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Albarracin Cesar - Paciente 0

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Luz

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“El demonio no es tan negro como es pintado”.

Dante Alighieri

La virgen

El sabor metálico en la boca le recordaba su niñez, cuando jugaba en el columpio de la pequeña plaza cerca de la casa de padre. Las niñas mas grandes siempre ocupaban los lugares, y había que esperar a que alguna se cansara para poder subir un rato, y hacer esperar a las niñas mas pequeñas, siempre y cuando, claro, una mayor no reclame el juego, o madre le dijera: “hija, déjale el columpio a la pequeña, que es menor que tu”. Siempre esa mierda de madre de querer guardar las apariencias y quedar bien con todos, incluso con padres desconocidos de niñas aun más desconocidas. Y así, no quedaba mas que esperar. No era muy sociable, así que se apoyaba en uno de los caños metálicos del costado y, casi como en un tic nervioso para manejar la ansiedad, pasaba la lengua lentamente por el caño, en las partes que ya se habían despintado de tantas manos que se alguna vez se posaron en el travesaño.

Esa costumbre se mantuvo cuando creció, y en la secundaria y los primeros años de la universidad, todavía sintiendo esa necesidad de tener un objeto metálico en la boca, el caño paso a ser el juego de llaves. Cuando estudiaba y se concentraba demasiado, inconscientemente metía su mano al bolsillo buscando una llave, y se la llevaba a la boca. Le gustaba sentir la arandela metálica del llavero entre los dientes y juguetear con los labios en ella. Algún compañero, enamorado, comenzó a burlarse por eso. En realidad, al joven, ella le parecía hermosa, y utilizaba la burla como una forma de acercarse, de hacerla reír, tocarla en los hombros… Algo inútil, por que las obsesiones de madre por ser un puto referente de buena educación, habían hecho que la niña, ahora un hermoso espécimen de hembra humana, sea bastante reacia a las relaciones con compañeros.

Pero ahora el sabor metálico en la boca no era ni el caño del columpio, ni sus llaves. Y eso eran dos problemas. Primero, el sabor metálico en la boca esta vez era sangre, líquida, tibia y abundante. Segundo, no sabía en donde estaban sus llaves, y ella siempre sabía donde estaban las llaves. Había perdido completamente el control sobre sí misma.

No sabía donde estaba. La venda en los ojos le impedía ver, y algo de tela, quizás un pañuelo, estaba dentro de su boca, apretado con una mordaza, para evitar que lo escupiera. Ella no podía saber el si la sangre en su boca era de los labios, o de algún diente. Solo sabía que el objeto de tela se empapaba de sangre, y en los esfuerzos por gritar, lo presionaba con el paladar, y la sangre se escurría entre algún que otro orificio de la cavidad bucal.

No recordaba nada, solo que había decidido desobedecer a su correcta madre, y salir con una de sus compañeras de la facultad. La excusa fue quedarse a estudiar con Fany. Si su mamá conociera bien a Fany y sus historias, diría que esa chica era una puta por la cantidad de relaciones amorosas que tenía. Probablemente media facultad de lenguas extranjeras habían pasado por sus piernas, sin distinción de sexo. Pero había cuidado mucho que Fany solo fuera una niña bien ante los ojos de madre.

Por la noche unos amigos les escribieron, siempre había chicos escribiéndole a Fany, quizás debido a sus fotos sensuales que amaba cargar en las redes sociales. Las invitaban a salir a un bar a tomar unos tragos, y luego a bailar. Ella no tenía ropa como para salir, pero Fany era mas o menos de su talla, así que luego de una divertida sesión de prueba de ropas, ambas parecían modelos de Instagram. Entre la ropa de Fany estaba su consolador, se llamaba “Pepe”, a Fany le encantaba ponerle nombres a esas cosas. Ella, en cambio, nunca había visto uno, y dijo parecerle un espanto mientras su rubia amiga se lo acercaba a la boca y le enseñaba la manera correcta de usar la lengua con maestría en un objeto de ese porte.

Salieron, se encontraron con los chavales, tomaron quizás un par de copas de más en el bar, fueron a bailar, y luego la nada. Ella no recordaba absolutamente nada. Solo flashes. Luces, gente riendo, y la oscuridad.

Primero pensó que soñaba, como cuando era adolescente y se despertaba sin poder moverse, ni gritar… parálisis nocturna que le llaman algunos, “espíritus de atadura”, decía el párroco de la iglesia a la que iban con madre luego de la separación de padre.

Pero nunca en un sueño había sentido sus manos atadas con algo que parecía ser un precinto de plástico, por que era fuerte, delgado, y le cortaba las muñecas al moverse. Las piernas también estaban atadas. No podía ver, ni gritar, ni soltarse. Solo podía oír.

-Tranquila…-Se dijo-¡Trata de pensar! Si sigues lloriqueando no vas a poder hacer nada.

Siempre fue metódica. Los métodos la habían llevado a ser lo que era. Tenía que volver a sus métodos y reglas para ser, de nuevo, ella. Empezó a usar el pañuelo en su boca como una forma de tranquilizar su mente. La sangre tiene sabor metálico, pues bien, el metal en su boca era su forma de retomar el control.

-¿Dónde estoy?

Estaba en un lugar cerrado y pequeño, por que no podía estirar las piernas del todo, y estaba en movimiento. Era la cajuela de un automóvil. El motor… sentía el ruido del motor… parecía un coche relativamente nuevo. No había olor a humedad, sino a alfombra limpia. El andar era suave. Era un vehículo de alta gama. Por afuera se escuchaban algunos autos, pero ninguna moto. No se había frenado en ninguna esquina. Entonces quizás no había esquina, era una autopista.

-¿Puedes mover tus manos?- Se preguntó.

Podía, pero de forma limitada. Las tenía detrás de su espalda. Intentó pasarlas por detrás de sus piernas, pero los precintos de las muñecas estaban muy presionados, no era posible.

El vehículo bajó la velocidad, y entró en una calle pedregosa.

-¿Qué sabemos?-se dijo-Qué me drogaron y me secuestraron… que Fany no está aquí conmigo, pero si se encuentra bien no se va a dar cuenta de lo que pasó, por que sus resacas duran mucho… Que el auto está llegando a donde sea que me llevan… ¿qué hago?... Este auto es nuevo, es gente de dinero… No me han violado… tengo la ropa puesta… ¿Habrá algo en el baúl para defenderme?

Comenzó a tantear con las manos, pero no parecía ser un vehículo que tuviera herramientas o cosas parecidas. Sin embargo, algo apareció. Un tornillo. Por alguna razón había un largo tornillo para madera que entraba en su puño. Quizás ese tornillo era su salvación. Lo aferró con su mano izquierda. Era zurda, era su mano fuerte. El auto se detuvo. Sintió risas de hombres adultos. Apretó el tornillo hasta que este comenzó a cortarle la palma de la mano. Las voces se acercaban al baúl. La sangre comenzó a bombear fuerte en su pecho. Su respiración comenzó a agitarse mas y mas. Intento tranquilizarse, pero ya su mente perdió el control, y las palabras perdieron forma. Solo quería gritar. Sus ojos se llenaron de lagrimas y su voz ahogada se perdió en los recovecos del pañuelo con sangre.

El baúl se abrió. Eran varios hombres, pero no pudo identificar cuantos. Uno comenzó a acariciar su cabeza, mientras los otros reían. Se escuchó su voz, de hombre adulto, suave, seductora.

-Al fin ha llegado la tercera y última… Es muy bonita. Gracias por traerla… fue una buena cacería…

“Toda institución reposa sobre una montaña

de secretos”.

Julian Assange

El masón

Pablo salió de la casa donde funcionaba un templo secreto de una logia en Villa Mercedes, segunda ciudad en importancia de la provincia de San Luis, en el centro de Argentina. La ceremonia había terminado, los hermanos y hermanas se habían juntado a comer y beber algo, hablar de política, discutir, reírse, en fin. Estaba contento. Había llegado a pie, pero el maestro ofreció acercarlo en coche hasta su casa. Era tarde.

Apenas salió del recinto se quitó la corbata y se sacó la camisa blanca fuera del pantalón. Odiaba la excesiva formalidad, pero la hermandad exigía cierta conducta de etiqueta que casi le había hecho pensar en que ese no era su lugar. Pero había que intentar.

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