, en parte, esta definición es cierta. Sin embargo, esta respuesta se ha de ampliar porque es más compleja de lo que aparenta. No obstante, podemos afirmar que la memoria es una función de nuestra mente que nos permite, como seres humanos que somos, guardar la información que deseamos.
¿La memoria se relaciona solo con la capacidad de guardar información?
No. Para guardar cualquier información en nuestra mente hay que realizar, como mínimo, cuatro operaciones: captar, codificar, guardar y recuperar. Aunque guardar es la función principal que atribuimos a la memoria, antes hay que seleccionar la información que guardar. A continuación, la manipularemos para guardarla de una forma más sencilla y, al cabo de un tiempo y siempre que lo queramos, la podremos recuperar.
¿Qué tipo de información guardamos?
En la memoria se guardan diferentes tipos de información que provienen de una única fuente: los sentidos. Esto quiere decir que, en primera instancia, la memoria almacena información de tipo visual, auditivo, táctil, gustativo y olfativo.
¿Esto quiere decir que, por ejemplo, cuando comemos un plato de macarrones y recordamos los que hacía nuestra abuela, estamos utilizando la memoria?
Sí. En esta situación, como en muchas ocasiones cotidianas, las personas utilizamos la memoria. En el acto de recordar, no solo usamos la memoria, sino que, sin ser conscientes de ello, se hallan implicadas otras facultades cognitivas (pensamiento, atención, etc.), aunque la memoria sea una de las que más empleamos.
Si, por ejemplo, voy paseando por la calle y, de repente, huelo el aroma del perfume que suele usar mi hermana, ¿también estoy utilizando la memoria?
Sí. Como ya hemos dicho, la información que nos proporciona la memoria proviene sobre todo de nuestros sentidos y, aunque tendemos a recibir la información principalmente por la vista y el oído, también captamos, procesamos y guardamos información olfativa, gustativa y táctil. Este es el motivo por el cual almacenamos un olor, que en el ejemplo propuesto nos resulta conocido porque lo hemos percibido y captado en más de una ocasión, aunque no seamos conscientes de ello.
El ser humano necesita una memoria, pero no para almacenar y retener información «porque sí», sino por la diversidad y la complejidad de las situaciones que debe afrontar en su día a día. Este hecho exige una base de conocimientos e informaciones, que sean fácilmente recuperables, que aumenten y se reorganicen continuamente. (Ruiz-Vargas, 1994: 95)